Botellas Roja, Verde y Azul

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Botellas Roja, Verde y Azul.

El tiempo pareció haber pasado volando cuando el año escolar llegaba a su fin. Las hojas de mandrágora parecían estar casi listas para salir de sus bocas. James no dejaba de revisar el pergamino donde habían estado marcando los días para llevar la cuenta. Cuando se aproximó el día número treinta, las hojas parecían tornarse más y más agrias y ardían en su estómago como ácido. El pobre Peter no podía dejar de escupir por la hoja y Sirius repetidamente golpeaba su pecho con su puño con irritación.

Era bastante milagroso, pensó Sirius, que nadie los hubiese atrapado con las hojas de mandrágora aún. Habían recibido muchas miradas extrañadas de varios estudiantes, lo cual explicaban con excusas como dolor de muelas o lengua hinchada (decidieron robarse la idea que Lily había comentado aquel primer día luego del encuentro con los Ravenclaw). Sin embargo, ningún profesor parecía haberse dado cuenta. Excepto tal vez McGonagall, quien los había mirado un par de veces cuando Sirius accidentalmente babeó su barbilla cuando intentó responder una pregunta; y aquella otra vez que Flitwick le preguntó algo a Peter y él balbuceó con su boca llena, pero Flitwick no lo encontró muy sospechoso –probablemente solo pensó que Peter había estado comiendo en clase.

De hecho, los únicos que parecían haberse percatado de la rareza con las hojas de mandrágora fueron Remus y Lily.

-Desearía que me contaran qué está sucediendo –dijo Remus un día cuando James estaba en su cama, gruñendo por el dolor de estómago.

-No está sucediendo nada –insistió Sirius.

Remus se limitó a suspirar.

Lily, por otro lado, se había negado a hablarles hasta que pudieran limpiar sus bocas, alegando que hablar con la boca llena era una obscenidad.

-Yo podría decir algo obsceno pero a ti de verdad que no te gustaría, ¿no es así, amor? –se burló James y Lily lo golpeó con un hechizo moco-murciélago en respuesta.

Después de todo el caos, el día treinta estaban más que listos para sacar las hojas de sus bocas. Tanto así que Sirius se despertó antes de que saliera el sol, sacudiendo a James por los hombros.

-Levántate –le dijo- Levántate –corrió hasta la cama de Peter con cuidado de no despertar a Remus, y sacudió su redonda figura con fuerza- Levántense.

Una vez que James se había colocado los lentes y Peter se ponía sus pantuflas, tomaron la capa de invisibilidad y se apresuraron a salir por la puerta hasta la sala común. Bilius y Derek se habían quedado dormidos en el sofá, Derek con un libro abierto sobre su pecho y Bilius babeando sobre una almohada, su varita reposada en el brazo que colgaba en el borde del sofá. Habían estado despiertos toda la noche estudiando para los EXTASIS, por lo que parecía, y James no los envidiaba. Ya comenzaba a sentir pavor por los años en los que tendría que presentar sus TIMOS y EXTASIS de tan sólo ver la forma en la que las personas estudiaban en la sala común a medida que los exámenes se acercaban cada vez más. Los tres chicos de segundo año salieron por el agujero del retrato, con sólo los ronquidos de Bilius de fondo.

Llegaron al séptimo piso y podían escuchar a la señora Norris maullando en la distancia al final del corredor. James se dio prisa en abrir la puerta de la Sala de los Secretos y la atravesaron antes de que los penetrantes ojos de la gata pudiera encontrarlos, cerrándola rápido tras ellos.

Sirius dejó que la capa cayera de sus cabezas y la colgó en el pomo de la puerta para que no se les olvidara y los tres fueron deprisa hasta los taburetes alrededor del mesón en donde se encontraba la poción, burbujeando pacíficamente en el caldero.

Sirius la miró y asintió.

-Se ve bien –dijo. Se estiró hasta la alacena encima de su cabeza, donde habían encontrado unas coloridas botellas con corcho y lacre. Bajó las tres botellas –una verde, una roja y una azul- y las dejó en el mesón. Peter tomó la verde, James la roja y Sirius la azul.

Los Merodeadores: Segundo AñoWhere stories live. Discover now