La verdad del Caballero

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Lo último que quería era terminar sostenida por los brazos de Hurcan, su cuerpo presionándose contra el de él, sus manos tocando partes de ella que la hacían sonrojarse. Pero allí estaba. Con él. Sus alas desafiando el viento, ella acurrucada contra su enorme pecho para que nadie la viera en sus brazos.

Seguía tan avergonzada que no podía saborear la libertad en el viento al volar, se mantuvo silenciosa viendo el paisaje, era tan pequeña, nunca había sido tan consciente de eso como ahora. Sentía los músculos de él cambiando debajo de ella de vez en cuando, era raro no tener frío cuando había pensado que se congelaría por la fuerza del aire, pero el calor de él era lo suficientemente alto como para envolverla por completo.

La montaña de los caídos estaba apartada de la Casa de Vento, esa montaña era evitada por los alados, no soportaban que en la historia existiera una mancha sobre su raza. En esa montaña, hacía muchísimo tiempo, muchos alados habían sido asesinados en la guerra contra las criaturas de la tierra. Años después, en venganza esclavizaron a las hadas. Desde entonces no pisaban esa tierra y recordaban, siempre recordaban cuando las criaturas de la tierra los mataron a todos.

Hurcan descendió, sintió el aterrizaje en cada parte de ella. No la soltó de inmediato, la sostuvo por un par de segundos más antes de dejar sus pies en el suelo. Neana miró el lugar, solo para no tener que enfrentarlo a él. Estaban en la parte baja de la montaña, sobre un camino de tierra y rocas, a su derecha había árboles y el cuerpo de la tierra levantada, a su izquierda tenía matorrales y un par de metros más allá una caída.

—Este lugar…eh —comenzó ella—. Se siente diferente.

Había una energía en el suelo que podía sentir con sus pies, traspasaba la tela de sus zapatillas y subía por sus pantorrillas haciendo temblar sus piernas.

—Es por la muerte, este lugar está marcado, maldito —dijo Hurcan—. Pero no es esto por lo que vinimos, tenemos que caminar hasta allí.

Neana no dijo nada, solo esperó a que él se moviera.

Hurcan la guió hacia los árboles, los caminos que tenían que seguir no eran fáciles para ella, tenía que trepar entre rocas, raíces y tierra. Él la tuvo que ayudar en más de una ocasión, solo porque ella seguía rehusándose a usar su magia. Estuvo a punto de caer también, pero Hurcan seguía evitando que se hiciera daño con tanto empeño que logró irritarla.

Todavía no tenía idea de a donde la llevaba, pero tenía la vaga sensación de que estaba caminando hacia su propia tumba.

—No debí haber venido —se lamentó en voz baja—. Debí dejar que me mataras donde al menos pudieran encontrarme.

Hurcan detuvo sus pasos, la miró con una expresión siniestra y asqueada.

—¿En serio piensas que sería capaz de eso? ¿Después de todo? —bramó encarándola. Neana miró sus manos sucias—. Solo sigue caminando.

No hubo más palabras después de eso, tampoco intervenciones para evitar sus resbalones y caídas. Él caminaba varios metros más delante de ella, casi podía escuchar lo que pensaba, seguro había decidido que si ella creía que él era capaz de matarla, entonces dejaría que lo hiciera con razones más fuertes. Eso es lo que sus ojos gritaban cuando giraba su rostro para mirarla con recelo.

Lo había hecho enfadar. Fantástico.

Hurcan se detuvo y esperó a que Neana llegara gateando hasta él.

Estaba exhausta, toda la “caminata” la había dejado jadeando y sedienta. Hurcan la evaluó con una mirada de puro juicio, su actitud de bastardo retomando su mando.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now