Cosas indecibles

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No era tan malo, eso se decía a sí misma. No era como volver después de mucho tiempo ni como si fuera la primera vez. Era lo que era, regresar después de haber sido castigada por manos crueles e insensatas. Todo seguía igual, hadas atareadas, pero no lo suficientemente ocupadas como para olvidar dirigirle miradas cargadas de lastima y pena. Neana podía escucharlas murmurando cosas, querían saber si era cierto lo que la amante de Hurcan había dicho.

Ignoró todo lo que decían, porque sentía que cada vez que les ponía atención su sangre hervía. No los culpaba, las hadas eran curiosas por naturalezas, también pasionales, por ese motivo no se sorprendió al escuchar las frases que sugerían que ella había terminado con Hurcan en un lecho y que la alada los había descubierto en pleno desenfreno. Dioses, ella quería salir corriendo de allí.

En su ascenso solitario se sintió protegida, pero cuando se percató de que se estaba acercando a su destino su estómago se removió, los nervios comenzaron a roerla desde dentro. Alisó su falda y ajustó el chal sobre sus hombros, tenía algo de calor, pero pensar en su espalda atravesada por marcas rosadas en recuperación la hacían apretarse contra ese calor.

Ahora era ella estaba marcada, no importa si las cicatrices desaparecían, estarían allí, fantasmales y frías.

La campanilla mágica anunció su llegada y las puertas del cielo se abrieron. Había silencio y solo un poco de desorden, no había nadie más que ella en toda la residencia. Eso la hizo soltar un extraño suspiro. No tenía demasiadas ganas de enfrentar a Hurcan, no después de tanto.

Se relajó y se puso a trabajar, recogiendo, sacudiendo y limpiando. Iba a ser la hora del almuerzo cuando lo escuchó llegando por el balcón del recibidor. Neana apretó el pañuelo entre sus manos e inclinó su cabeza un poco como saludo.

—¿Cómo te encuentras, Neana? —preguntó Hurcan sacándose las botas llenas de barro allí mismo.

—Bien, señor —respondió ella sin mirarlo.

Pero entonces él caminó descalzo hacia ella y tuvo que levantar la mirada, para su sorpresa no sintió ganas de escupirle el rostro. Él la evaluaba con la mirada de un soldado, había arrugas en su ceño, dureza en su expresión y aunque sus ojos fueran del color del sol, hicieron que ella se congelara de los pies a la cabeza.

—¿Por qué estás vestida así? —inquirió con extrañeza.

Su mirada fue hacia sus pequeños pies cubiertos por las finas zapatillas, allí estaba su alma también. Ella se había sentido preparada para enfrentar todo tipo de preguntas, para enfrentarlo a él y a su humor tan cambiante, pero no eso. Guardó silencio esperando que él lo entendiera, en la noche de los grandes alados él le había dicho que si no podía decir la verdad entonces tenía que quedarse callado. Ella se rehusaba a decir la verdad.

—¿Quiere comer ya o lo hará más tarde? —preguntó en lugar de responderle, su mirada sin dejar el suelo.

—Te propongo algo, respóndeme lo que te acabo de preguntar y yo te responderé alguna pregunta indecible que te ronde por la cabeza, ¿de acuerdo? —propuso, caminando hacia uno de los sillones donde se tiró y abanicó sus alas.

Neana levantó la mirada enervada por su actitud egocéntrica. Lo vio allí contra luz, sus pies colgando fuera del sillón al igual que sus enormes y gloriosas alas, su mirada quedó atrapada en ellas por varios minutos, hasta que él carraspeó. Su rostro se tornó del color de las amapolas.

Tomó una rápida respiración antes mascullar entre dientes: —Un hada marcada es considerada una vergüenza, su belleza es rota y despreciable. Aunque todos hayan visto lo que sucedió, no deseo seguir alimentándolos con la visión de mí —se detuvo allí y se sintió hipócrita.

Lo acusaba a él de ser un narcisista, pero ella estaba avergonzada y pensaba que su hermosura había sido arrebatada por esas marcas que estaban desvaneciéndose. Era vanidosa. Todo ese pensamiento la hacía sentir estúpida y débil, no podía evitarlo, eso inculcaban en su comunidad desde que nacían bañados por el rocío. Y aunque ella sabía que era algo incorrecto, no podía desecharlo.

—Estás incomoda vistiendo eso, puedo notarlo desde que llegué —dejó en evidencia él, su voz sonando seria—. No tienes que esconderte aquí —aseguró—. Como sea, es tu decisión. Ahora es tu turno.

Se removió incomoda, Neana sabía lo que quería preguntarle, lo tenía bastante claro, pero entonces se encontró aterrada por la respuesta que él podría darle y comenzó a balbucear cosas sin pensar.

—¿Dónde está la caja musical?

Hurcan se rascó la barbilla y enarcó su ceja.

—¿Quieres que te la devuelva?

—No —negó ella—. Solo quiero saber dónde está.

Había limpiado todo el lugar, removido cosas que no debía, todo buscando la pequeña caja que le había obsequiado, pero no lo encontró en ninguna parte. Solo quería saber si lo había tirado o regalado.

Hurcan balanceó sus pies para ponerse de pie, dejó sus botas a un lado del sillón y se dirigió a su habitación, Neana pensó que él no contestaría, iba a reclamárselo, pero él se detuvo antes de cruzar el umbral, solo para decir: —No está aquí —reveló—. Entenderás que gozamos de poca privacidad estos días y no me gusta que nadie meta sus narices en mis asuntos. Solo puedo decirte que está en un lugar seguro y en buen estado —iba a marcharse, pero se retractó en el último segundos girándose con brusquedad—. Me parece que este juego de las cosas indecibles me entretiene lo suficiente como para intentarlo una vez más, no hoy, quizás mañana —sopesó con una pequeña sonrisa, ¿alguna vez lo había visto sonreír? Le resultó ensordecedor—. Sí, definitivamente —una de sus grandes manos fue hacía uno de los bolsillos de su chaqueta, sacó una pluma larga de luz de luna. Era una de sus plumas—. Mañana quisiera preguntarte sobre esto, es mía, por supuesto, nadie ha tenido nunca unas alas como las mías —el corazón de ella se estremeció leyendo la mirada de él—. Estaba entre tus cosas, guardada en tu habitación. Y quiero saber por qué.

Dicho eso volvió a girar y se perdió en el interior de su recamara privada, dejando a Neana con el corazón en la garganta y las extremidades entorpecidas. Nada había salido como ella quería y le aterraba pensar en cómo saldrían mañana con su nuevo juego de cosas indecibles.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now