El Mito y La Verdad

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El Mito y La Verdad

-Ya llegamos –dijo Hagrid, abriendo la puerta del compartimiento para Sirius. Sus hombros a penas cabían en todo lo ancho del Expreso de Hogwarts y una larga fila de estudiantes estaban embotellados tras él, incapaces de poder pasar a un lado del semi-gigante. Ciertamente era imposible que pudiese entrar al compartimiento. A duras penas podía pasar una de sus manos del tamaño de la tapa de un cesto de basura para dejar la mochila de Sirius dentro del compartimiento- Todo parece estar bien, ¿eh? –preguntó.

Sirius entró al compartimiento.

-Sí, gracias, Hagrid –dijo- Realmente no tenías que venir hasta dentro del tren –agregó, viendo a una chica de Hufflepuff intentando pasar a un lado de Hagrid, fulminando a Sirius con la mirada desde el otro lado de la pierna del guarda llaves, como si fuese culpa del chico, como si él hubiese pedido una escolta.

-Dumbledore me pidió que te ayudara con tu equipaje y todo eso. Tenía que asegurarme que estuvieras bien para decirle al director que he cumplido con mi deber –dijo Hagrid. Metió la mano en su bolsillo y extrajo una pequeña bolsa- Aquí tienes, unas pequeñas tartas de roca para el camino. Para que te quiten el hambre hasta que llegue la señora del carrito, al menos. Las hice yo mismo –añadió sonriente mientras Sirius desataba la cinta de la pequeña bolsa y tomó una de las tartas. Olían a melaza y recién horneados.

-Gracias, Hagrid –dijo Sirius.

-Feliz Navidad, Sirius –dijo Hagrid, se despidió con la mano y salió del tren, dejando una oleada de estudiantes libres al fin en el pasillo.

Sirius se despidió con la mano y cerró la puerta del compartimiento con su mano sana, tratando de esquivar algunas malas miradas que le estaban dando. Se sentó en uno de las bancas del compartimiento, sacando una de las tartas de la bolsa. A pesar de oler delicioso, se dio cuenta de que eran más duras que verdaderas rocas. Las golpeó contra la madera y casi esperó que dejaran una marca.

-Santos cielos –murmuró- Estas cosas me destrozarían las muelas, de seguro –volvió a guardar la tarta en la bolsa y la cerró con fuerza. Pensó que había sido un lindo gesto de Hagrid habérselas dado, de todas formas, así no fuese a comérselas.

James y Peter llegaron un momento después, cuando el tren estaba casi lleno. Sirius había tenido que correr a algunos esperanzados chicos de primer año para tener el compartimiento solo para ellos. Se sintió terrible al decirle a Frank Longbottom que todos los asientos estaban ocupados (especialmente cuando Frank suspiró y dijo que tendría que sentarse en un compartimiento repleto de niñitas de primer año durante todo el camino hasta Londres) pero realmente necesitaba poder hablar con James y Peter a solas para contarles lo que le había pasado a su brazo. Y fue una buena decisión, de hecho, porque James entró de pronto al compartimiento haciendo un montón de preguntas.

-Muy bien –dijo incluso antes de haber dejado su mochila en el portaequipaje- ¿Qué le pasó a tu mano?

-¿El mito o la verdad? –preguntó sonriendo.

-¿El mito? –repitió Peter, confundido.

-El mito es que estaba practicando transformaciones en el corredor porque ustedes estaban roncando demasiado fuerte y convertí una taza de té en un ratón y mi taza se escapó y tuve que pelear con la señora Norris para conseguirla de vuelta –dijo Sirius y luego añadió orgulloso de sí mismo:- Y luego Filch puso carácter, tomó el control de su gata y le dio una lección de modales. Fue brillante.

James rió por lo bajo.

-Pobre señora Norris.

-Se lo merece por ser tan terrible –dijo Sirius, sin sentir ni una pizca de remordimiento por la gata.

Los Merodeadores: Segundo AñoWhere stories live. Discover now