Capítulo 14 - 31 de Enero: Sin incidencias

Start from the beginning
                                    

—¿Quieres crema? —Aedan negó con la cabeza y Delia se inclinó hacia él entornando los ojos—. Pues ya te están saliendo pecas. Después de las pecas viene el dolor, lo sé por experiencia.

Y dobló las rodillas para sentarse bajo el borde del toldo, aferrada al paraguas con las dos manos. Aedan sonrió un poco y se rascó la nariz, pero no se sentó.

—Tú tienes más predisposición a quemarte —murmuró con las manos en los bolsillos, escuchando la retahíla de números del ministro. A Aedan le gustaban los números que tenían sentido dentro de sí mismos, porque sus cifras seguían un esquema o porque si sumabas los dos primeros más el del medio daban los dos segundos. No pudo fijarse demasiado.

—¿Por qué? ¿Porque soy pelirroja? —exclamó indignada, e hizo girar el paraguas de tal modo que Aedan notó un golpe de aire—. ¿Tu madre no es pelirroja?

A decir verdad, además de curiosa y quizá graciosa Delia resultaba un poco abrumadora; le gustaba más hablar de los demás que de ella misma, y Aedan no estaba acostumbrado a eso. Tenía tendencia a quedar como un idiota. Desde el fondo de la pared, Casper volvió a gruñir.

—Teñíos o id a haceros trenzas ya, joder, qué calor. ¿Cuánto falta? —gimoteó. Delia se encogió de hombros.

—Un rato. ¿Te acuerdas del sorteo en el que entraste? —Devolvió su atención a Aedan y él deseó que no lo hubiera hecho.

El problema no eran las preguntas de Delia, ni la brusquedad de Casper. Con Delia hablaba de casa o de la escuela o de las guardias y, a veces, de Klio. Con Casper entrenaba y hablaba del entrenamiento, o del nuevo equipamiento que probaban en los otros puntos del Muro. Y de chicas cuyos nombres ni le sonaban, aunque conociendo a Casper posiblemente eran los nombres equivocados. Si estaban los tres juntos dejaba que hablaran entre ellos. Se tensó con la pregunta, y pudo ver de soslayo que Casper lo hacía también pero de forma distinta, todavía tumbado y descansando en apariencia pero interesado en la conversación.

—No me acuerdo, sólo tenía seis años. Un día estábamos fuera y otro dentro.

Le bastó echar un vistazo a Delia para comprender que no iba a ser tan fácil. Deseó conocerla más, poder hacer un gesto poco obvio y que ella entendiese al momento que si quería se lo contaría otro día, cuando tuvieran tiempo. Cuando no fuera mediodía en un sorteo, el sol no quemase y estuvieran solos. Le empezaron a picar las manos y sacó la cámara de su bolsa disparando tres veces seguidas; una panorámica algo brusca de la Franja y los espectadores.

—¿Cómo no vas a acordarte? —insistió Delia—. Seguro que hasta sacaste fotografías de todo.

—No teníamos cámara. —Y entonces tampoco la necesitaba, estuvo a punto de decir, o no sabía que pudiera necesitarla. Cuando estuvo a su altura disparó otra vez, hacia Delia. Esa foto tuvo que sostenerla en la mano porque se le habían acabado los bolsillos—. Y además no fue más que un viaje muy largo cambiando de un camión a los barracones y después al tren. Pasé la mayor parte del tiempo dormido o vomitando, creo.

—Así que es verdad que los Orugas de Nuevo México empiezan a deshacerse por dentro si abandonan sus túneles —intervino Casper. Lo dijo sin levantarse, sin apartarse siquiera la toalla de los ojos, y levantó las manos a ciegas en un gesto de miedo teatral—. Se les licuan las entrañas porque sólo respiran aire subterráneo y gasolina. Por dentro debes de tener las tripas como un plato de gelatina. ¿Has subido algo de comer?

Delia se agachó para abrir su mochila y le lanzó un paquete de galletas saladas. Casper había empezado a incorporarse y le acertó de pleno en la nariz, con un crujido de plástico y migas, pero Aedan no prestó atención al despliegue de insultos que siguió. Se alejó un poco y sacudió la fotografía sin mirarla. Ni siquiera era necesario con esa temperatura, en la que el papel se revelaba a toda velocidad y sin zonas irregulares. El ministro anunció más números. Abajo, la coronilla de Hawkins continuaba inmutable. Más abajo todavía los suburbanos iban de un lado a otro envueltos en sus trapos, aplastados por el sol. Diez, veinte, cien... todos se movían así que era imposible hacer una cuenta aproximada del primer cuadrante, bajo la pantalla Este, que a su vez era aproximadamente una octava parte del área más ocupada, más o menos.

20millones3Where stories live. Discover now