«Embarazada».
Eso cambiaba las cosas. Eso...lo cambiaba todo. No podía volver a dejarla, el único pueblo cerca estaba a dos horas de allí a pie y Neana no podía ir tan lejos.
Lo habían intentado una vez, midiendo que tantos límites le había dado el extraño dios del mar. Habían llegado apenas un par de metros en el bosque, después ella se había desmayo.
Eso había sido una advertencia, no más lejos...Ninguno quería saber lo que pasaría si desobediencia.
Hurcan estaba aterrado, pero intentó no preocuparse, no sabían si era cierto, era solo una sensación, cómo un presentimiento. Ella había estado tomando un tónico anticonceptivo, esas cosas que preparaban las hadas nunca fallaban. O eso le habían dicho a él.
Pero con el pasó de los días lo notó. Los cambios en el cuerpo de Neana fueron instantáneos, él que la conocía tan bien como a conocía a sí mismo, se dió cuenta de todo.
Ella estaba embarazada. Iba a tener a su hijo.
Un mestizo.
Los más señalados entre los mágicos. Una abominación para algunos. Una desgracia para los alados.
Para él... sería su hijo. Tendría su sangre y la de la mujer que amaba, ¿Cómo no iba a estar fascinado con eso?
¿Cómo iba a repudiarlo o odiar?
Jamás podría sentir algo como eso.
Pero un nuevo miedo se asentó en él, un miedo que no iba a dejarlo en mucho tiempo, al menos hasta después del nacimiento. Y era eso lo que lo estaba enfermando de preocupación.
Veía el vientre hinchado que Neana exhibía con orgullo y pensaba en el nacimiento, ¿Cómo iba a traer a un sanador?, ¿Tendría que asistirla él?, ¿Sería capaz de ello?
¿Que iba a hacer si las cosas se complicaban?
Una noche Neana le dijo: —Sertaent otare everte.
—¿Que significa? —le preguntó.
Sabía poco del lenguaje antiguo de las hadas.
—La respuesta es vivir —respondió ella—. Si no podemos encontrar respuestas a nuestras preguntas, la respuesta es vivir. Solo vive.
Vivir era bueno. Vivir era todo lo que quería. Siempre que ella siguiera aquí, él viviría.