Capítulo Dieciocho:

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Capítulo Dieciocho: El WhatsApp de los problemas.

Lucas:

Cuando Lucrecia tenía catorce años fue fácil explicarle lo que su hermano tenía que hacer para darle de comer. Era una chica de mente abierta y que ya estaba entrenada en pasar necesidades.

Le fue inevitable preocuparse, es comprensible que haya sido de esa manera porque yo era lo único que le quedaba, de tener un accidente se quedaba sola. Así todo, me apoyó por completo y hasta buscó un trabajo de medio tiempo o cuidaba niños pequeños. Nos turnábamos los quehaceres hogareños menos la cocina que sí era mi responsabilidad, gracias a eso comimos quemado bastante.

Contarle lo que pasó cuando era casi una bebé fue complejo, pero me creyó. Estuvo para secar mis lágrimas cuando las memorias fueron más que dolorosas para mí. Hay cosas que no estaba dispuesto a decirle en aquel minuto, sin embargo, lo hice porque no soporto que entre ella y yo haya mentiras o algo oculto.

Posterior a eso vino su adolescencia donde tuve que hacerla entender muchas cuestiones, las que nadie me hizo ver a mí. Para las hermanas del orfanato cosas como la masturbación, el sexo o el placer en general era pecado. Mis amigos del puerto donde trabajé de estibador aclararon bastantes en una jerga que haría a más de uno llevarse las manos a la cabeza.

Todo aquello fue difícil, pero el fondo tenía claro que Lucrecia lo entendería porque nada en este universo que yo haya hecho ha sido para dañarla. Repetiría cada uno de los trabajos que hice o las dificultades que viví con tal de que el resultado fuese el mismo.

¿Cómo se le explica a una muchacha que siempre lo ha tenido todo una historia tan enredada y perversa?

¿Cómo le cuento mis secretos a una persona que en cuando se aleje de Jairo Manson saldrá de mi vida para siempre?

Dione Hastings no lo entenderá jamás y creo que lo más inteligente que puedo hacer es contarle la parte menos tóxica de la verdad. Una verdad a medias no siempre es una mentira, aunque en este caso podría llegar a serlo. No quiero asustarla y si le digo lo que aquel bastardo me sabe entonces correrá a sus brazos creyendo que él es una inocente paloma sin pecados.

Me levanto del suelo para caminar a la ventana por la que he entrado. Desde ella hay una bonita vista a la escuela militar. Como es de noche, el campo de batalla se ve alumbrado por las luces verdes y amarillas que instaló el Sargento hace unos años. Puedo oír el canto de un grillo a la distancia, también el aire escurrirse por entre las montañas a lo lejos. Es una vista preciosa si no fuera Dione, siempre estaría asomado a este ventanal. Entiendo que no le guste ser vista, pero casi nunca algún chico mira para las habitaciones de la escuela.

Paso la mano por mis cabellos, ya están un poco largos y antes de que me lo diga el Sargento creo que debería recortarlos un poco. Necesito tener una conducta intachable para que me acepten en esa patana porque si no estaré condenado a terminar la preparatoria militar y quedarme en la Academia dando clases, es lo último que deseo.

─¿Lucas? ─Me llama Dione haciendo que me vuelva al minuto.

Ella tiene sus hermosos ojos fijos en mí. Ese pijama levanta sus senos de forma que es imposible no tener pensamientos sucios. Será mejor que piense en una respuesta que darle, omitiendo la mayor parte de la verdad.

─Dione, yo soy huérfano ─espeto lo que casi todo el mundo sabe, para ella luce como una novedad por la manera en la que su ceño se frunce─, cuando no tienes padres y tienes a una hermana menor a la que cuidar haces lo que tengas que hacer con tal de que ella no pase hambre.

Lo que estoy a punto de contarle conforma mi adolescencia turbia y escurridiza. La que ya creía enterrada. No puede juzgarme alguien que jamás en su vida sufrió el más mínimo de los pesares. Sé que lo hará como la poca gente que me conoce, sin embargo, esto es lo menos peligroso de lo que hay detrás de mí. Quizás ella sí debería apartarse. Eso pasará cuando Jairo Manson la haya dejado tranquila.

Estrías para tu belleza  [✓] Where stories live. Discover now