La montaña de los caídos

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Se suponía que debía fingir.

Hacerle creer que ella confiaba en él.

Pero esto era demasiado, había una línea invisible dibujada y él le estaba pidiendo que la atravesara ciegamente. Neana no podía hacer eso, no después de todo lo que había vivido en mano de los alados, no le importaba que él estuviera ocultando algo, no le importaba que quisiera –por alguna razón- protegerla.

Él tenía alas y ella no. Eso era la única verdad en ellos, eso era lo único que ella debía creer.

No iba a mostrarle su magia.

—No te mostraré mi magia —bramó ella, sintiendo una especie de bestia rugir en su sangre.

Hurcan no retrocedió.

—¿Por qué no?

No respondió, mordió el interior de su mejilla para contenerse y él lo notó, soltó un bufido de burla, le divertía verla reprimiéndose a sí misma cuando sabía que palabras peligrosas estaban a punto de salir. Boca suicida, .

—Anda, dilo, te doy permiso, suelta esa cosa indecible y yo te daré algo a cambio —animó el alado yendo a buscar su ropa, escogió las prendas como si ella no estuviera allí. Demasiado cómodo con su presencia.

Neana se enderezó, sus dedos hormigueando por la magia que quería curiosear. Se contuvo, regañándose. Eso pasaba cuando nombraban la magia, estaba tan reprimida dentro de ella que rogaba por ser liberada de cualquier manera, aunque eso significara escaparse de los amarres de Neana.

—Eres un alado —dijo con vehemencia—. Desde que tuve consciencia los alados han buscado mantenernos como sus sirvientes, nos obligan a retener nuestra magia, nos obligan a cerrar la boca. Y ahora tú…quieres que te la muestre —hizo énfasis en sus últimas palabras, esperando que él comprendiera la duda en ella—. Quieres verla para ayudarme, eso es lo que dices, pero me pregunto si tu verdadero motivo es aprender.

Aprender de ella. Aprender donde flaquea y hasta dónde puede llegar.

Las palabras de Ronny bulleron en su interior. Neana siguió hablando cuando se dio cuenta que él se había quedado quieto: —Quieres ver si puedo atarte con raíces al suelo, ¿verdad? —vaciló un poco sabiendo que lo que estaba a punto de decir no era bonito, pero al final no pudo detenerse—. Quieres saber si soy capaz de despedazar tus alas, ¿no es así?

Hurcan se puso de pie lentamente, Neana no podía interpretar su expresión, ella estaba ardiendo por dentro, ardiendo como lo había estado su hermana al decir esas cosas. Ahora entendía ese candor, ese llamado a la sangre. Y Hurcan…él también lo entendía, porque sus ojos estaban ardiendo con el mismo fuego de ella.

Se detuvo tan cerca de ella que sentía su respiración tropezarse con el cuero de su traje y devolverse a su rostro caliente, tenía la cabeza alzada, no estaba dispuesta a renunciar a esta pelea, no cuando él sacaba su lado más salvaje. El lado que la hacía recordar que tenía uñas, dientes y magia.

—No puedo imaginarte acercándote a mis alas para hacer otra cosa que no sea adorarlas —los pensamientos furiosos de ella se detuvieron, parpadeó hacia él, Hurcan siguió el movimiento y sonrió como un ganador—. Después de tus caricias de anoche pensé que incluso las besarías —Oh, dioses…Oh, santos dioses del cielo—. ¿En realidad creíste que no iba a darme cuenta?

Su rostro hirvió, no por la furia, sino por la vergüenza. Quería cubrirse el rostro y no volver a mirarlo nunca más, pero eso lo haría sentir mucho más superior. Tragó con dificultad, le tomó cada gramo de su espíritu no esconderse de él, no alejarse.

Fue él quien tomó distancia primero, ella se sintió tan aliviada que pudo haberse caído al suelo.

No dijo nada, no encontró fortaleza para decir algo después de eso.

Él continuó: —Tienes razón, sobre lo que dijiste, haces bien en no confiar en los alados. No tienes que mostrarme nada ahora, voy a llevarte a un lugar donde tú misma podrás juzgar y decidir si quieres aceptar mi ayuda. Puedes usar el baño primero.

El Caballero se dirigió hacia fuera de la habitación, pero la voz recién encontrada de Neana lo detuvo.

—¿Qué lugar? —por fortuna no titubeó.

No se giró para responderle.

—La montaña de los caídos.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now