Lamento de hadas y alas

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Persen la buscó cuando el crepúsculo pintó el cielo, por órdenes de Hurcan. Ella ya estaba despierta cuando el hombre elegante tocó su puerta para presentarse con varios tónicos mágicos para sus heridas. Neana sintió vergüenza cuando lo dejó pasar, podía sentir la lastima irradiar de Persen.

Su habitación era pequeña, tenía apenas una sola ventana que Neana mantenía abierta y enmarcada con una enredadera de flores silvestres, a decir verdad, toda la habitación estaba llena de flores, vasijas con agua del rio o tierra sagrada. Ella había intentado llevar su hogar a ese pequeño agujero, pero nada encajaba allí, ni siquiera ella. Se dio cuenta de que Persen lo notaba cuando en su rostro aparecía una mueca de… ¿Qué era? ¿Molestia, pena o más lastima?

Imaginó lo que él estaría pensando de ella, igual que las demás hadas: Un hada demasiado apegada a sus raíces no es adecuada para servir a los alados.

Y lo que nadie decía: Para sobrevivir a ellos.

Esa conversación tan personal no ocurrió, Persen no la regañó ni exigió saber nada, él solo le pidió que se quitara la bata translucida que se pegaba a su cuerpo por el sudor.

—El señor Hurcan me explicó lo que sucedió —vaciló el hombre apartando la mirada un momento de ella, avergonzado—. Quiero asegurarme que todo esté bien contigo, el señor me pidió que enviara a un curandero, pero cuando se presentan este tipo de situaciones yo mismo reviso el bienestar de mis empleados.

Neana trago saliva asintiendo, mirando a otra parte que no fuera él mientras se retiraba la bata.

—¿Sucede con mucha frecuencia? —preguntó, susurrando.

—Con más de la que me gustaría admitir —allí estaba la rabia amarga, su voz cargada por el peso de los años callados—. Las mujeres aladas son las más…agresivas, son envidiosas, celosas y posesivas, en cada hada ven reflejado lo que nunca podrán ser y eso las hace susceptibles a cualquier desliz.

—No lo entiendo —suspiró ella.

¿Cómo ellas que tenían alas gloriosas en sus espaldas podían sentir celos de quienes tenían grilletes en sus tobillos?

—Niña tonta —bufó con cansancio Persen, se había movido hacia ella, inspeccionando las magulladuras que ella empezaba a presentar en sus rodillas y brazos—. Los hombres alados son banales, los atrae la belleza física y aborrecen sus propias pieles aunque nunca lo admitan en voz alta. Las mujeres aladas solo son buscadas para la reproducción, mientras que las hadas…

—Para el placer —concluyó ella, como si fuera una condena.

Persen comenzó a tomar tónicos y aceites con olores penetrantes, los mezclaba en sus manos antes de aplicarlo contra las zonas afectadas.

—La mujer que te hizo esto —hizo una pausa—, ha sido la amante no oficial de Hurcan durante años. Ellos no tienen una relación, ambos se dejan entre sí cada tanto y siempre que sucede alguno hace un espectáculo. En esta ocasión, desafortunadamente tú estuviste cerca —las rodillas de ella ardieron—. Naturalmente, al verte allí en su residencia quiso desquitarse, no solo por Hurcan, sino por el propio peso de su rencor. Créeme, no es la primera vez que un alado pierde los estribos por los celos.

Neana se rió sin humor, un sonido grotesco y malhumorado, no quiso fingir, no podía, no cuando estaba desnuda y siendo sanada por uno de sus superiores.

—¿Quiere la belleza? Se la doy, se la entrego con los ojos cerrados siempre que pueda tener sus alas.

Para su sorpresa, Persen rió.

—No juegues con eso, niña. Ni siquiera lo sugieras en broma. Nosotros tenemos muchas cosas a las qué aferrarnos, los alados solo tienen sus alas, son lo único que les importa y no las cambiarían por algo tan frágil como la belleza física. Si un alado te escucha y piensa que quieres atentar contra sus alas, te matarán.

Su piel se erizó y pensó en ello, la condena que implicaba.

Unas alas podían significar la libertad para ella, pero ella solo poseía belleza, que aunque fuera deseada no le daría lo que quería.

—¿De qué me sirve la belleza, entonces? —masculló—, solo me condena, me hace sirviente o enemigo.

Las manos del hombre abandonaron los brazos de la chica y dio un paso atrás para mirarle el rostro, tenía una expresión seria y los labios apretados.

—Si eso es lo que piensas entonces sí estás condenada —comenzó a recoger sus cosas—. Tú decides si resignarte o aprender. Resígnate y serás sirviente o enemigo. Aprende a ser astuta y no serás ninguna de las dos cosas nunca más.

Se miraron durante varios minutos, el olor a magia llenó la habitación, magia contenida y furiosa, los elementos temblaron dentro de sus contenedores y…Persen parpadeó, enderezó su postura y aclaró su garganta.

—Mañana temprano vuelve con tu señor, por ahora descansa y aplícate esto durante cada hora, evitará los moretones y eso es lo que menos queremos, sobre todo con el gran evento de mañana —recuperó su compostura y pareció recordar quién era—. Mañana —dijo—. Necesito que todo sea perfecto, al igual que mis hadas.

Antes de salir por la puerta detuvo sus balbuceos sobre el siguiente día y miró directamente hacia los ojos de Neana, le guiñó un ojo y con una sonrisa de serpiente desapareció.

Neana se vistió pensando en ello, en Persen y su sonrisa, en lo que había dejado flotando en la habitación.

Aprende a ser astuta y no serás ninguna de las dos cosas nunca más.

El Caballero y el hadaOn viuen les histories. Descobreix ara