El Caballero y el hada

By AngelDeLosLibros

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Hubo una vez un caballero que se enamoró de un hada prohibida... More

Bienvenidos
Epígrafe
El alado y el hada
La casa de Vento
Bajo tierra
Su lugar
Tonadas de media noche
Lamento de hadas y alas
Cortejo
El día de los Grandes Alados
El caballero en el trono de piedra
Azotes de ira
Huracán violento
Venganza
Será diferente
Cosas indecibles
La luna y las estrellas
Los ojos no se disfrazan
Sin tener que pedírselo
Ascua
Defensor cruel
Arropada
Si no vas a correr
La montaña de los caídos
La verdad del Caballero
Magia
Dolor
Piel
Hurcan
Tú no me das órdenes
Desesperación
Eta ent erser
Así se siente
Arrepentimiento
Hermoso
Cuando un hada desea
Arde
Prohibido
Podrías quedarte para siempre
Volver
Dulce hogar
Una rata
Raíces
Thumder
Despellejar
Su sueño
Inmortales
Los que aman en el mar
Fin
Extra #1
Extra #2
Extra #3
Extra #4
Extra #5
Extra #6
Extra #7
Extra #8
Extra #9
Extra #10
Extra #11
Extra #12
Agradecimientos

La caja musical

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By AngelDeLosLibros

Estaba forrada con terciopelo rojo y tenía bordes dorados, era una caja cuadrada que cuando se abría salían dos figuras de cristal, una bailarina y un caballero. La música que emitían mientras las figuritas se deslizaban en una danza mecánica eran tonadas antiguas creadas por hadas. Las cajas musicales eran usuales entre las hadas, eran hermosas y divertidas, el regalo perfecto para alguien.

No era que Neana deseara regalarle algo, solo quería intentar llevar algo de vida a ese lugar tan frío del cielo. En lo que ella no había pensado era en la forma de entregarlo, ¿debía dárselo y ya?, ¿o tenía que explicarle que no soportaba seguir en un lugar que necesitaba vida? Ella temía de lo que pudiera salir de su boca, la impertinencia se le estaba contagiando de él, estaba segura de eso.

Mientras esperaba para tomar su transporte a su trocito de cielo vio algo en la cartelera de anuncios, era un pergamino nuevo, estaba incluso perfumado con la información del día de Los Grandes Alados. Neana sonrió. Eso sería mañana en la noche y ya tenía el regalo perfecto para su señor.

Se suponía que ese día los sirvientes debían llenar los hogares de los Alados con flores para celebrarlos, bueno, se había ahorrado la ansiedad de pensar en algo para llevarle a Hurcan por su día.

Neana suspiró.

El día de los Grandes Alados”, desde muy pequeña había soñado con ver algo así, había escuchado historia sobre bailes en el cielo, espectáculos de vuelo, vestidos preciosos y presentaciones de canto impresionantes. Todas las hadas menores soñaban con ser contratadas para un evento tan grande como ese. De niña había bailado junto a sus primos en la pequeña sala de su casa un día como ese, todos se ponían telas de seda sobre sus brazos y las dejaban colgar, cuando giraban rápido estas se alzaban y ellos parecían elevarse.

Cuando la campanita que anunciaba su llegada al piso sonó, ella se deslizó dentro del lugar, pero en segundos notó que no era el lugar correcto. Parpadeó, sí lo era, esta era la residencia de Hurcan, pero estaba hecha un caos, peor a como la había encontrado el primer día. Había tierra en el suelo, los muebles estaban revueltos y…se escuchaban cosas quebrándose en la habitación.

Dejó la caja musical en el suelo junto a la cocina y fue corriendo hacia la habitación.

—¿Señor? —la voz le tembló.

Pero en la habitación no estaba Hurcan, era una mujer alada la que estaba desgarrando las sabanas de la cama con las manos. En cuanto sus ojos oscuros se toparon con los de Neana, el hada quiso salir corriendo, pero sería inútil. La mujer estaba enfurecida, tenía el rostro rojo y sudoroso, los ojos brillantes y los colmillos desenfundados.

—¿Y tú quién eres? ¿La puta que se mete en su cama estos días? —soltó con sorna asesina la mujer, sus ojos centrándose en una nueva cosa para destruir.

—Pertenezco al servicio de La casa Vento, yo solo limpio —agachó la cabeza viendo a la mujer venir hacia ella.

—No, no, se me olvidaba, las zorras hadas no se acuestan con él, ¿no? —rió—. Está maldito —susurró en su oído con voz teatral.

Se estremeció entera sin saber cómo manejar la situación, no quería mirarla, era una mujer enorme y las mujeres aladas eran reconocidas por su ferocidad al pelear.

Cayó al suelo empujada por la brutalidad de una bofetada, el hada sintió la sangre acumulárse en la boca y la ira burbujear.

—Mírame cuando te hablo, zorra —exigió la alada.

El hada la miró, ayudándose con su magia se puso de pie, tenía la respiración atorada en su pecho, sentía la cara caliente y ella quería devolverle la bofetada a la mujer alada, pero la detuvo, sonriendo como una criatura malvada. Esa mujer era una guerrera entrenada, Neana era una sirvienta.

La mujer volvió a abofetearla.

—Veamos cuantos te desean con el rostro hecho trizas, maldita hada.

Tenía prohibido usar su magia contra los alados, iban a azotarla, podían sentenciarla a muerte…aun así ella la usó. Empujó a la mujer apenas unos pasos lejos de ella y se levantó. La alada tenía algo filoso en una de sus manos y los ojos enloquecidos.

Iba a destrozarla.

—¿Qué mierda está ocurriendo aquí?

Neana miró a su señor con ojos llorosos, un quejido de alivio brotó de su pecho y casi se derrumbó. Nunca pensó que se sentiría tan feliz de escuchar a Hurcan llegar maldiciendo. El Caballero tenía una expresión perpleja, no sabía a donde mirar, sus ojos paseaban por toda la habitación saltando entre la mujer y el hada.

—Tu zorra me atacó con su sucia magia, ¿sabes lo que eso significa?, haré que la maten frente a todos —prometió la mujer soltando la daga que su mano sostenía, yéndose por la ventana de la habitación.

Los ojos ambarinos de Hurcan fueron hacia Neana, quien al procesar lo que había escuchado cayó sobre sus rodillas negando.

—Ella…Yo llegué y ella…—la falta de aire le impedían hablar—. Destruyó todo, iba a herirme…—tosió y la sangre salpicó el suelo.

—Mierda.

Hurcan movió sus alas abriéndolas y cerrándolas con fuerza, haciendo que el aire apartara los pequeños objetos filosos de su camino hacia Neana. Estiró su mano hacia ella, pero Neana se retiró negando.

—Señor, por favor —estaba muerta del miedo—. Por favor, no.

—Levántate del suelo —gruñó Hurcan—. Deja de suplicar.

Cerró su boca, pero sollozaba. Todo se había acabado para ella, en pocos minutos todo se condenó, no sería libre, iban a matarla los alados, nunca podría salir de esa tierra. Hurcan intentó sujetarla una vez más, ella estaba tan mortificada que no se alejó. Sintió el agarre del hombre en su brazo levantándola y arrastrándola fuera de esa habitación.

No podía dejar de temblar, su cuerpo no estaba hecho para soportar el dolor y si esas bofetadas habían logrado marearla, ¿Qué le harían los azotes? ¡La matarían! Estaba segura de ello.

—Neana, basta —ordenó él, utilizando su nombre, ¿se lo había dicho ella alguna vez? No lo recordaba, pero en su boca sonaba tan ajeno.

Cuando los dedos del Caballero le tomaron la mandíbula ella se quedó quieta, sus lágrimas no dejaban de brotar mientras el hombre revisaba su rostro con ojos serios y el ceño fruncido. Los dedos de él se mancharon con la sangre que salía del labio de ella, pero a él no parecía importarle, mientras que ella solo se moría por limpiar.

—Estarás bien —aseguró él soltándola—. Buscaré mi botiquín. No hables ahora, se te abrirá más el labio.

Neana no se movió, no habló, no hizo nada que no se le ordenara, lo único que no podía detener era el temblor de su cuerpo. Estaba llena de pánico y terror. La escena con esa mujer no dejaba de repetirse en su cabeza.

Cuando Hurcan regresó no dijo nada, se acercó a ella una vez más y dejó caer sobre su labio roto tres gotas con olor agradable, eso detuvo su dolor y el ardor. Un minuto después la herida dejó de existir, sin cicatriz.

—¿Tienes alguna otra herida? —le preguntó el Caballero.

El hada abrió su boca y se la mostró al hombre, resoplando dejo caer algunas gotas allí también para las heridas de su lengua mordida. Ya no sangraba, pero seguía doliendo, toda ella dolía, pero el dolor de su cuerpo no se comparaba con el que sentía su alma, estaba tan quebrada que no le importó que el hombre lo viera en sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

Ella le explicó todo lo que había pasado desde que había entrado por la puerta hasta que él apareció.
Hurcan escuchaba mientras guardaba las cosas de su botiquín y sus ojos recorrían la habitación destruida. Cuando Neana calló él no dijo nada de inmediato.

—¿Y eso? —señaló la pequeña cajita de terciopelo rojo en el suelo.

Los labios de Neana volvieron a temblar.

—Eh…Un presente —cerró su boca un momento para pensar, no quería titubear—. Mañana es el día de los Grandes Alados, sé que no le gustan las flores y pensé que esto le agradaría más —ella se movió hacia donde estaba la caja para buscarla—. Es una caja musical —se la mostró.

Levantó la tapa y descubrió a las figuras de cristal que ya no le parecían tan preciosas, de hecho, sentía que todo era una estupidez, absurdo.    

—Bien.

Hurcan tomó la caja y la dejó sobre una de las repisas que aún quedaban en pie.

—Nadie va a azotarte. No van a buscarte por esto —aseguró él alejándose de ella—. Retírate, tomate el día, no lo sé, solo sal de mi residencia. Yo arreglaré esto.

Ella quería decir algo más, pero no sabía qué, no se sentía como ella misma, el miedo seguía mordiéndole los huesos. Solo asintió caminando hacia las puertas del elevador de madera, la caja musical estaba activada, música salía de ella, suave, como una caricia.

Cada piso que interponía entre ellos hacía la música más lejana, hasta ser imperceptible. Al llegar a su habitación cerró la puerta con seguro, atravesó la cómoda y se metió en el closet, abrazó con fuerza sus piernas y se derrumbó, pero cuando sus ojos se cerraron no vio a la mujer alada o a Hurcan, ella vio las figuras de cristal deslizándose y girando en la pequeña caja.

Se quedó dormida y esperó a que llegaran por ella, soñaba con la bailarina y el caballero. Nadie la despertó.

Nadie fue por ella.

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