Una rata

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Sería un caos, lo sentía en su piel, en el aire, en su sangre. Su interior estaba agitado por la anticipación. Tenía sus manos aferradas a la madera del elevador, viendo como descendía, sintiendo cada segundo. Estaba sola, estaría sola allí, casi se puso de rodillas para rogarle a los dioses que los ayudaran.

Con cada nivel su respiración vacilaba, sabía que sería la última vez que estuviera dentro de ese elevador de madera, era la última vez de muchas cosas. Apretó un puño y lo llevó contra su pecho, exigiéndose respirar y dejar de temblar, no podía seguir así si iba a ir a esa plaza para pelear.

Pero estaba tan asustada, recordaba como la habían arrastrado para azotarla, recordaba cómo no habían tenido piedad. Y tan solo había detenido a una alada que pretendía golpearla. Dioses. Qué serían capaces de hacerles cuando como castigo por iniciar una rebelión.

Un golpe como ese solo podía ser devuelto con más fuerza. Muerte.

Muerte, muerte, muerte…

Cantó una voz en su cabeza.

Ella le había dicho a Hurcan que no le importaba morir, siempre y cuando pudiera ser diferente el final. Pelear por su libertad ameritaba este sacrificio, su miedo no podría contenerla, porque más le aterraba lo que pasaría si no hacía nada.

Tomó una respiración profunda, casi había llegado abajo.

Parden erat tie uleta perse. Porque lo que se da siempre se es devuelto.

Esos alados los habían convertido en esclavos. Ella no iba a tener miedo. Porque los alados fueron los que golpearon en primer lugar y serían las hadas las que devolvieran el golpe. Muerte. Inevitable. Sangre. Ella ya había sangrado lo suficiente. Dolor. Nada podía ser peor que el dolor de cargar unas cadenas.

Las puertas de madera se abrieron.
En la pared frente al elevador había un alado apoyado de la pared.

Sammuel Oviedo.

—¡Dioses santos, al fin! —exclamó con alarma—. Tenemos que irnos, rápido.

—¿Qué pasó?

El miedo le clavó los colmillos con fuerza.

—Es Ronny. Es ella a quien tiene el anciano.

Sus ojos la veían con expectación, le estaba ofreciendo su mano, esperando a que ella reaccionara. Tomó su mano, los pensamientos en su cabeza ardiendo, batallando. No lo entendía.

—¿Cómo sabes que es ella?

—Me lo dijo, dijo que era tu hermana.

Pasaron por recepción, por la mensajería. Sammuel seguí tirando de ella, porque sus pies se habían detenido, su corazón pareció vacilar también.

Eso no podía ser posible.

Con el pasar de los años los alados se habían vuelto aún más crueles y perversos, no se conformaban con causarle daño a un hada directamente, no cuando sabían que podían hacerlo peor involucrando a su familia. Para las hadas la familia era sagrada. Y Ronny le había enseñado a tener cuidado con cuanto revelaba a los alados sobre su familia, le había advertido, como lo hizo su madre y su padre.

Y Neana nunca había revelado el nombre de su hermana, a nadie, el único al que ella había mencionado algo sobre su hermana fue a Hurcan. Pero…él nunca, nunca haría nada contra ella.

Volvió a mirar al alado que la empujaba a ir con él.

Daniel había dicho que el anciano del consejo no había dejado que nadie se acercara al hada cautiva. Nadie.

Aléjate malditamente de Sammuel Oviedo”, le había exigido Hurcan.

Ella misma le había dicho en respuesta: “Creo que ve mucho y eso es peligroso”.

Los ojos no se disfrazan.

De reojo la mensajería se hacía cada vez más lejana, pero ella recordó. Recordó como el día que le escribió a su hermana Sammuel había estado allí, viendo, percibiendo, le había preguntado si la carta era de Hurcan y ella le había revelado que le pertenecía. Él había visto mucho allí. Peligroso.

Peligroso

Afuera, fue cuando se detuvo. Plantando sus pies con fuerza. Sacudiéndose el agarre del alado.

—¿Por qué mi hermana está allí?

Sammuel se giró con exasperación.

—Nos traicionó, vendió la información a los alados.

—Ella no sabía nada.

Ni siquiera sabía que Hurcan peleaba de su lado. Ella…no sabía nada en lo absoluto.

Alguien la estaba inculpando.

—Lo sabía todo, les dijo todo —contradijo con lastima—. Vamos, van a intentar rescatarla.

—Fuiste tú.

Al decirlo su sangre rugió.

La rata era él.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now