Capítulo Treinta y seis:

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Capítulo Treinta y seis: Las mismas armas.

Dione:

Corro por el pasillo sintiendo cada vez que está más cerca.

No puedo detenerme.

Podría alcanzarme.

El corazón me late a 120 pulsaciones por segundo en lo que vuelo por los corredores sin importar a cuánta gente pueda empujar por el camino. Me duele tener que reconocerlo, pero esta vez me lo he buscado yo al acercarme a Lucrecia y Frank a la hora del Ángelus. No quería estar sola. Una vez que llevas quince días acompañada es una putada volver a sentarse sin nadie al lado.

Doblo en una esquina notando que hice peor porque está vacío aquí. No hizo falta que pusiera un pie fuera del templo para que comenzara a sentir los llamados de Barbie y sus amigas. Regresó el primer día de enero y fuera de algún comentario ofensivo por WhatsApp no me ha dicho nada fuera de lo normal. Tal vez se contuvo hasta tener un motivo real y sentarme con el mejor amigo del chico que le gusta y con su cuñada creo que fue demasiado.

Puedo sentir los pasos de sus Louboutin golpear en el suelo. Advierto que la puerta de los lavados para chicas está entreabierta, quizás si me pierdo de su campo de visión deje de perseguirme por cansancio.

Lo que me hace Barbie bien pudiera explicarse a través de la filosofía que planteó Hegel, ella es la ama y yo soy la esclava, para que su juego del terror siga adelante yo tengo que sobrevivir y la vez que me dejó sorda casi no lo consigo. Quizás ahí era mi momento de morir, fue una putada que la ambulancia llegara tan rápido para socorrerme. A veces odio que el sistema de salud sea tan eficiente.

Empujo el pórtico y paso. Por experiencia, no vale la pena esconderse en las casetas porque me verá. Probaré suerte metiéndome debajo de la meseta del lavamanos, cuando estaba aún más gorda no entraba ahí, pero ahora que me entra un poco ─casi nada─ la ropa de mi hermana, espero no quedarme trabada. Puedo escuchar cómo me llama desde el corredor y sin dar tiempo a meditarlo siquiera me meto en la pequeña castilla donde las hermanas guardan los tubos de papel sanitario.

No puedo respirar o podrá sentir a mis pulmones.

No quiero llorar para que no note el miedo que le tengo.

No voy a pensar porque puede que oiga mis ideas.

El chirrido de las bisagras de la entrada de los lavados eriza cada uno de los bellos de mi piel.

Sin poder evitarlo las oraciones católicas que conozco me llegan a la cabeza. Solo Dios sabe lo mucho que le temo a Barbie y a sus amigas, ya no sé en qué puedo estar fallando para que me castiguen de esta manera.

Pego más la puertecilla del sitio en el que estoy refugiada y ─por instinto─ palpo mi ceja derecha, el goteo de sangre es mínimo. Bárbara me alcanzó a mitad del corredor de los salones y me dio con su nuevo anillo en la ceja. El golpe no había molestado hasta hace unos segundos, escuece bastante, creo que necesitaré puntos de aproximación. Con una venda quedará como nueva, no es la primera vez que esto me pasa.

─¡Vamos ya, Barbie ─dice una voz que me luce la de Vicky, es la segunda perra al mando─. Bastante tienes con haberle partido la cara, tenemos meses para terminar este trabajo.

Oigo como la perra de los tacones caros abre la puerta de una de las casetas de orinar. Creo que el resto estaban libres, puede que haya pensado que estoy ahí. He creado buenos reflejos a lo largo de estos años. No caigo en lo mismo una y otra vez, aunque después de Jairo no sé ni qué pensar.

─Esa perra está entrando en terreno delicado ─suelta alto y con notable enojo─. Lucas es mío. Pensé que toda esta maldita escuela lo tenía claro, por lo visto no le he pegado suficiente porque todavía tiene ideas para joderme.

Estrías para tu belleza  [✓] Where stories live. Discover now