Arrepentimiento

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Se despertó en una cama extraña.

Todo era extraño.

El corazón le subió por la garganta, sus recuerdos golpeándola, mordiéndola.

Se detuvo cuando lo escuchó, el agua. Movió su cabeza, agotada, en busca del sonido, venía de afuera, era energético y el viento olía a sal. Estaba en una cabaña, en una bonita habitación, la cama era grande, cálida y tenía almohadones con diseños tejidos. La única ventana estaba abierta, la luz del sol entraba y quedaba atrapada en las paredes.

Quiso moverse, pero seguía estando débil.

Su magia se consumió. La consumió a ella.

Había dos puertas, una de ellas estaba abierta, dejando libre la visión de una sala y una cocina. Allí había alguien. Con alas besadas por la luz de estrella. Cuando el alado se giró, tenía un pañuelo sobre su hombro desnudo y un plato entre sus manos. Sus ojos se expandieron cuando hicieron contacto visual, casi tropezó haciendo su camino hacia ella.

Los pantalones que tenía puesto no eran los que usaba usualmente, estos eran de un color más claro y la tela era de algodón. Neana sabía lo suficiente de telas como para reconocerlo con la mirada. Dejó de mirar hacia esa parte de su cuerpo cuando Hurcan se detuvo en el umbral de la puerta.

—¿Cómo estás?

—¿Dónde estoy? —preguntó al mismo tiempo que él.

Hurcan se acercó para dejar el plato sobre la mesita de noche, era sopa. No tocó la cama, la mirada que Neana le dirigía era cautelosa y recelosa, algo que por supuesto él notó.

—Estamos fuera de Ciudad Alada —respondió por fin, retrocediendo hasta apoyar la espalda de un armario. Su pecho desnudo elevó y decayó con dramatismo cuando suspiró—. Cuando te revisaron en el campamento dijeron que estabas bien, que solo tenías que descansar. Me negué a llevarte a la Casa de Vento después de todo…lo que pasó —tragó saliva, Neana siguió el movimiento en su garganta y luego miró sus ojos—. Esta cabaña es mía, es segura y aquí puedes recuperarte sin problema.

—¿Qué es eso que suena afuera?

Estaba…ansiosa. Creía saber qué era lo que producía ese sonido y el olor…Pero quería escucharlo de él. Una confirmación.

Hurcan vaciló.

—¿N-nunca has visto el mar?

Apartó la mirada hacia la ventana, sus mejillas se encendieron.

—Nunca he salido de Ciudad Alada —le recordó—.Toda mi vida se ha reducido al bosque a los pies de la montaña y a la Casa de Vento.

Volvió a mirarlo cuando lo escuchó moverse, se había enderezado, tenía la mandíbula apretada y un rubor esparcido por su rostro.

—Yo…quería disculparme por lo que dije en la montaña—su garganta se movió—. Estaba frustrado y no quise decir eso como…como lo dije. En realidad, no quise decirlo en lo absoluto.

Hurcan disculpándose era algo tan nuevo como el mar que rugía afuera. Era inquietante, perturbador.

Tan perturbador como todo lo que había sucedido en la montaña.

Se miró a sí misma.

Tenía una camisa de hombre blanca, debajo de ella estaba su ropa todavía aflojada y sucia. Se le revolvió el estómago al pensar que todavía tenía los rastros de ese hombre sobre su piel.

Comenzó a moverse fuera de la cama con pesadez.

—¿Puedo usar el baño? —preguntó, casi susurrando.

El Caballero y el hadaWhere stories live. Discover now