La Legión de los Olvidados [S...

By ClaudetteBezarius

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[EN LIBRERÍAS DE AMÉRICA LATINA Y DE ESPAÑA GRACIAS A NOVA CASA EDITORIAL] La lívida mano de una siniestra cr... More

Sinopsis
El Inicio, Parte I
Nahiara
Los Valaistu
Emil
Déneve
El Inicio, Parte II
Memorias evanescentes
Comienzan las revelaciones
Sherezade
Gemelos
Arrepentimiento
Esbozo del futuro
El Protector Keijukainen
Galatea
Rosas blancas
Obsequiando sufrimiento
Los Doce Páramos de la Destrucción
Tétricos sueños
La Alianza de Callirus
El Páramo de la Ira, Parte I
Los deseos de Kylmä
El Páramo de la Ira, Parte II
Tempestad
En lo profundo
Perturbadoras reminiscencias
El diamante rojo del Ave del Paraíso
Fragmentos
Nina
Al borde de la locura
Visiones
El beso de la muerte
Silenciado
Distante
Elecciones
Sydän de fuego
Bianca
El secreto de Fenrisulf
Conexión
Reencuentro
Vía de escape
Preparativos para la batalla
El principio del fin
Vínculo prenatal
Cumplimiento de una profecía
Cadena de atentados
Unidos
Oscuridad
Epílogo
Hija de luz y oscuridad
Marcapáginas descargable
Librerías
Personas que tienen un ejemplar y lugares en donde está presente la novela

Tierra de plañidos

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By ClaudetteBezarius

Al principio, era dificultoso comprender lo que estaba sucediendo en realidad. Múltiples susurros de procedencia indeterminada llegaban hasta los oídos de Dahlia, cual letanía fervorosa hecha por cientos de personas con total solemnidad. Poco a poco, los murmullos fueron adquiriendo mayor intensidad sonora, hasta llegar a convertirse en ensordecedores plañidos. Una ininteligible mezcla de súplicas pronunciadas por una amplia gama de voces tanto masculinas como femeninas, todas intentando ser escuchadas al mismo tiempo, asediaron a la confundida rubia. Su contraído semblante transmitía con claridad la enorme angustia que la embargaba, pues ella era el único destino hacia el cual se dirigía ese aturdidor aluvión de ruegos. Cedric no era capaz de escuchar nada de aquel insólito concierto de gemidos lastimeros, así que le alarmó muchísimo ver que la chica de repente se arrodilló, presionándose las orejas con ambas manos, mientras cerraba los ojos y apretaba las mandíbulas.

—¿Te encuentras bien? Por favor... ¡dime qué es lo que te sucede! —exclamó desesperado el príncipe, al tiempo que se acuclillaba presuroso de frente a la joven.

La muchacha no pudo contestarle esa pregunta porque ni siquiera la había podido oír. No podía pensar con claridad y su capacidad auditiva estaba embotada. Su transpiración era tan profusa que le había empapado por completo su áurea cabellera, causando que gruesos mechones se pegaran a su rostro, cubriéndoselo casi en su totalidad, como si las ramas de una enredadera lo hubiesen envuelto. Estaba tiritando debido a la altísima fiebre que invadió sin piedad alguna su organismo, haciéndola palidecer.

—¡Dahlia, tienes que reaccionar! ¡No te vayas! —imploraba el Taikurime al mirarla, luchando por no ceder a las lágrimas, dado que ya algunas de ellas comenzaban a rodar por sus mejillas, sin que él pudiese evitarlo.

Desde el sitio más recóndito en las profundidades de la atormentada mente de la niña, una versión diminuta de sí misma, con la mirada perdida, se desgañitaba. Su subconsciente trataba de hacerla salir del trance en el que se hallaba, pero no estaba logrando conseguir ningún resultado. En el exterior, Cedric estaba sentado en el suelo y había tomado a la chiquilla entre sus brazos. Le apartaba los cabellos de la cara, repitiéndole una y otra vez la misma frase: "¡Por favor, despierta!" La persistencia del joven fue tanta que por fin el cerebro de Dahlia pudo percibir el sonido de su triste voz. Un haz luminoso invadió el entorno donde se ubicaba la miniaturizada muchacha que aún gritaba a todo pulmón. Una indescriptible paz envolvió a esa pequeñísima chica, quien miró hacia arriba y esbozó una delicada sonrisa, la cual se dibujó al mismo tiempo en los labios de la ahora consciente jovencita que descansaba sobre los regazos del príncipe.

—¡Gracias, oh Dios, muchas gracias! —mascullaba él, con una voz muy queda.

Un cálido mar lacrimoso bañó la blanca tez de Dahlia, quien contemplaba con gran ternura al sollozante Taikurime.

—Ya no llores más, Cedric. He vuelto... Mírame, estoy bien —le aseguraba ella, enjugando muy despacio con su mano derecha el humedecido rostro de él.

—No te atrevas a dejarme de nuevo, ¿de acuerdo? Me asustaste mucho...

—Prometo que me esforzaré por no volver a entristecerte así...

—Lo que importa es que despertaste... Pero dime, ¿qué fue lo que te causó este horrendo episodio?

—Pues, no estoy muy segura de lo que me pasó, pero creo tener una vaga idea de ello... Antes de quedar inconsciente, escuché un montón de voces lamentándose. La intensidad del ruido que hacían fue tan alta que mi cuerpo de seguro no pudo soportarla. Supongo que por eso me desmayé...

—¿Cómo es posible que yo no escuchase nada de eso? Tendría que haberme afectado a mí también.

—Quizás no sufriste ningún daño porque es probable que todo ese ruido estuviese dentro de mi cabeza nada más...

—¿Crees que esas voces acudieron a ti de forma telepática o algo así?

—Si tú no las oíste, me parece que eso es lo más posible.

—¿Ya te has comunicado con alguien de esa manera? Es decir, ¿tienes alguna clase de habilidad mental especial?

—No tenía ningún tipo de talento excepcional antes de que Sherezade me diera su córnea, pero parece que ahora más bien tengo varios talentos, y ni siquiera sé cómo manejarlos...

—Pues, para eso son las pruebas de estos páramos. De aquí saldrás muy bien entrenada en todos los aspectos.

—Supongo que sí, pero eso no podrá convertirse en una realidad para mí si sigo demorándome más de lo necesario. Ya no podemos perder el tiempo. Aunque estoy bastante cómoda en tu regazo, tenemos que ponernos en marcha. Por favor, ayúdame a levantarme...

—Pienso que deberías descansar un poco... Sin embargo, eso no será posible, pues tratándose de una niña tan terca como tú, sé que no me harás ningún caso, ¿verdad?

—Créeme que esta vez me encantaría seguir tus recomendaciones, pero tengo cosas muy importantes que hacer. No podemos cegarnos a la realidad.

—Odio admitir que tienes toda la razón... De acuerdo, nos moveremos...

El príncipe se levantó con sumo cuidado mientras sujetaba a Dahlia con sus fibrosos brazos. Tras ponerse de pie, se inclinó despacio hacia adelante, para que el mareo no fuese a vencer a la chica y que ella pudiese estabilizarse por completo antes de que la soltara. Todavía asida de su cuello, la rubia le dio un suave beso en la mejilla derecha y le musitó al oído: "Estoy muy agradecida contigo. Eres adorable". Él la miró a los ojos, sonriéndole de oreja a oreja. El rastro de calor que los rosáceos labios de la muchacha dejaron en su pómulo se desvaneció con rapidez, pero la agradable sensación que aquel gesto provocó en él fue permanente. La sincera afectuosidad de Dahlia estaba logrando derretir la gruesa capa de hostilidad que revestía al corazón del Taikurime desde el día de su fatídico encuentro con el rencor hecho mujer. De allí en adelante, él desconfiaba hasta de su propia sombra y ponía toda suerte de excusas para alejarse de las personas. Pagó un precio muy alto, pues su alma se fue quedando helada y vacía. Ahora, ese proceso de aislamiento y negación de los sentimientos comenzaba a revertirse, gracias a la ayuda de una bondadosa y obstinada chiquilla que vino a revitalizar su espíritu.

Aquel momento de sosiego y cariño que con tanta alegría estaban compartiendo fue fugaz, como lo es la calma que antecede a una gran tormenta. Habían caminado unos escasos cien metros cuando un estentóreo chirrido alcanzó los oídos de ambos. Una desesperada mujer vociferaba pidiendo auxilio. Los alaridos se proyectaban desde el interior de uno de los fragmentos del espejo hacia afuera. No tardaron en encontrarse con este, ya que uno de sus filosos bordes estaba incrustado en la negruzca arena, de forma tal que la sufriente silueta femenina se mostraba erguida frente a ellos. Ninguno de los dos sabía cómo manejar aquella extraña situación, pues aunque podían escuchar con claridad los demenciales gritos proferidos por la dama, ella lucía como una pétrea escultura. A la rubia se le ocurrió que tal vez podría calmarla un poco mediante unas cuantas palabras de ánimo. A pesar de que estaba muy nerviosa, nada perdería con intentar entablar una conversación, así que no lo pensó dos veces para comenzar a hablarle a su atribulada congénere.

—Amiga, hemos venido a ayudarte. Intenta tranquilizarte, ¿sí? Necesitamos que nos digas cómo podemos socorrerte...

No hubo ni un mínimo atisbo de respuesta por parte de la mujer, quien seguía chillando sin pausa. Era como si Dahlia le hubiese hablado a una pared.

—Creo que charlar no servirá de nada en este caso —dijo Cedric a voz en cuello, para que la chica pudiese escucharlo.

—¿Qué me sugerirías que haga?

—¿Por qué no pruebas si el contacto físico con ella sirve de algo?

—Puede que tengas razón... Por favor, mantente alerta. No sé lo que me pueda suceder cuando toque ese fragmento...

—Siempre estoy pendiente de ti... Tú sólo concéntrate y haz tu mejor esfuerzo, ¿de acuerdo?

—Muy bien... Allá voy...

La muchacha se aproximó al cristal con gran cautela. Medio metro la separaba de la inmóvil figura de la señora. Aspiró una abundante bocanada de aire para darse valor, cerró sus ojos y entonces colocó ambas palmas sobre la vítrea superficie. De inmediato, sintió en su cuerpo entero una potente descarga eléctrica, tal y como si le hubiese caído un potente rayo encima. Su piel le ardía muchísimo, ya que mostraba unas leves señales de quemaduras en primer grado. Cuando se atrevió a mirar a su alrededor, el panorama la dejó descolocada. Estaba tendida boca arriba en medio de un lote baldío, vistiendo solo su ropa interior, con las manos y los pies atados por unas gruesas cuerdas amarillentas. La tierra bajo su espalda estaba muy húmeda. Al girar su cabeza para examinar mejor su entorno, se dio cuenta de que yacía recostada sobre un pequeño charco y que en ambas sienes tenía adheridas un par de láminas metálicas, las cuales eran nada más y nada menos que las terminaciones de unos largos cables de cobre que provenían de una misteriosa caja negra. Un hombre enmascarado sostenía entre sus brazos aquel baúl, con los dedos de su mano izquierda arqueados sobre una ancha perilla plateada, la cual estaba ubicada en una de las caras laterales del renegrido cofre.

—¿Cómo te sentiste, maldita? Te gustó el calorcito, ¿eh? ¡Estúpida! —espetó furibundo el individuo de identidad desconocida.

Acto seguido, giró con brusquedad la perilla de la caja, liberando así un potente impulso eléctrico que fue directo hacia el mojado cuerpo de Dahlia. Ella soltó un grito espantoso, mientras se retorcía de dolor. Abundantes torrentes de lágrimas rodaban por su atormentado rostro sin que pudiera detenerlos.

—¡Me encanta ver cómo te contorsionas, miserable! No pienses que me vas a conmover con tus ridículos gimoteos... ¡Sufre, desgraciada! —clamó el tipo de la caja.

Antes de que la rubia pudiera comprender lo que sucedía, una nueva descarga se apoderó de su lastimado organismo. Su lamento fue mucho más intenso que el anterior. Un ataque de pánico le sobrevino, causándole fuertes palpitaciones y jadeos descontrolados. El hombre se puso de pie y dejó el baúl en el suelo. Caminó hasta donde estaba la joven y la miró con desdén. Sin previo aviso, elevó su pierna derecha y le propinó una formidable patada en el costado y otra en la cabeza, provocándole serias contusiones. Cuando él se agachó y se disponía a abofetearla, el cerebro de ella decidió desconectarse de aquella espantosa realidad. Se sumió de inmediato en un estado casi comatoso. Segundos después, estaba de vuelta en el páramo, aún de pie frente al espejo.

La mujer en el interior del fragmento había dejado de gritar. Su rostro estaba muy sereno y en su mirada se podía adivinar la enorme gratitud que sentía hacia Dahlia. Una melodiosa voz, transmitida mediante ondas cerebrales, llegó a la mente de la chica.

—Gracias por salvarme... Busca al cisne... No lo olvides... Busca al cisne...

La silueta de la dama se perdió en medio de un tenue vaho naranja, dejando tras de sí el trozo de espejo donde había estado prisionera vacío en su totalidad. La pelirrubia cayó de rodillas, exhausta y traumatizada al recordar el terrible incidente que acaba de experimentar.

—¿Qué sucedió, Dahlia? ¿Te encuentras bien? —le preguntó Cedric, lleno de angustia al verla tan desmejorada.

—Sí, creo que estoy bien, pero acabo de vivir en carne propia la horrenda pesadilla de la mujer que gritaba. Un hombre que tenía una máscara de payaso me tenía atada, casi desnuda, en medio de un charco. Me electrocutó varias veces, me insultó y luego me pateó en el costado y en la cabeza. Me desmayé y reaparecí aquí. La señora del espejo me agradeció por salvarla, me dijo que buscara al cisne y desapareció —contestó ella a toda velocidad, casi sin respirar.

—¡Qué aterrador debió de ser! ¿Cómo es que no pude estar ahí para defenderte? ¡Me siento tan inútil!

—No es tu culpa. Sólo yo podía ingresar a esa pesadilla y rescatar a la mujer, así que no te tortures por eso. Estoy muy alterada, pero de nada sirve encogerme en un rincón y soltarme a llorar. Debo averiguar cuál es el significado de las palabras de la mujer. Estoy segura de que el cisne es la respuesta al acertijo de este páramo...

—¡Oh, Dahlia! Por favor, descansa un rato. Hazlo por mí, te lo ruego... No podrás pensar con claridad si no te permites al menos un instante para calmar tus nervios.

—No puedo descansar, sabes muy bien que no puedo... La marca en tu pecho me asusta más que cualquier otra cosa. Tenemos que salir de aquí cuanto antes...

El príncipe bajó la mirada y apretó los puños. Estaba harto de ser una carga emocional para la rubia. Su semblante estaba tenso y las venas de su cuello comenzaron a resaltar. La muchachita se percató enseguida de que sus palabras lo habían hecho sentirse mal. Se acercó a él y lo rodeó con ambos brazos, mientras le decía con voz clara y muy tierna: "Nunca te abandonaré". El Taikurime se destensó un poco y correspondió el abrazo de la niña. Dejó escapar un suspiro y, con una sonrisa un tanto melancólica, asintió con la cabeza, dando a entender que apreciaba mucho las reconfortantes palabras de ella.

—Nunca más vuelvas a pensar que me estorbas. ¡Te lo prohíbo! —exclamó la chica, tratando de parecer severa, al tiempo que contenía la risa con gran dificultad.

—Como usted ordene, su majestad —respondió de forma entrecortada Cedric, ya que él no fue capaz de esconder sus carcajadas.

Ambos se echaron a reír como dementes, pues de alguna manera tenían que liberar la gigantesca carga de tensión que los oprimía. Con los ánimos recuperados, se dispusieron a explorar el terreno circundante. El cisne los estaba esperando...

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