Capítulo 35: Perdido en la oscuridad

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Siendo una noche festiva, aquel lugar rebosaba de personas, por lo cual Alfred le pidió al hombre que se encontraba frente a él si no podría decirle la hora.

—Diez y media—. Respondió amablemente el caballero para luego seguir con el jolgorio de la muchedumbre.

El muchacho se puso de pie, e intentando esquivar torpemente a las miles de personas amontonadas allí, avanzó hasta alejarse totalmente de ellas, caminó hasta encontrarse al pie del bosque.

Ciertamente, no le costó nada entender por qué durante tanto tiempo se creyó que Arthur estaba perdido. Pues la luz que del pueblo emanaba no conseguía penetrar en aquel enigmático y oscuro bosque, solo se veían las antorchas encendidas, y estas solo servían para iluminar una pequeña fracción de tierra alrededor de donde estaban, razón por la cual Alfred comprendió que estuviesen tan juntas.

Temió poner un pie dentro de aquel bosque y que al mirar hacia atrás no hubiese otra cosa más que árboles, temió perderse por siempre en aquella infinita e inhumana oscuridad.

La desesperación y la ansiedad que hasta entonces había logrado contener, estallaron. Se dio cuenta que la única persona perdida que allí había era él, tan metafórica como literalmente.

Recordó su infancia en el orfanato, cuando siempre iban organizados en filas, todos tomados de la mano, y que si alguno se perdía, la regla era que se quedase donde esté, de modo que los otros pudieran encontrarlo.

Que cosa más alejada de la realidad, y que cosa más extraña resulta el abismal vacío que separa el mundo de los adultos del mundo de los niños.

Si te pierdes, avanzas hacia adelante, o deshaces el camino hasta volver al punto de inicio. Definitivamente, quedarse en el mismo lugar esperando que alguien más venga no es siquiera una opción.

Por otro lado, Arthur se había ido por voluntad propia siendo niño, y todos los adultos pensaron que se había perdido.

La infancia de Alfred había sido rota más de una vez, en ciertos momentos solía actuar inconscientemente como niño debido a esto, ya que no tuvo la oportunidad de hacerlo cuando realmente era uno. No obstante, en este caso, tenía bien en claro que debía actuar como un adulto.

Y sin más que meditar, suspiró profundamente, para adentrarse en aquel oscuro e inhóspito bosque, con aquellas antorchas como única guía.

Al dar treinta pasos, ya había contado cinco antorchas, por lo cual, dedujo que había una diferencia de seis pasos entre cada antorcha, a medida que avanzaba.

De pronto, se vio tan inmerso en aquel bosque, que los estruendos de los fuegos artificiales se oían distantes, las voces de las personas no eran más que un eco. Al observar al cielo, siquiera se distinguían los destellos de luz que no fuesen estrellas.

No iría a mentir diciendo que no tenía miedo, pero no tenía ya mucho por perder, pero si para ganar. Valía la pena adentrarse a lo desconocido.

Diez pasos más adelante, y ya no oía otra cosa el canto de la brisa helada, y sonido de sus propios pasos sobre las hojas caídas, además que no era capaz de divisar más allá de la antorcha que tenía en frente y la que tenía atrás. De vez en cuando creía oír murmullos a sus espaldas, animales salvajes, o monstruosos seres mágicos ocultándose bajo el manto de la oscuridad, para así darle casa.

No sería sincero decir que no tenía miedo, de hecho, decir que estaba aterrado era poco, más esto no representaba una razón para darse la vuelta. De pronto, un viento tan fuerte como efímero cruzó de un extremo a otro, apagando la antorcha que tenía en frente, dejándola totalmente a oscuras, jamás volvería a pensar en ello, por ende jamás lo sabría, pero en aquel instante cuando el viento apagaba la antorcha, le pareció oír una burlona risilla, como si se tratase de un hada o un duende. El muchacho suspiró, y fue necesario que se quitase los lentes, debido a que temía empañarlos si se ponía a llorar.

Fairytale (usuk)Where stories live. Discover now