Hermoso pájaro de verano → jenlisa

Octava parte

Lisa le besó la sien y cerró los ojos cuando sus labios entraron en contacto con su piel cálida. No sabía que decirle, no podía ordenar las palabras en su mente.

No se podía creer por todo lo que había pasado Jennie. Se había imaginado que algo había pasado debido a su homosexualidad, pero no eso. Se estremecía sólo de pensarle, y un sentimiento le acongojaba dentro de su corazón. Lisa había desvelado el misterio por completo, pero eso no significaba que su labor hubiera terminado. Tan sólo acababa de comenzar.

—Y no voy a dejarte —musitó—. Somos amigas ahora, y las amigas se protegen. Mientras estés en Lymington, no, espera, mientras seas mi amiga, procuraré que no te vuelva a pasar eso nunca más —le estrechó con fuerza—. No me puedo creer que hayas pasado por todo esto.

Jennie se encogió de hombros. Ni ella mismo se podía creer que estuviera en ese momento abrazando a Lisa; y viva, después de todo.

—Por eso odio mis cicatrices. Me recuerdan absolutamente todo lo ocurrido en Seúl y por mucho que intente olvidarlo, sigo teniendo pesadillas. Bueno, o las tenía. Hace unos días que he dejado de tenerlas —se limpió los ojos y suspiró—. Estar en Lymington me está devolviendo a la vida. Me siento feliz, Lisa. Estoy genial. Y me siento cómoda de poder contarte esto sin tener un miedo constante de que al día siguiente dejarás de hablarme. Te confesé que me gustaban las chicas y tú... —rio, recordando el momento, y una lágrima volvió a resbalarse por su mejilla—. ¡Me preguntaste si estaba interesado en alguna chica!

—Pues claro —sonrió Lisa.

Se armó de valentía y se atrevió a acercarse. Tenía miedo de que Lisa le rechazase, pero no lo hizo y le secó las lágrimas con su pulgar

—Jennie, escucha. Somos amigas y por ese motivo me interesa saber si hay alguna chica en tu corazón.

—No hay ninguna —mintió Jennie, pero no se sentía culpable. Era una mentira piadosa que no hacía daño a nadie. Estiró la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Pero estoy bien. Ahora estoy bien.

—Eres la persona más valiente que he conocido en mi vida.

Jennie le miró, sin decir ninguna palabra. Sonrió dulcemente y volvió a poner su cabeza sobre el hombre de Lisa. Ella era una persona maravillosa, era la única chica que realmente le aceptaba, y maldijo su mala suerte por no tener el permiso para poder besarle esa misma noche.

—Quiero que me toques una canción, Lisa —musitó cerca de su oreja—. Ya te he tocado una yo, te toca a ti.

—No tengo una canción que iguale la tuya. No suelo componer.

—Nadie es perfecto —sonrió pícaramente—. Tan sólo tócame una canción, ¿sí?

Lisa aceptó. Era lo menos que podía hacer. Sentía que tenía que hacer eso, que le sentaría bien. Enseguida supo que canción debía tocar y, dentro de ella, se la estaba dedicando. No quiso decírselo explícitamente, confiaba en que Jennie captara la indirecta.

Bebió un sorbo de su botella y comenzó a tocar una canción que era bastante lenta. Jennie bebió de su cerveza tal y como Lisa había hecho antes y se dejó llevar.

Jennie estaba enamorada de la voz de Lisa. Era tan peculiar, tan sumamente diferente, y le hacía parecer que todo era tan fácil, que era imposible no estar enamorada.

Reconoció la canción.

Sus mejillas enrojecieron al instante y tenía ganas de ir hacia Lisa y abrazarle por detrás. Recordó cuando le confesó a Lisa que quería sentir lo que era tener a alguien que le protegiese y Lisa, prácticamente, se lo estaba cantando.