Piel

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“Posesivo” lo había llamado Sammuel.

Neana necesitaba saber si era cierto, necesitaba comprender por qué Hurcan sentiría posesividad hacia ella. Él iba a luchar contra los suyos por la libertad de las hadas, así que no podía tratarse de un sentimiento amo-esclavo. Le había dicho que ese macho alado cruel que la había maltratado pertenecía a una máscara que debía vestir aquí, una máscara que bajo ninguna circunstancia se podía quitar.

Hurcan dejó las manos quietas sobre los tobillos de ella. No le respondió, no dijo una sola palabra, solo se quedó en silencio, su mirada en la de ella.

—¿Por qué no vas a dejar que me ponga las manos encima? —preguntó ella, genuina confusión en cada palabra.

—Te sugiero que tengas cuidado con las preguntas, podrías encontrarte con que no te gustan la respuesta —advirtió en respuesta.

Contuvo la respiración antes de decir:

Pruébame.

Todos al parecer creían que Hurcan estaba interesado en ella, los dioses supieran porqué. Para ello eso iba más allá de lo absurdo. Sin embargo, si él no se molestaba en contener ese tipo de frases que provocaban la curiosidad en ella, Neana no iba a molestarse en seguir ignorándolas.

—¿Quieres que alguien como Sammuel Oviedo te toque?

—Una vez me dijiste: Si no puedes decir lo que en verdad estás pensando,  solo calla.

Hurcan evadió su mirada, tenía las mejillas pintadas de rojo furioso. Dejó el frasco que había estado usando a un lado y tomó el otro, pero vaciló. Su enorme mano se lo ofreció a ella.

—Úsalo en tus piernas.

Neana dejó que él lo depositara en su palma, cuando abrió el frasco el olor a menta y eucalipto la hizo sentirse cómoda. Hurcan se quedó dónde estaba mientras que ella empujaba la tela de su falda y rebelaba su pierna hasta la altura de su muslo. Sintió la impresión escandalosa en los ojos de él cuando ella comenzó a masajear su pierna justo allí.

Ronny le había dicho: “No están acostumbrados a la piel como nosotros, ponlo nervioso. Tan nervioso que no sepa lo que está diciendo”.

Neana no pensó que utilizaría alguna vez los consejos que le dio su hermana, no después de haber descubierto todo sin necesitada de ellos. Pero había algo en esos ojos, algo que la hizo sentir lo suficientemente osada como para terminar frotando sus piernas frente a él.

Y estaba cansada. Cansada de no saber. De ser el peón y no quien mueve las fichas.

—No me fio de él —murmuró ella—. Creo que ve mucho y eso es peligroso.

Movió su delicada mano bajo su pantorrilla y la subió hasta el interior de su rodilla. Una especie de sonido animal salió de Hurcan, demasiado bajo como para ser escuchado, pero había tanto silencio que no nada impidió que ella lo escuchara. Se había colado por sus orejas, calentándolas.

Se puso nerviosa, era eso, nervios, no podía ser otra cosa.

—Tienes razón —dijo Hurcan, carraspeando—. Ve mucho y es peligroso. Creo que por eso se ha encaprichado contigo, porque ha visto como…me afecta —Neana deslizó su mano más arriba, hacia su muslo, pero se detuvo cuando el dejó de hablar—. Yo vi algo en tus ojos, no creo que sepas que lo tienes, pero es un ardor que reclama cuando se le intenta domar —musitó, vió como las manos de Neana seguían moviéndose y deteniéndose, siguiendo el ritmo de sus palabras. Fuego centelló en sus ojos ambarinos cuando la descubrió—. Y tú…querías trabajar, maldición, era…era exasperante. Era como verme a mí mismo con unas malditas cadenas en los tobillos. Tienes el espíritu de un luchador y tenía que verlo todos los días ahogándose. Entonces te azotaron...Fue mi culpa, mucha de esa mierda te ha caído encima por mi culpa —tragó, su cabeza inclinándose cuando los dedos de ella se deslizaron por el interior de su muslo—. No quiero que te toque, no quiero que nadie de este maldito lugar te ponga las manos encima porque tú no vas a servirles. Tú no eres su esclava. Ellos no van a exterminar ese ardor en ti, vas a pelear conmigo y los mataremos a todos.

La miró a los ojos y ese ardor que poseían ambos llegó a su punto de ebullición.

—Sé lo que hay en mis ojos. Lo sé porque lo reconozco en los tuyos también. Tú lo sacas a flote —confesó con voz rasposa.

Una comisura de la boca de Hurcan se curvó hacia arriba y sus ojos bajaron, tomándose su tiempo, hacia donde ella seguía moviendo sus manos.

—Un espíritu cruel y malvado —inclinó su cuerpo, ella retrocedió—. Eso es lo que reconocen mis ojos —apoyó sus manos a cada lado de sus rodillas, acercándose más—. Jugaste bien.

Fue todo lo que dijo antes de levantarse y dirigirse al balcón, el eco de sus alas la acompañó hasta que ella también se puso de pie, su piel estaba caliente, su corazón seguía corriendo y su respiración salía en pequeños jadeos.

Eran los nervios.

Tenía que ser eso.

El Caballero y el hadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora