El día de los Grandes Alados

1.1K 201 11
                                    

Una vez me dijo el viento

Mi camino he de seguir

Una vez me dijo el viento

Confía en tu sentir

Una vez me dijo el viento

Y todo me llevó a ti.

En el día de Los Grandes Alados se celebraba una oración en conjunto en el templo Alado, pero a ese lugar las hadas no tenían permitido ir, todos los que no podían llegar al gran templo debían ocuparse en otras tareas, en el mercado, en el bosque, en la Casa de Vento. No importaba donde fuera. Las hadas debían rendir tributo también. A ellas no les importaba, adoraban a sus propios dioses en secreto. Lo llenaban todo de flores, aceites, música y comida, aquellas hadas bendecidas con el don del canto eran reclutadas para el entretenimiento de la Casa de Vento, las restante jugueteaban por la calle, aún dentro de las paredes de piedra se podían escuchar sus canciones.

Plumas caen color azabache

Viene la noche

¿No ve lo que hace?

Sus ojos me llaman como una sirena

Secreto prohibido

Para una sirvienta.

Había una bruma de voces murmurantes, eran las hadas, todas cantaban. Neana lo hacía, sus labios se movían por si solos, su voz salía como llamada por algo más fuerte que ella misma.

Toma mi mano

Sigue las velas

La vida es eterna

Adentro en mis venas

Sigue mi vientre

Sigue mis piernas.

Era la canción de los amantes prohibidos, Neana no podía evitar sonrojarse, aunque esa canción hubiese sido tocada en cada fiesta a la que había asistido, se trataba de una declaración, secretos de un hada que tenía tantos anhelos que tuvo que transformarlos en una canción. Para ella resultaba demasiado íntimo, algo que solo debía ser escuchado por quien inspiró esas palabras.

—¿A quién crees que elijan como los grandes alados esta vez? —preguntó con voz aterciopelada un hombre de piel luminosa—. Ojala nosotros pudiéramos votar, escogería sin dudas a Sammuel Ovento.

—¡Es tan…guapo! —chilló una chica que no dejaba de arreglarse su cabello dorado—. Quisiera que se fijara en mí, que me permitirá acompañarlo esta noche.

Neana echó una mirada rápida a los tobillos de esas hadas, se las habían quitado, lo que significaba que querían tomar la compañía de algún alado. Ella suspiró mirando su propio tobillo con el dije de metal, estaría tranquila, eso la aliviaba, aunque seguía alerta en busca de cualquier señal de la amante de Hurcan.

—¡Matsan! —los llamó Persen.

“Matsan” significaba “unidos por la sangre” en el idioma feérico. Una corriente eléctrica atravesó a Neana, la palabra haciendo eco dentro de ella. Se sentía como un azote, un grito del alma que llamaba “hermano”, “amigo”, “mi sangre”. Pocas veces se escuchaba a las hadas hablando su idioma en un lugar como ese, los alados no soportaban saber lo que ellos decían y lo habían prohibido.

El hombre que emanaba seguridad estaba parado en medio de la sala llena de hadas ansiosas, iba vestido con telas satinadas plateadas y collares de perlas. Tenía una sonrisa cariñosa mientras los miraba a todos, cuando se detuvo por unos segundos en Neana, ella se removió incomoda.

—Esta no es una noche fácil como se los hacen creer en sus habitaciones cuando son niños, sus padres les cantan y susurran acerca de este día como uno hermoso, prometen sonrisas y bailes, pero no es así. No se tomen libertades. Ustedes estarán allí para servir, no para compartir —no vaciló—. Sé que será la primera vez de algunos, quiero recordarles que si un problema se presenta deben intentar ser cautelosos e informar a sus compañeros, ayúdense entre sí y si el problema lo consideran inmanejable vendrán a mí. Primero a mí.

Tragó saliva viendo a Persen llevar sus manos hacia los bolsillos de su precioso pantalón, creyó percibir que los dedos le temblaban.

Después del discurso de su empleador se formaron varias filas para comenzar a salir, las hadas eran un mar de colores brillantes y olores exquisitos, se habían frotado aceites en la piel para que relucieran, algunos incluso dejaron salpicar un poco de caramelo para el disfrute de quienes los reclamaran. El vestido que llevaba Neana dejaba sus tobillos desnudos, se ajustaba a todo su cuerpo como un pétalo de rosa y era blanco, su espalda quedaba desnuda por completo y allí habían hecho algunos dibujos significativos. Eran distintos en cada hada. A ella, como si se burlaran de sus secretos, le dibujaron alas con tinta blanca y plateada.

Quiso negarse sobre ese dibujo, no soportaba pensar en lo que dirían los alados, la forma en la que se reirían de ella por desear lo que nunca podría tener.

Antes de salir tomó una respiración profunda, muy profunda y se tragó el nudo en su garganta. Soltó los puños y relajó sus manos. Miró al frente, a sus compañeros. Matsan. Su sangre pertenecía a ellos, pero su alma no. Su cuerpo no. Su espíritu no. Ella no iba a servir para siempre, no iba a quedarse donde la veían con inferioridad.

Ella tenía un plan.

Ella tenía…un sueño.

Matsan, les dijo con su corazón en su mente, ustedes quieren permanecer, pero yo no puedo. Veía a las hadas sonriendo realmente excitadas por lo que se avecinaba. Dioses, espero que puedan perdonarme algún día. Vienve ent erser, Matsan.

Vienve ent erser”, significaba: “El cielo es mi sueño, pero yo no soy su esclavo”.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now