Volver

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Verla vestida solo lo hacía desear volver a desnudarla. Era perfecta. Tan perfecta que un dios sentiría envidia de ella, no había un ser más hermoso que ella, estaba seguro, completamente seguro. Hurcan era un maldito animal mugroso a su lado, pero había podido tocarla, sentirla, olerla, verla. Nunca pensó que tendría tal placer, nunca pensó que podría llegar a sentirse tan fuera de sí.

Nada de lo que su cuerpo había experimentado antes podía compararse con lo que Neana lo hacía sentir. No era tímida y eso lo elevaba a un nivel cercano al cielo. No tenía miedo de buscarlo y exigir.

Se había quedado prendada en su maldita cabeza, sus sonidos, sus olores, las posiciones en las que ese exquisito cuerpo pedía ser reclamado. Dioses benditos, esa boca. Lo había lamido, succionado, mordido y cuando lo había mirado no pudo evitar el rugido que había hecho sacudir la cabaña.  Cuando terminó, ella tomó todo de él. Todo.

La sola visión de ella lo hacía añicos. Era inevitable y doloroso.

Estaban listos para marcharse.

Y nada volvería a ser igual.

Neana se frotaba otra vez el aceite que borraría el olor de él de su cuerpo, él ya lo había hecho, de mala gana, no quería borrar nada. Quería estar en ella de la misma forma en la que ella estaba en él.

—Estoy lista —avisó, dejando el frasco y caminando hacia la salida.

Hurcan se preguntó que estaría pensando cuando se detuvo a mirarlo y después miró entre ellos. Quizás era lo mismo que se preguntaba él.

¿Volverían alguna vez a este refugio secreto?

Se negó a pensar en una posibilidad negativa, no lo soportaba.

Afuera Neana se arrodilló frente al mar y murmuró algo en la lengua de las hadas, Hurcan había aprendido un poco el idioma al pasar tanto tiempo entre hadas que se rehusaban a dejar su lengua por un decreto de los alados.

Eta ser vetver ener.

—¿Qué significa? —cuestionó cuando ella se levantó.

—Yo también te reconozco, soy parte de ti.

Asintió sin comprender, no quiso seguir preguntando, se encontraba demasiado distraído pensando en lo mucho que extrañaría poder tener la intimidad y la cercanía con ella. En Ciudad Alada debían ser cuidadosos, no podían permitir que sus olores permanecieran mezclados siempre, eso los marcaría como amantes y aunque Hurcan quería gritarlo a los cuatro vientos, sus enemigos no debían escucharlo todavía.

Cargó a Neana en sus brazos y se preparó para partir, le dio un pequeño beso en los labios antes de comenzar a batir sus alas.

—Perdón por la forma en la que voy a tener que tratarte.

Le causaba dolor y absoluto asco recordar el papel que debía retomar, sobre todo con ella. Pero tenía que hacerse, solo durante poco tiempo más.

Y entonces la guerra comenzaría.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now