Trigésima octava parte

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Lisa caminaba con Jennie cogidas de la mano. Se sonreía a sí misma mientras se dirigían hacia sus respectivas casas en mitad del silencio de la noche en Lymington.

— ¿Aún te duele la nariz?

—No mucho... ha sido el golpe, no creo que la tenga rota —Jennie arrugó la nariz e inmediatamente se quejó—. No sé qué le voy a decir a mi madre de todo esto...

Lisa se detuvo y se colocó delante de ella, colocando sus manos sobre sus hombros y mirándole directamente a sus ojos, los cuales brillaban porque la luz de las farolas se reflejaban en ellos.

—Envíale un mensaje a tu madre. Dile que vienes conmigo, que volvemos a ser amigas. Podemos pasar la noche en Southampton. Tengo ropa limpia... —esbozó una sonrisa—. Podrías, también, explicarme qué es todo eso... y podríamos hablar de nosotras.

Jennie accedió, asintiendo con la cabeza y devolviéndole la sonrisa.

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Volver a Southampton significaba mucho para Jennie. Significaba volver al lugar donde las cosas se volvieron serias y donde fue realmente feliz por última vez. Para Lisa significaba exactamente lo mismo y Jennie podía darse cuenta de eso al instante.

Southampton por la noche era precioso. Al ser una ciudad situada cerca del mar, tenía cierto encanto. Definitivamente a Jennie le iba a gustar trasladarse aquí con Lisa si le aceptaban en la universidad.

Las dos salieron del coche y caminaron hasta el portal, cruzándolo hasta llegar al ascensor donde las dos se miraron.

Jennie, quien tenía algunos mechones de cabello sucios y la nariz hinchada con la camiseta blanca manchada de sangre, miró a Lisa, quien estaba impecable. Ambas se rieron al mirarse.

Salieron del ascensor, cogiéndose tímidamente de la mano, y se adentraron dentro del apartamento.

—Quítate la camiseta, voy a ponerla a lavar —Lisa le sonrió—. Bueno, ¿por qué no te das una ducha si quieres? Toma lo que necesites, ¿bueno? Pondré a lavar todo lo que quieras.

Jennie quitó la chaqueta y justo después la camiseta, tendiéndoselas a Lisa.

—Gracias, Liz.

—Ve a ducharte, anda.

Ambas se sonrieron antes de que Jennie desapareciese por una de las puertas del pasillo que conducían hasta el baño.

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Lisa estaba en el sofá, sentada, con las manos en la cabeza. Acababa de escuchar todas las grabaciones que Jennie tenía almacenadas en su teléfono móvil y no pudo contener sus lágrimas. Jennie estaba sentada a su lado. Llevaba uno de los pantalones de Lisa puestos y un sujetador, nada más, así que suaves brazos le rodearon desde su costado y la atrajeron en un abrazo.

—Estoy bien, Lili. ¿Lo ves? ¿Me ves? Estoy bien. Te tengo a ti —murmuró Jennie—. No tienes que preocuparte de nada. Todo ha pasado.

—Quiero destrozarle con mis propias manos, Jennie —se giró, mirándole de frente—. Quiero hacerla sufrir, quiero que sienta el daño que te ha hecho, que me ha hecho, que nos ha hecho, en su piel, en sus huesos —sorbió por la nariz y pestañeó—. La próxima vez que ella te amenace de esta manera, por favor, dímelo. No quiero ni que piense en acercarse a ti o te juro que se arrepentirá.

—Ya, Liz... —Jennie besó su mejilla—. Estoy bien. Ya me has visto todo el cuerpo, no tengo nada más que algunos arañazos y la nariz algo magullada, pero estoy bien. Te lo prometo. No quiero que llores —cerró los ojos y escondió su cara en su cuello—. Lamento haberte hecho pasar por todo esto... lamento haberte dicho que no te quería cuando obviamente lo hacía.

Hermoso pájaro de verano → jenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora