Capítulo 34: Locura

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Mientras que el joven canadiense, caía de rodillas llorando debido a la angustia que le causaba el hecho de desconocer el estado de su hermano, Alfred bebía una taza de café al tiempo que observaba inexpresivo por la pequeña ventanilla de forma oval, como el avión en el que se encontraba se alzaba cada vez más sobre los cielos.

Se preguntó cómo reaccionaría Arthur al subir a un avión, y si su miedo sería comparable al de los autobuses. Con aquella divertida imagen en su mente, cerró los ojos y se dispuso a intentar dormir. Sorprendentemente, después de tantas noches en vela, fue capaz de sumirse en un profundo sueño reparador, donde se encontraba con Arthur en la noche, debajo de una hermosa lluvia de estrellas.

Tal vez fuese debido al cansancio acumulado durante la semana, pero la verdad es que a pesar de que Alfred deseaba ver el nocturno paisaje urbano desde la altura, conformado por miles de luces, durmió durante el transcurso de todo el viaje, y fue necesario que una bella azafata le sacudiese el hombro al tiempo que lo llamaba, para que despertase.

Su equipaje se resumía únicamente a una insulsa maleta con ruedas que arrastraba detrás de sí; Alfred salió del aeropuerto arrastrando los pies, con una mano en el interior del bolsillo de su sudadera, y la otra sosteniendo la maleta. Cerró sus ojos y suspiró el húmedo aire de la tierra en la que se encontraba, Inglaterra lo recibía con sus verdes llanuras y su cielo grisáceo, con la promesa de miles de luces brillantes y misteriosas escondidas detrás de esos dos colores tan diferentes. Su siguiente acción fue desdoblar el mapa turístico que llevaba en su bolsillo para analizarlo con detenimiento, buscando así que ruta tomar para llegar a aquel pueblo.

Su primer medida fue tomar un taxi en el cual, pese a su estado de ánimo, no le fue difícil mantener una amigable charla con el conductor, quien le reveló que el pueblo que buscaba era bastante rustico y no poseía un acceso fácil.
El taxi lo acercó lo más que pudo a la estación de autobuses del pueblo siguiente, ya que la de allí se encontraba deshabilitada por unos días debido a un accidente ocurrido hace poco, Alfred aprovechó el largo viaje para fijarse en la rustica arquitectura de aquel lugar, y como se amoldaba a la vegetación, dando la impresión de que pequeños vestigios de ciudad habían sido salpicados sobre toda aquella fauna.

Debido a la venta de sus cosas, el joven poseía más dinero del que necesitaba, así que dio una cantidad inusitadamente grande al chofer, diciéndole si podría conformarse con ello ya que no poseía libras esterlinas, el chofer le respondió que no había problema y le deseó suerte.

A medida que caminaba hacia adelante con el mapa turístico como único guía, Alfred veía sus ilusiones tanto o más descoloridas que el cielo sobre su cabeza.
Se sentía perdido... no solo por encontrarse en otro país, y en otro continente, sino en el sentido de que no sabía que hacer o cómo comportarse, se cuestionó incluso si realmente tenía un lugar al que regresar.

Si existe algún Dios real, entonces este lo sonrió finalmente, pues luego de pasar al menos una hora haciendo dedo en la ruta, pasó un anticuado camión vacuno el cual se dirigía en la misma dirección que él, y le propuso llevarlo hasta allí en la caja.

Con cada kilómetro que avanzaban, Alfred veía el largo camino de cemento que dejaba atrás, desde el cielo grisáceo, las siluetas de montañas que se percibían en la lejanía, los árboles que decoraban la calle de cada lado. Con la intención de distraer su mente para no pensar, comenzó a tararear vagamente una canción que había oído en algún lugar. Pasado un largo rato tarareando únicamente la melodía, comenzó a recordar la letra de la canción, por ende decidió cantar.

"little bird little bird

Are you really come with me?

Little bird little bird

Fairytale (usuk)Where stories live. Discover now