Bajo tierra

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El piso era liso de piedra gris fría, lo segundo que vio Neana fue las grandes ventanas y balcones del lugar, lo que se mostraba afuera era el cielo, ni siquiera se veían las otras montañas desde su posición, pero como atraída fue hacia allí, no al balcón, ese era aterrador y sin seguridad para seres sin alas. Ella fue hacia una de las ventanas.

Sus pies envueltos en zapatillas de satén se tropezaron con ramas, flores y hojas secas, además de otros cosas, se dio cuenta de que los muebles estaban descuidados, como todo el recibidor, su cabeza comenzó a trabajar en todo lo que se tendría que hacer para que el lugar cobrara vida, pero tuvo que olvidar eso ante la caricia del viento salvaje, olía delicioso, era vida y era el mundo ante ella.

Majestuoso.

—Será mejor que comiences con este lugar —carraspeó Persen, sin haberse movido de su lugar—. Yo no tengo permitido permanecer aquí mucho tiempo, me iré.

Neana se giró hacia él, parecía incomodo en su lugar y ella lo entendía, odiaba ver este lugar tan…vacío, sucio, desordenado. Este lugar que era tan amado por criaturas como Persen.

—Por supuesto, señor, gracias —musitó la muchacha, alejándose de la ventana.

—Un consejo, Neana —dijo él, borrando su sonrisa—. Sé invisible.

Neana tragó saliva viéndolo irse y se sintió sola, tan sola en ese lugar donde lo único que podía percibir era el viento, se arrepintió de haberse quejado durante años por su enorme familia, todo el tiempo se le escuchaba a alguien hablar en esa pequeña casa del bosque, pero allí, solo era el silbido, el frío y la soledad.

¿Era ese el cielo con el que miles de hadas fantaseaban?

Ella no quiso seguir pensando en ello, no quería seguir cuestionándose cosas. Negó y se inclinó en el suelo para comenzar a recoger las plantas muertas, debían llevar meses allí, porque ningún ser del bosque permitiría que algo como eso muriera. Su cabello se deslizó por sus hombros delgados hacia adelante, barriendo el suelo cuando agachaba la cabeza, se dijo a sí misma que no llevaría más el cabello suelto, aunque muchos la alagaran por su belleza, ella no deseaba seguir limpiando el suelo con él.

Cuando se levantó tenía los brazos repletos de cosas, incluyendo plumas, largas suaves y plateadas. Tomó una y la escondió en su cintura, entre la tela enrollada de la falda que llegaba hasta sus tobillos. Iba a dar un paso buscando un contenedor de basura, pero entonces escuchó el aleteo y el violento sonido de pies aterrizando en el balcón.

Sigue trabajando, se exigió. Como si él no estuviera aquí, silenciosa e invisible.  

Se dirigió hacia donde pensó que era la cocina, por fortuna lo era, aunque no había una puerta que la separara de aquel enorme sujeto se sintió más tranquila, invisible. O eso creía.

—¿Por qué mierda estás aquí?

Se quedó tiesa en su lugar, maldijo porque esa voz era aterradora. Dejó las cosas en el primer lugar que encontró y salió de la cocina —que estaba caótica— para presentarse a quien serviría por una buena temporada. Sus pasos ni siquiera se oían, ella se deslizó por el lugar como si fuera el viento y fue hacia el alado con rostro enfurecido.

—Buenas tardes, señor, yo soy…

—No solicité ninguna compañía de cama —escupió él, cruzándose de brazos y extendiendo sus alas.

Eran tan grandes…y plateadas, como si hubiesen sido hechas con luz de luna y besadas por las estrellas. Neana no le miró el rostro, mantenía su vista fija en el uniforme de alado que llevaba. Impecable.

Un músculo de la mandíbula le saltó, estaba siendo irrespetuoso.

—Yo no sirvo como compañía de cama, señor —sonrió, tenía que hacerlo, tenía que ser agradable—. Serviré a usted, pero no de esa forma. Estoy aquí para lo que necesite.

El alado soltó una carcajada que la hizo estremecerse en su lugar.

—¿Y si lo que necesito es una compañera para mi cama? 

Se estaba burlando de ella.

Levantó la cara, para mirarle el rostro cuando ella dijera, con absoluta calma y amabilidad venenosa: —En ese caso intentaré conseguirle una, señor.

Para nadie era un secreto que las hadas dedicadas a brindar placer se negaban rotundamente a él, no importaba cuánto ofreciera, no importaba si los empleadores amenazaran con despido o peor, las mujeres siempre decían que no. Las hadas eran prohibidas para los alados, esa era una regla que ellos mismos habían impuesto, condenándose a sí mismos a los encuentros furtivos en locales del bosque.

Había un rumor que Neana había escuchado una vez, sobre el Caballero, las mujeres parloteaban sobre convertirse en polvo lunar si se dejaban tocar por él y entre las hadas ese tipo de habladurías eran creídas. Por lo que Neana sabía que si ella buscaba a una mujer para él no la conseguiría, por lo menos no una que fuera hada.

Hurcan también sabía eso.

El rostro del hombre no era muy diferente al de los otros alados, tenía las facciones endurecidas y la expresión amenazante que solían tener todos, no era atractivo ni podría considerarse alguien hermoso, mucho menos teniendo a alguien como ella al lado, pero aun así, a Neana no le pareció tan temible como se lo habían descrito. Él era normal. Un alado de ojos ambarinos.

—Aprende a cerrar la maldita boca si quieres sobrevivir aquí, viniste a servirme no a hablar. Quiero que este lugar quede limpio en una hora, todo, si no es así te atienes a las consecuencias.

Le gruñó cerca del rostro, teniendo que inclinarse para llegar a su altura, su aliento caliente le golpeó el rostro con su promesa. Ella agachó su rostro molesta por tener que hacerlo, por tener que reprimirse.

—¿Eres sorda o qué? —le gritó, la fuerza de su voz fue tan imprevista que ella se encontró retrocediendo—. Si no te has movido debe ser que puedes hacerlo más rápido. Tienes treinta minutos.

El hombre se giró haciendo que sus fuertes alas la empujaran a un lado, él fue hacia su balcón y sin decir nada más se lanzó violento al viento.

Respiró aliviada y sorprendida, se había preparado para todo, para él, pero era peor, mucho peor. Miró el lugar y su reloj interno se movió, como una fina aguja, marcando los segundos.

Se movió, rápida. No pretendía hacer que la despidieran, ella iba a pelear hasta el último momento. Se tragó su orgullo pensando en que no iba a perder su trabajo, no el primer día, se había prometido que resistiría y el juego apenas estaba comenzando.

Bloqueó los pensamientos del hombre nefasto y se concentró en su tarea.

Mientras fregaba el piso miró un segundo hacia la ventana.

Estaba en el cielo, era un hecho, pero en ese momento se sintió bajo tierra. Allí tendría que esconderse, bajo tierra, si no cumplía con la orden injusta que le habían dado.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now