La luna y las estrellas

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Estaba decidida, iba a jugar de la misma forma en la que él lo hacía, planeaba soltarle una pregunta tan indecible que lo avergonzara lo suficiente como para que olvidara su propia pregunta. Claro que ella dudaba un poco sobre la capacidad en él de sentir vergüenza.

Había aceptado renunciar al chal dentro de la residencia, por lo caluroso que le resultaba, la temperatura de su cuerpo siempre se adaptaba a la de su entorno, lo que quería decir que era inusual cuando sentía frío o calor intenso, además le resultaba totalmente incómodo. De vez en cuando paseaba sus dedos por su espalda, estremeciéndose cada vez que tocaba una irregularidad.

Justo en el momento que ella volvía a tocar las cicatrices Hurcan apareció en el umbral de la cocina. Neana se había ensimismado tanto que había dejado de prestar atención a su entorno.

—¿Te asquean tanto las cicatrices?

Apartó sus dedos y se enderezó.

—No se trata de eso —vaciló ella ante su mirada inquisidora—. No me importan las cicatrices, me importa lo que pasó. Yo no hice nada y ahora estoy marcada para siempre.

La furia estaba latente en su voz, como una promesa. Hurcan solo asintió, sus ojos no flaquearon, pero hubo algo en el brillo de sus ojos que igualaba la ferocidad de ella.

—Es temprano —dijo él después de un rato de silencio, Neana se entretuvo lavando cualquier cosa que ya estuviera limpia para no tener que mirarlo—, y es mi día libre, dado que no tengo que hacer nada mejor que sentarme sobre mi trasero, me gustaría que empecemos temprano con nuestras preguntas, me encuentro curioso por lo que esa pequeña cabeza tuya haya planeado decir.

Tragó saliva y él pudo escucharlo, por supuesto, de la misma forma en la que podía escuchar su atormentado corazón. Odió sus sentidos dotados y se odió a sí misma por ser tan predecible, trató de consolarse diciéndose que cualquier persona hubiese planeado una respuesta en su misma situación.

En un arrebato de valentía buscó su mirada ambarina y asintió estando de acuerdo.

—Pero esta vez inicio yo —advirtió ella.

Los ojos de él se entrecerraron con diversión.

—¿Quieres hacerlo aquí o en la sala? —cuestionó, muy consciente del doble sentido en sus palabras, estaba intentando ponerla nerviosa, ganarle el terreno que ella pensaba que tenía.

Neana observó su pose confianzuda y su rostro egocéntrico, intentó pensar en una respuesta ingeniosa, pero solo quería terminar con esto. Descubrió que en su cuello su vena saltaba algo apurada, eso significaba que él no estaba del todo tranquilo como quería aparentar.

Ella supo en ese instante lo que lo haría retroceder un paso.

—¿Por qué fuiste a verme cuando me azotaron? —su voz estaba firme y fue lanzada como una flecha hasta el pecho de Hurcan, cuando dio en el blanco él se inclinó ligeramente hacia atrás—, ¿por qué…te importó?

Las hadas eran azotadas con mayor frecuencia de lo que le gustaría admitir, eran reemplazadas, eran cambiadas. Si ella no estuviera aquí hoy, otra estaría en su lugar, así como ella reemplazaba a las cientos que decidieron por voluntad propia no quedarse. Pero ella…ni siquiera se llevaba bien con Hurcan antes del incidente, solo era normal, no se veían mucho, no conversaban. Neana no entendía por qué él seguía queriéndola allí cuando no era más que una trabajadora común.

Hurcan plantó sus pies en el suelo, estabilizando su postura, preparándose para lo que iba a decir.

—Mis promesas nunca habían sido rotas —comenzó con el ceño arrugado—, yo te había prometido que nadie iría por ti, quizás no lo dije usando esas palabras exactas, pero era lo que quería decir. Rompí la promesa cuando ellos fueron por ti. La rompí cuando te azotaron hasta casi matarte. Tú no merecías eso. Apenas haces ruido cuando estás aquí, trabajas bien, no me molestas desde ese primer día con tu impertinente boca. No merecías nada de eso y todo fue mi culpa. Y darme cuenta de eso se sintió…como si un cuchillo empujara desde aquí —tocó su abdomen, apretó su puño contra su camisa y la subió con lentitud hasta el medio de sus pectorales—, hasta aquí.

Estaba congelada en su lugar, por la confesión y por sus propios sentimientos, ella había sentido lo mismo cuando estaba con los curanderos, él nunca había usado la palabra “promesa”, pero le había dicho que nadie iba a ir por ella y Neana le había creído. Demasiado rápido.

—No fue su culpa. Esa mujer estaba celosa e iba a encontrar una u otra forma de lastimarme.

Cualquiera de ellos, casi dijo, recordando borrosamente la forma en la que se había dirigido al anciano del consejo. Era un milagro que siguiera viva, sin dudas.

—Marllorie no será un problema para ti nunca más, puedes estar tranquila —Neana bajó su mirada hacia sus manos entrelazadas—. Ahora es mi turno —murmuró con un poco más de ánimo.

Se mordisqueó el labio esperando, miraba de reojo por cualquier cosa que pudiera hacer, no quería solo quedarse quieta allí bajo su mirada para responderle, quería tener la oportunidad de evadir esa mirada entrenada para buscar verdades y mentiras en los demás.

—¿Por qué tenías una de mis plumas escondidas?

No había terminado de hablar cuando ella había saltado al lavabo otra vez, dándole la espalda, eso al menos impediría que él observara su rostro bañado por la vergüenza. Neana tomó un pañuelo y comenzó a frotar las superficies.

Se había preparado, había practicado en voz baja en frente del espejo. Oh, era una sucia cobarde ahora.
Sintió el calor del cuerpo de él a dos pasos de su espalda, esperaba por su respuesta, impaciente.

—¿Y bien? —presionó el alado.

Maldito alado, ¿por qué siquiera estaba hablando con ella? Se suponía que no la toleraba.

—La tomé el día que llegué aquí, perdón —balbuceó.

—Eso no responde mi pregunta —espetó con rudeza, perdiendo la paciencia—. Tenemos un trato, Neana. Contéstame.

El hada se regañó, obligándose a dar una maldita respuesta. Cerró sus ojos.

—Es lo más hermoso que he visto, el color, es como si la luna y las estrellas las hubiesen bañado. Nunca había visto nada como eso, quise conservarlo como un recuerdo…

Cuando me fuera, fue lo que no dijo.

Abrió sus ojos girándose para poder saber lo que pensaba él, casi jadeó al encontrarse con un rostro sonrojado y brillante. El alado no quiso mirarla, solo se cruzó de brazos y se marchó. Neana escuchó segundos después su aleteo dejando la residencia.

¿Qué había hecho mal ahora?

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now