El caballero en el trono de piedra

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Los músculos de sus brazos temblaban por el esfuerzo de cargar bandejas pesadas toda la noche, la celebración no era como ella se lo había imaginado, había mucho libertinaje, cuerpos cubiertos por tela de gaza translucida, antorchas llenas de opios quemándose, caricias indiscretas, besos ruidosos. Neana sentía la piel caliente tanto por el humo dulzón como por la vergüenza.

El salón donde estaban era uno de los más alto en la casa de Vento, los alados estaban por todas partes, en el centro de la sala bailando el vals que las hadas tocaban, en las mesas del banquete que las hadas servían o en el salón con muebles cómodos donde estaban sentados con hadas en sus piernas.

Su estómago se revolvió con molestia, ya había tenido que acostumbrarse a las miradas indiscretas hacia su tobillo, en varias ocasiones sintió la tentación de abrir su boca y protestar, pero solo podía callar y aferrar sus manos a la bandeja que paseaba por la sala. También había sentido las miradas en su espalda y los murmullos.

Recordó a su hermana mayor diciéndole: “Buscaran nuestros defectos y se alimentaran de ellos, porque ya están hartos de los suyos.” Siempre le había creído a su hermana, era sabia a su manera, pero nunca había deseado abandonar Ciudad Alada, le gustaba su trabajo en uno de los puestos de placer, solía decir: “Los alados son unos bastardos arrogantes, se creen superiores y nos miran con desprecio, deberías verlos en mi cama, rogándome por un centenar de perversidades.

Lo creía, solo porque no deseaba imaginárselo.

Su mirada recorrió el salón y fue hacia los asientos de piedra que estaban al fondo, allí se sentaban los escogidos como los Grandes Alados, les gustaba decir que no había un primer ni último puesto, pero donde siempre se sentaba Hurcan era el asiento más alto, similar a un trono. Él estaba allí aunque ya muchos de sus compañeros hubieran abandonado esos asientos para unirse a la fiesta, estaba solo y con una expresión de cruel aburrimiento.

Encontró sus orbes ambarinos como los ojos de un espíritu en la oscuridad, en su cultura a veces eso podría ser tanto bueno como malo, todo dependía del espíritu que devolvía la mirada. La sensación física de sus miradas fue rota por un cuerpo grande de hombre, quería tomar algo de la bandeja que Neana ofrecía.

—Dicen que si lo miras demasiado tiempo aparece en tus pesadillas —insinuó una voz ronca con diversión.

Parpadeó mirando al hombre que devoraba los canapés de la bandeja, era tan alto como el Caballero, tenía el cabello del color de la noche y ojos azules. Su boca estaba fruncida con diversión y parecía deleitado con lo que comía.

Él era…particular. No hermoso o bello, pero su piel seducían y sus facciones alagaban. Era algo que emanaba, seguramente, eso se dijo Neana, porque tenía un olor agradable que pensaba estaba hecho solo para ella.

—Te ves…bueno, no como el resto de las hadas, ¿no te estás divirtiendo? —pronto hizo un sonido de garganta para interrumpirse a sí mismo—. Espera, no respondas, qué imbécil, como si sostener una bandeja toda la noche fuera divertido. Lo siento, señorita.

Se encogió, quería marcharse, pero él continuó.

—Nunca te he visto antes, lo que me resulta…inquietante, no suelo olvidar una cara, ¿eres nueva?

—Sí —respondió apresurada, luego agregó: —, señor.

El alado asintió y tensó sus alas en su espalda recogiéndolas para que una pareja de alados no se tropezaran con ellas, sus alas eran del color de las nubes. Del color más puro que había visto alguna vez.

—Son como las tuyas —él la atrapó mirándolas—, quiero decir, las que dibujaron en tu espalda.

El fuego la quemó desde dentro de su rostro y lo enrojeció, él no lo había dicho como burla o insulto, pero ella sabía que ese dibujo no era ni por asomo similar a las gloriosas alas enfrente de ella. Quiso ir a lavarse y olvidar que despiadados se habían reído de ella.

El Caballero y el hadaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें