Segunda parte

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—Gracias por todo, señor Manoban —dijo la madre de Jennie, sonriente.

—Un placer, señora Kim. Nosotros vivimos en la casa de aquí al lado, así que si necesitan algo...

Inmediatamente, Jennie miró a Lisa, quien se encogía de hombros y no decía nada más. Era interesante mirar a Lisa, tenía cara de traviesa y era atrayente ver lo simpática y agradable que parecía.

Le observó marcharse por el otro lado, regresando a su casa. Se encogió de hombros una vez cruzó la mirada con su madre y ambas entraron en su hogar.

—Parece una chica simpática, ¿no?

—Lo es, mamá. Es regatista, estudiante de medicina... esta chica lo tiene todo.

—Su padre también es un buen hombre. Parece que tendremos buenos vecinos, ¿eh?

Jennie estaba contenta de todo eso. Rápidamente se vio envuelta en un caluroso abrazo por parte de su madre, quien le estrechaba contra su pecho y besaba su cabello.

//

— ¿Qué tal es la chica?

Los padres de Lisa estaban cocinando y Lisa estaba apoyada contra la encimera, jugando con una manzana.

—Parecía arisca, pero se ha soltado. Es un poco rara, la verdad —Lisa asintió con la cabeza—. Pero tiene aspiraciones, y me gusta.

— ¿Le interesan las regatas?

—Parecía fascinada cuando le hablé de eso, pero no parece ser una regatista. Ha venido aquí desde Seúl, papá.

— ¿Seúl? —enarcó una ceja—. ¿Por qué alguien vendría a Lymington desde Seúl?

—Supongo que motivos personales. Al igual que ustedes dos viajando desde Bangkok hasta aquí —se encogió de hombros—. Como sea, no le he preguntado.

—Parecen buena gente —comentó su madre—. Les he visto desde la ventana y bueno, tal vez han sufrido alguna pérdida... que una mujer y su hija se vayan desde tan lejos debe de ser horrible.

—Exacto —asintió Lisa—. Además, Sungkyung es de Seúl y cuando le he dicho de venirse a Lymington y apuntarse al club, siempre me ha dicho que ni loca haría eso, que en Seúl se vive bien.

—Cada familia es un mundo —dijo el hombre—. Y nosotros tenemos mucha suerte.

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Habían pasado unos días desde que Jennie había llegado a Lymington. Se sentía como una más y pasaba mucho tiempo fuera, caminando, empapándose de la frescura de ese puerto.

Una mañana, su madre entró en la casa con una estruendosa alegría.

— ¡Jen! ¡Jennie! ¡Tengo algo para ti! ¡Corre! ¡Baja!

La escuchó desde la habitación.

Se incorporó —ya que estaba mirando un par de cosas en el ordenador— y bajó rápidamente hasta el vestíbulo, donde se encontró con su madre y un piano de color marrón oscuro.

— ¿Qué haces con eso, mamá? —enarcó una ceja.

—Te lo he comprado para que te distraigas. Hace mucho tiempo que no tocas el piano, cariño, y lo echo de menos. ¿Por qué no te animas?

Jennie lo miró. Paseó la mano por el piano, lo observó con detenimiento y sonrió. Hacía tiempo que no tocaba nada, hacía tiempo que no se sentaba y trataba de desinhibirse. Demasiado tiempo.

— ¿Está afinado?

—Creo que no —negó con la cabeza—. Sin embargo, ¿por qué no llamas a los Manoban? Que Lisa te lo suba arriba y le preguntas si sabe de alguien, ¿bueno?

Hermoso pájaro de verano → jenlisaWhere stories live. Discover now