La caja musical

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Estaba forrada con terciopelo rojo y tenía bordes dorados, era una caja cuadrada que cuando se abría salían dos figuras de cristal, una bailarina y un caballero. La música que emitían mientras las figuritas se deslizaban en una danza mecánica eran tonadas antiguas creadas por hadas. Las cajas musicales eran usuales entre las hadas, eran hermosas y divertidas, el regalo perfecto para alguien.

No era que Neana deseara regalarle algo, solo quería intentar llevar algo de vida a ese lugar tan frío del cielo. En lo que ella no había pensado era en la forma de entregarlo, ¿debía dárselo y ya?, ¿o tenía que explicarle que no soportaba seguir en un lugar que necesitaba vida? Ella temía de lo que pudiera salir de su boca, la impertinencia se le estaba contagiando de él, estaba segura de eso.

Mientras esperaba para tomar su transporte a su trocito de cielo vio algo en la cartelera de anuncios, era un pergamino nuevo, estaba incluso perfumado con la información del día de Los Grandes Alados. Neana sonrió. Eso sería mañana en la noche y ya tenía el regalo perfecto para su señor.

Se suponía que ese día los sirvientes debían llenar los hogares de los Alados con flores para celebrarlos, bueno, se había ahorrado la ansiedad de pensar en algo para llevarle a Hurcan por su día.

Neana suspiró.

El día de los Grandes Alados”, desde muy pequeña había soñado con ver algo así, había escuchado historia sobre bailes en el cielo, espectáculos de vuelo, vestidos preciosos y presentaciones de canto impresionantes. Todas las hadas menores soñaban con ser contratadas para un evento tan grande como ese. De niña había bailado junto a sus primos en la pequeña sala de su casa un día como ese, todos se ponían telas de seda sobre sus brazos y las dejaban colgar, cuando giraban rápido estas se alzaban y ellos parecían elevarse.

Cuando la campanita que anunciaba su llegada al piso sonó, ella se deslizó dentro del lugar, pero en segundos notó que no era el lugar correcto. Parpadeó, sí lo era, esta era la residencia de Hurcan, pero estaba hecha un caos, peor a como la había encontrado el primer día. Había tierra en el suelo, los muebles estaban revueltos y…se escuchaban cosas quebrándose en la habitación.

Dejó la caja musical en el suelo junto a la cocina y fue corriendo hacia la habitación.

—¿Señor? —la voz le tembló.

Pero en la habitación no estaba Hurcan, era una mujer alada la que estaba desgarrando las sabanas de la cama con las manos. En cuanto sus ojos oscuros se toparon con los de Neana, el hada quiso salir corriendo, pero sería inútil. La mujer estaba enfurecida, tenía el rostro rojo y sudoroso, los ojos brillantes y los colmillos desenfundados.

—¿Y tú quién eres? ¿La puta que se mete en su cama estos días? —soltó con sorna asesina la mujer, sus ojos centrándose en una nueva cosa para destruir.

—Pertenezco al servicio de La casa Vento, yo solo limpio —agachó la cabeza viendo a la mujer venir hacia ella.

—No, no, se me olvidaba, las zorras hadas no se acuestan con él, ¿no? —rió—. Está maldito —susurró en su oído con voz teatral.

Se estremeció entera sin saber cómo manejar la situación, no quería mirarla, era una mujer enorme y las mujeres aladas eran reconocidas por su ferocidad al pelear.

Cayó al suelo empujada por la brutalidad de una bofetada, el hada sintió la sangre acumulárse en la boca y la ira burbujear.

—Mírame cuando te hablo, zorra —exigió la alada.

El hada la miró, ayudándose con su magia se puso de pie, tenía la respiración atorada en su pecho, sentía la cara caliente y ella quería devolverle la bofetada a la mujer alada, pero la detuvo, sonriendo como una criatura malvada. Esa mujer era una guerrera entrenada, Neana era una sirvienta.

El Caballero y el hadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora