Los ojos no se disfrazan

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Hurcan no regresó en horas, a Neana no le quedó más remedio que seguir trabajando con normalidad, pero “normal” era todo lo contrario a como se sentía, sabía que ese juego estúpido los iba a llevar por un camino peligroso, debió haberse negado, debió haber detenido a ese alado caprichoso.

No dejarlo salirse con la suya.

El repiqueteo intranquilo de su corazón vaciló cuando escuchó un aleteo, ella ya estaba en la sala, barriendo el lugar que ya estaba impecable, aun así fingió seguir con la tarea hasta que unas botas gruesas de cuero caminaron hacia dentro. Levantó el rostro porque sus pasos sonaron distintos.

No era Hurcan.

Un temblor la sacudió y la escoba cayó de sus manos.

Era Sammuel Oviedo peinando su cabello negro como la noche hacia atrás, fuera de sus ojos sonrientes.

—Buenas tardes, señorita —el gran alado apretó sus alas y se inclinó para recoger la escoba que se había resbalado de sus manos—. Lamento si soy inoportuno, quería tener la oportunidad de hablar con Hurcan, es difícil poder conseguir una reunión con él estos días.

Su tono sugería molestia, pero no al grado de aterrar a Neana, ella suspiró un poco aliviada y aceptó lo que el alado le ofrecía, no pudo esconder el ligero temblor que aún dominaba sus manos. Tomó la escoba rápido y con fuerza.

—Gracias —carraspeó, no quería sonar insegura. Sammuel no alejaba sus ojos ni un solo segundo de ella, invitándola a seguir hablando—. El señor Hurcan no está, pero le diré que vino a verlo.

El alado hizo una mueca cansada, movió sus ojos por el lugar y asintió silencioso, Neana sabía que él estaba escuchando, averiguando si era verdad que no había nadie más en la residencia. Ella intentó no dejar que eso la insultara, pero sus mejillas se pintaron de rosado fuerte.

—Gracias, eres amable y buena —dijo él, sus hombros cayeron un poco—. Escuché lo que sucedió —Neana supo a qué se refería, su condescendencia era obvia—. Lamento que te toparas con las personas equivocadas y que ellas te hicieran sufrir eso. Te daré un consejo que te ayudará a tener más cuidado, ¿sí? —ella había bajado su rostro y ahora los dedos de él subían su barbilla—. Los ojos no se pueden disfrazar, no confíes en palabras ni acciones, todo es engañoso menos los ojos. Si te fijas bien sabrás en quien confiar y de quien deberías alejarte.

Los ojos de él, tan sinceros, la hicieron asentir como una niña que acababa de ser reñida por su padre. Ambos rostros giraron al mismo tiempo hacia el gran balcón cuando escucharon el poderoso aleteo del Caballero.

Era él, sin duda alguna.

Sus alas se extendieron tensas en el balcón, preparándose para guardarse apretadamente en la espalda de Hurcan. El hombre tenía ojos fríos y despiadados, su postura era la de un soldado en guardia listo para atacar. Miraba a Sammuel, toda esa ira y amenaza dirigida a él.

—¿Se puede saber qué mierda haces aquí? —se dirigió hacia ellos llevando el viento consigo, Neana se tambaleó, su barbilla tropezándose con la mano de Sammuel aún extendida—. Aparta tu mano —ordenó en voz baja, mirando donde tocaba al hada.

Sammuel bajó su mano en un movimiento agraciado y se ajustó su traje, retó a Hurcan caminando por el espacio del recibidor, sonreía satisfecho.

—Me parece que no te había quedado claro cuan urgente es el asunto que debo conversar contigo. Aquí y ahora es un buen momento, despide a tu hada para que podamos conversar —pidió con simpleza el alado de ojos azules.

Neana esperó por la reacción de Hurcan, no mostró nada, pero un musculo en su mandíbula saltó con tensión. En sus ojos había una muralla cuando le espetó: —Ve a la cocina.

—Ella debería irse —tosió Sammuel, tenía una sonrisa de disculpa plasmada en el rostro.

—Cocina —concluyó Hurcan señalando hacia donde debía ir Neana—. Tú y yo hablaremos en mi habitación —masculló.

*****

El hada achicó los ojos y su boca se apretó, sus manos se sostuvieron del lavabo y sus orejas se movieron un poco siguiendo el sonido de los pasos de los hombres. Sabía que como empleada era común ser despedida cuando habían reuniones importantes, pero Hurcan nunca tenía reuniones allí, mucho menos con gente que detestaba. Sammuel había sido tan insistente en que ella se marchara…

Los ojos no se pueden disfrazar.

¿Qué era lo que no quería que ella escuchara?

*****

Estaría muy muerta si alguno de ellos la atrapaba, pero no podía quedarse sin hacer nada cuando ambos hombres de cargos tan altos iban a discutir quizás algún asunto que para ella sería relevante. Tenía a su prima en mente, Aleina, lo que ella había insinuado y ahora…esta reunión tan urgente que debían tener fuera de alcance de su audición.

Podía vomitar en cualquier instante, tuvo que tragárselo.

Ella se deslizó como el pétalo de una rosa en un suelo de cristal, confundiéndose con el silbido del viento, usando su magia para espantar su propio efluvio. Se quedó junto a la puerta de la habitación de Hurcan, cerró sus ojos y escuchó.

—Que la azotaran encendió algo y lo sabes, los alados están tensos, saben que deben esperar algo —explicaba Sammuel en voz muy baja.
Silencio, el susurro de pasos.

—No —negó Hurcan a cualquier sugerencia que Sammuel pudo haberle hecho sin palabras—. Todavía no.

—¿Qué más estamos esperando? ¡Los tenemos!

Neana llevó una de sus manos hacia su boca, clavándose las uñas allí para no jadear.

—Te dije que no.

—¿Es por tu hada de rostro exquisito? —reclamó Sammuel, su voz bajando un par de tonos más—, ¿te encariñaste?

El sonido crudo de piel siendo golpeada la hizo tensarse.

—Cuidado donde quieres llevar esa nariz o te encontraras con que ya no posees una.

Pura y fría amenaza.

—Tu vida, tus asuntos, tus amantes, nada de eso me interesa, pero cuando interfieren en nuestra misión se convierte en un problema para mí. Organiza tus prioridades y hablaremos luego del día de Cortejo. Si no me tienes una respuesta de capitán entonces yo tendré que tomarla.

Apenas, por una respiración de diferencia, tuvo tiempo de regresar a la cocina. Metió sus pies en las zapatillas y controló su respiración, por fortuna ninguno de los hombres fue a verla. Ambos se marcharon, dejándola a ella con mil cosas en la cabeza.

Lo sabían, si lo que había escuchado era correcto podía significar que ellos sabían lo que las hadas estaban planeando, ellos iban a hacer algo para contenerlos, quizás exterminarlos y por alguna razón Hurcan podría no querer esa acción todavía.

Sus piernas cedieron y ella terminó en el suelo con la mirada perdida, repitiendo las palabras en su mente, la conversación con su prima dando vueltas al mismo tiempo que la conversación que había escuchado a escondidas.

Hurcan todavía no quería actuar.

Sammuel había insinuado si ella tenía algo que ver.

Hurcan no respondió, ella tampoco quería responderse a sí misma, lo que quería tomar de aquel descubrimiento era la ventaja. Si ella…de alguna forma…influenciaba al Caballero…quizás y solo quizás podría detenerlo por más tiempo.

¿Pero cómo?

Ella no tenía respuestas para eso, pero sabía quién sí.

El Caballero y el hadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora