Desafianza

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Desafianza

Grimmauld Place era un excelente nombre para la calle en la que vivía la familia Black, decidió Sirius un día, no mucho después de haber llegado a casa para navidad. Ciertamente daba grima. Todo era sombrío, gris, incoloro –especialmente en invierno, con todos los árboles sin hojas, las flores muertas y enterradas en capas de sucia nieve y pantanos de lodo. La tristeza que emanaba era abismal. Pero a pesar de la gris atmósfera, estar afuera parecía mejor que adentro, donde las antorchas iluminaban con escasa luz y Kreacher merodeaba por todos lados, gruñendo y quejándose para sí mismo mientras hacía sus deberes, jugando al esclavo con el Amo Regulus.

Walburga y Orion apenas le prestaban atención a la presencia de Sirius. Con frecuencia, cuando necesitaban hablar con él, Walburga se giraba hacia Kreacher para decirle que le dijera a Sirius algo, en lugar de decírselo a él directamente, incluso si estaba en la misma habitación. A regañadientes, Kreacher repetía el mensaje que Sirius había entendido perfectamente cuando su madre se lo dijo al elfo, provocando que Sirius apretara los puños con frustración.

-¡Puedo escuchar lo que acaba de decir, pequeña criatura del infierno! –Le gritó a Kreacher una de las veces en las que Walburga lo había hecho- ¡Estoy justo aquí! ¡Y si ella quiere hablar conmigo, puede decírmelo directamente!

Con eso se ganó una buena dosis de la maldición Cruciatus.

Sirius se encontraba sentado en un árbol del parque de su cuadra, sus pies sobre el tronco del árbol, observando a unos niños muggles que construían un fuerte al otro lado de la calle. Ellos no conocían a Sirius y tampoco mostraron mucho interés en dejarlo unirse cuando él se acercó para hablarles.

Uno de los chicos arrugó la nariz cuando Sirius se presentó.

-¿Qué clase de nombre es Sirius? –preguntó con desagrado.

-¿Dónde vives? –preguntó otro chico, frunciendo el ceño.

Luego, Sirius recordó que los encantamientos en el Número 12 de Grimmauld Place hacían la casa invisible y los otros niños tenían sospechas sobre ese chico extraño con un nombre raro que, según ellos, no vivía en su cuadra. Desde entonces se resignó a trepar el árbol y observarlos desde ahí. Les recordaban a James, Remus e incluso a Peter. Construyeron un fuerte de nieve en los terrenos de Hogwarts durante los primeros días de invierno, y recordó la manera en la que James sonaba al contar chistes cuando estaban adentro, bebiendo cervezas de mantequilla que Peter había buscado en las cocinas y todos se sentaban frente al pequeño fuego que Remus había conjurado para calentarse. Casi podía sentir la calidez del fuego y de la amistad, algo que le hacía doler el pecho cada vez que recordaba su hogar.

Recordaba Hogwarts, se corrigió su propio pensamiento.

Le pasaba seguido últimamente, pensar en su escuela como su hogar y que ese horrible lugar era... Bueno, otra cosa.

El infierno, tal vez.

Se escucharon pasos bajo él y bajó la vista para encontrarse a Regulus, mirándolo con desprecio.

-Madre dice que tienes que volver ya –dijo Regulus. Estaba abrigado con una bufanda gris con el escudo de la familia Black al final. Giró sobre sus talones y caminó hacia la casa, juntando sus manos para calentarlas mientras andaba, sin esperar a su hermano.

Sirius saltó del árbol y reajustó la bufanda dorada y rojo escarlata. Los colores de Gryffindor eran lo más colorido de todo el vecindario.

-¿Por qué te mandó a salir? ¿Por qué no a Kreacher? –preguntó Sirius, apresurándose hasta caminar al lado de Regulus.

Los Merodeadores: Segundo AñoWhere stories live. Discover now