Podrías quedarte para siempre

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Hurcan no le quitaba los ojos de encima.

Tampoco las manos.

Y ella estaba extasiada, sintiendo que el tiempo no corría, sintiendo que los únicos habitantes en el mundo eran ellos. Nada más importaba.

Si tan solo no fuera consciente de lo que la estaba esperando en Ciudad Alada…

Habían pasado tres días fuera y ya era suficiente, no tenían noticias, no sabían nada. Tenían que regresar. Ella ya estaba bien, las alas de Hurcan estaban bien.

Un escalofríos la recorrió al imaginarse como sería todo una vez que las hadas se alzaran, no podía, solo veía sangre salpicando la tierra, gritos, bosques ardiendo, el sonido de las espadas y muerte. Mucha muerte.

Detuvo los movimientos ociosos de la mano de Hurcan sobre su vientre expuesto, se levantó sobre sus codos y se subió en él. Hurcan hizo que el fuego en su mirada desapareciera cuando se percató de que la mirada de ella no era una deseosa. Neana lo estaba mirando con seriedad.

—Vamos a iniciar una guerra —musitó.

Lo ojos ambarinos dudaron.

—Yo voy a iniciarla, tú…podrías quedarte aquí para siempre si eso quieres —insinuó, imitando su tono bajo.

Suspiró con tristeza.

—Sé que mi aprendizaje en el entrenamiento ha sido lento, pero sigo teniendo mi magia y no pienso esconderme mientras que los demás están peleando por mi libertad.

Hurcan le acarició el rostro, sus ojos se enfurecieron, aunque una sonrisa tiró de sus labios.

—Lo sé —dijo—, sé que no importa lo que diga o pase, tú vas a pelear.

Era su lucha, por supuesto que lo haría, porque la idea de que pusieran alguna vez un látigo cerca de ella la hacía querer golpear rostros. Pelearía con todo lo que tuviera para que ninguna hada volviera a tener esos temores.

Comenzó a trazar las cicatrices en el rostro de él.

—Creo que nunca te pregunté…

—Me preguntas cada cosa que se te cruza por la cabeza, eso es lo que nos ha hecho pelear, ¿recuerdas? —interrumpió él, toqueteando sus costado con su dedo índice, haciendo que ella se retorciera sobre él. Paró cuando se dio cuenta de lo que esos movimientos estaban haciéndole—. Tú y tu boca imprudente. 

Se rió, bajito, tenía la impresión de que si hacía mucho ruido rompería la burbuja que los envolvía. Aunque Hurcan la hacía hacer muchos ruidos altos, cuando estaba dentro de ella,  cuando jugaba con sus dedos o su boca.

Sacudió un poco su cabeza, alejando esos recuerdos.

—Quiero saber por qué quieres pelear en esta guerra, contra los tuyos.

—Muchos alados pelearán por las hadas —espetó.

—Cuando tenga oportunidad les preguntaré sus motivos, ahora —miró a sus ojos—, me gustaría saber los tuyos.

Intensidad nació en los ojos de Hurcan, se reincorporó quedando totalmente sentado, envolvió sus brazos alrededor de ella y tragó saliva.

—Cuando era niño había un hada que servía a mi familia, era un hombre que nos cocinaba, limpiaba y me atendía cuando lo requería. Una vez peleé con papá, quería comenzar a llevarme a los campos de entrenamiento, pero yo no estaba interesado. Sabía que me obligarían a ir y yo solo quise…enfurecerlo —desvió su mirada hacia la garganta de Neana, puso sus dedos allí, sintiendo su pulso—. Tomé el anillo de la familia, el más importante para mi padre y lo escondí entre las cosas del hada. Mis padres nunca se acercaban a él salvo para ordenarle, pensé que nunca lo encontraría. Cuando papá lo encontró le destrozó las manos al hada y después lo mató, rompió su cuello enfrente de mí, mamá me sacó de allí, pero yo ya lo había visto todo —se le enfrió el cuerpo—. Mi padre me dijo después, en mi habitación: Eso es lo que le pasa a las hadas que olvidan su lugar —eso la hizo mirarla—. Y solo podía pensar en que ese hombre no había hecho nada, ni siquiera le habían dado la oportunidad de hablar o defenderse. Había sido yo y cuando lo confesé…Mi padre solo me dio horas extras de entrenamiento.

Lo estaba mirando con horror, no podía ocultarlo, tenía el estómago revuelto y su piel pálida. Hurcan pareció dejar de respirar, esperando a que ella reaccionara.

—Eras un niño, no sabías lo que hacías.

—No, no lo sabía. Pero desde ese momento lo supe. Me di cuenta de que alguien había muerto cruelmente no por lo que pudo haber hecho, sino por lo que era. Por su sangre. Mientras que yo…por mi sangre, solo fui obligado a entrenar. En los campos de entrenamiento lo viví casi todos los días, mataban a las hadas por cualquier minúsculo error y yo que había hecho algo tan horrible seguía allí, solo observando. No era justo —negó, agachando su cabeza, como si quisiera esconderse de ella—. Conocí a unas hadas que preferían morir antes que arrodillarse y con ellos inició la resistencia, Daniel me encontró y trajo más gente, alados y hadas —su cabello le hizo cosquillas en su pecho, el aliento caliente se tropezó con su piel—. Y entonces llegaste tú, me había esforzado por mantener a las hadas fuera de mi residencia, no soportaba que me sirvieran. Tú me lo hiciste fácil, te hubiera echado ese mismo día por tu comentario, pero…Fue eso mismo lo que me hizo querer conservarte, pensé en que no sobrevivirías con ese tipo de comentarios sirviendo a otro alado. Te asusté solo porque quería que no te metieras en problemas, porque este mundo no está listo para tu boca suicida —Hurcan levantó su rostro con lentitud, fijando sus ojos en su boca, le acarició los labios con los pulgares—. Pero voy a pelear, Neana. Voy a pelear para que puedas maldecir, insultar y decir la cantidad de cosas indecibles que te plazcan, sin que algún bastardo quiera castigarte porque cree tener el derecho a silenciarte.

No la besó, esperaba que ella no lo aborreciera después de lo que había revelado. El miedo, la vergüenza y el perdón impregnaban su mirada. Neana lo abrazó, enroscando sus brazos en su cuello y lo sintió gemir de puro alivio.

No lo aborrecía, no lo hacía en lo absoluto.

Porque él no había aceptado ese destino, estaba peleando por cambiar las diferencias en las que él era un ganador y los demás no. Iba a pelear por ello, iba a defender la igualdad en la que creía.

Las manos de él intentaban mantener sus caderas lejos de la dureza palpitante que se alzaba entre ellos, reclamando ser atendida. Neana tocó una de sus alas, acariciándolo, susurrándole que estaba bien y se dejó recostar por ella.

Lo besó mientras que sus manos recorrían su pecho, sentía que había desarrollado una especie de obsesión por él. Hurcan suspiró en medio de sus besos, devolviendo sus caricias con la misma intensidad. Pero entonces ella envolvió su miembro con su mano y bombeó.

Hurcan jadeó cuando ella lo volvió a hacer, rápido y duro.

Neana comenzó a besar su pecho sin abandonar su estimulante agarre. Cuando estuvo sobre su estómago Hurcan el apartó el cabello del rostro y con un movimiento de caderas desesperado le hizo saber lo que quería.

El Caballero y el hadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora