El Caballero y el hada

Extra #3

La desesperación lo abatió.

—Neana —llamó—. ¡Neana!

Siguió gritando, implorando, rugiendo.

Hurcan no podría soportarlo una vez más. Ella tenía que estar bien.

Salió de la cabaña cuando la desgarradora certeza de que no estaba adentro lo golpeó. Olfateó el viento, iba a buscar su rastro. Iba a buscarla y a seguirla a donde hubiera ido...o a donde fue llevada.

Si algún alado había venido...

¿Quedaría algo qué encontrar?

Ese pensamiento casi lo hizo caer sobre sus rodillas en la playa. No. Eso no. Podía olerla. Era fresco, de hoy y no habían olores extraños acompañándola.

—¡Nena! —la llamó—. Por favor.

Iba a lanzarse a los cielos para buscarla en el denso bosque, pero entonces vio un movimiento entre los árboles.

Era ella, estaba yendo hacia él.

—Hurcan.

Algo parecido a un sollozo salió de él.

Fue a buscarla, atrapandola entre sus brazos. Aferrandose a su delicado cuerpo con ferocidad. La levantó del suelo y terminó de sacarla de la vegetación.

Su olor le devolvió latidos a su corazón, la sensación de su cuerpo contra el suyo lo hizo derrumbarse sobre la arena y su mirada...Esos enormes y preciosos ojos oscuros sacaron la daga que habia estado retorciéndose dentro de él.

—Me asusté —ella tembló—. No te reconocí, tú nunca regresas así —dijo, mostrándole sus manos manchadas de negro.

Sus alas seguían pintadas, su piel estaba curtida. Pero había anhelado tanto regresar con ella que no pensó en perder el tiempo limpiándose.

—Perdón —jadeó, sosteniendo su rostro—. Quería volver contigo y no pensé en...

—Ya estás aquí —musitó ella, sonriéndole.

Y eso lo noqueó.

Fue ella quién lo besó, demandante, hambrienta, desesperada. Sintió ese beso cómo la bocanada de aire que hacía la diferencia entre la vida y la muerte.

Hurcan quiso hacerle el amor ahí mismo, porque podía, porque sí. Pero algo lo detuvo, una sensación.

—Estás diferente —la observó, buscando heridas, pero no halló nada, salvo el olor de su necesidad.

—Creo que... estoy embarazada.