Capítulo Uno:

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«Lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos»

Oscar Wilde.

Capítulo Uno: Atracones, odio y sorpresas.

Odio el comedor de la escuela, no hay un sitio en este mundo al que pueda aborrecer más que este lugar. ¿Por qué no podemos tomar lo que vamos a comer y degustarlo en nuestras piezas? ¿Por qué todo el mundo tiene que ver lo que comemos? Al menos ninguna termina almorzando, desayunando o cenando en el baño del colegio.

Preparatoria Femenina Hermanos de la Caridad, es extraño escuchar una escuela con un nombre católico, pero lo tiene porque eso es lo que es. Una escuela para personas que creen en Dios, que desean tener una formación recta y de calidad.

Es hilarante decirlo así, ¿por qué? Porque junto a mi colegio hay una Academia masculina Militar que es la antítesis de un centro católico. Lo más irónico de este asunto es que ellos y nosotras asistimos a materias juntos.

Tomo de la mesa una manzana dedicándole una sonrisa a la hermana Sonia que niega con desaprobación antes de ponerme una ración extra de pastel de carne en mi bandeja. Cuando eres la gorda del instituto los demás se quedan viendo cada fragmento de lo que comes para ver si pueden crearte apodos de burla. Antipatía, esa es la palabra que siento por este lugar del demonio. La peor parte es que soy la única persona con sobrepeso aquí y eso me hace ser el centro de los chistes que me dedican los futuros soldados ─que comparten el comedor con nosotras─ y mis escuálidas compañeras.

Avanzo en silencio hasta la última mesa y con la vista pegada al delicioso pastel de carne que no puedo comer. «Desayuna como un mendigo, come como un ratón y no cenes», me grita la voz de mi madre en mi cabeza. Es que se ve tan delicioso, quiero darle una sola probadita, ya estoy harta de las manzanas, tomates y vegetales en general. La boca se me hace agua cuando caigo sentada en la última mesa. Creía que en este lugar nadie notaría lo que como ni cuánto, pero resulta que tanto a mi derecha como a mi izquierda hay ojos curiosos. A la diestra, están Bárbara y sus amigas, a la que todos llaman Barbie; del otro lado uno de los escuadrones que no tengo idea de cuál sea.

Sostengo el tenedor unos segundos, no puedo hacerlo, voy a engordar si pruebo un pedacito de ese delicioso pastel. Aparto el utensilio para -con mis manos- sujetar la manzana verde que tomé. ¡Vamos Dione! Tienes imaginación, piensa que es un pedazo del manjar delicioso que tienes delante de ti. Clavo mis dientes en la manzana sintiendo las burlas de los demás. Llevo desde mis once años aquí, debería acostumbrarme. Lo cierto es que la comodidad jamás llega.

─Caleb me escribió una carta ─dice una voz.

Siento otra bandeja caer en la mesa antes de mirar a Kiara que llega con su enorme sonrisa. Me alegra que hoy la hayan dejado comer con nosotras. Ella es mi única amiga de mi edad, por tanto, mi mejor amiga. Entró aquí con catorce años cuando su padre la atrapó tratando de escapar con Caleb ─que es su novio─. La internaron para que se hiciera monja. Kiara es la persona más buena que puede existir, aunque es tan delgada como una varilla y no le importa juntarse conmigo. Al principio pensé que lo hacía por lástima, todavía lo creo, sin embargo, ella no se cansa de desmentirlo.

Mastico la manzana o al menos el pedazo que tengo en la boca. Ya con esto fue suficiente.

─¿Qué te puso? ─pregunto fingiendo una sonrisa.

Estrías para tu belleza  [✓] حيث تعيش القصص. اكتشف الآن