En momentos como este quisiera tener la habilidad y el tacto que mi propia mamá posee para cosas como estas. Es que ella logra hablar de lo que sea sin herir jamás a las personas. Es por lo mismo, que mucha gente confía en ella a ojos cerrados y es capaz de contarle lo que sea sobre su vida. 

—Lo siento mucho —digo al fin. 

—No te preocupes —dice. Y sus ojos vuelven a hacerse pequeños en su sonrisa. —fue hace mucho tiempo. —reflecciona —muchísimo.

—¿Qué edad tenías?

—cuatro o cinco años —suspira. —Es cierto, a veces sí me gustaría que estuviera aquí. Dicen que los mejores consejos para vivir son los de una madre. 

Pienso en mi mamá y no puedo evitar entristecerme por lo que ella acaba de decir. No por su forma de decirlo, sino porque es demasiado cierto como para no doler. Y ella se los ha perdido todos. Quizá su primer novio, o su primera fiesta, o quien sabe qué, pudieron ser acontecimientos más lindos para ella si su mamá hubiese estado ahí para aconsejarla. 

—¿Cómo... —comienzo a preguntar de nuevo, pero dudo por un momento sobre si terminar la pregunta o cambiarla por otra. —¿Cómo murió? —me decido al fin. 

—Uh, una enfermedad —dice. —Leucemia, eso. —Pareciera que ni siquiera recuerda el nombre con facilidad, siendo un cáncer relativamente común. Al menos yo había oído hablar sobre la leucemia un par de veces. 

—No le das muchas importancia, ¿no es así? —concluyo.

—No es eso. —refuta. La observo, imapciente por lo que va a decir. —Es que nadie me habla de eso. Cuando pequeña solía preguntar sobre mi mamá, pero cada vez que lo hacía, ellos cambiaban de tema o simplemente hacían como si no me oyeran. —toma aire, y continúa: —Claro, yo tampoco me he esforzado demasiado por saber más, pero bueno.

Sonrío un poco, satisfecho por dos cosas muy importantes que moría por conocer sobre ella. A pesar de no llevar demasiado tiempo aquí, hablando, acabo de conocer su parte más humana, algo cercano a sus sentimientos, a sus razones de ser. Y quizá su forma de ser se deba a algunas de las cosas que acaba de decir aquí. 

Ella, Keyra, puede hablar muy en serio también. Y quizá no está siempre en la estratósfera, preguntándose por qué las cosas son del color que son, o cómo actúa un objeto sobre otro. Quizá ella tiene gran parte de sus pensamientos sobre el planeta Tierra, como todos. Es sólo que no lo demuestra demasiado. 

—¿Tengo algo? —pregunta de pronto, mirándome como si hubiese olvidado algo imporante. 

Sacudo mi cabeza —No, no —digo—, no. Es sólo que —recorro su rostro con la mirada, para terminar en sus ojos. Y las palabras salen de mi boca como leche derramada: —eres linda. 

Noto cómo su piel comienza a ruborizarse lentamente y quiero arrepentirme de lo que acabo de decir. Pero no puedo, y menos ahora que sus mejillas están coloradas y ella evita mirarme, porque la hace ver aún más tierna. 

Una ráfaga de viento empuja su cabello hacia su rostro y me provoca escalofríos. De inmediato la lluvia comienza a caer sobre nosotros. 

—¡Dios! —exclama. —No vamos a empapar. —Pone sus manos sobre su cabeza de la manera más ingenua en que alguna vez he visto a alguien hacerlo. 

—Ven aquí —digo, recordando que no estamos demasiado lejos del gimansio. La tomo de una mano y comienzo a correr de vuelta al campus. 

—¿Aquí planeas esconderte? —cuestiona en cuando abro las puertas del gimansio para meternos dentro. El sonido de la lluvia está amortiguado por la enorme esctructura. 

—Exacto. No hay nadie aquí, los viernes no hay deporte para ninguna clase. 

Recuerdo que hay algunas toallas en las duchas del segundo piso, pero dudo que los camarines se encuentren abiertos hoy. Por la misma razón que he tenido para entrar aquí: No hay clases. 

—¿Absolutamente ninguna clase? —Insiste. 

—No, ninguna. —Definitivamente quedarme aquí no será la forma de averiguar sobre las toallas. —Esperame aquí un minuto. 

Corro escaleras arriba, confiando en que Keyra sea una persona obediente. Aunque, juzgando por su manera de ser -sobretodo en clases- dudo que se mueva un centímetro de donde la he dejado. 

Muevo la manilla de la puerta del camarín de hombres, pero no hay resultado. Me agacho, y sin dejar de jadear por la carrera, observo la cerradura más de cerca. No hay modo de abrirla. 

Camino unos metros a la izquierda e intento entrar en el camarín de damas, pero sucede exactamente lo mismo. 

Vuelvo, escaleras abajo para encontrarme con Keyra y pensar en algo más. 

—¿Qué haces aquí? —pregunta el eco de una voz masculina. Mierda. 

Me acerco corriendo a Keyra, para averiguar que es Harry quien la ha encontrado. 

—Hey Harry, ¿Qué hay? —Interrumpo, tratando de parecer relajado y reprimiendo el sonido fuerte de mi respiración cansada. 

—Hey, todos los están buscando. Hace tres horas deberían haber entrado a la clase de física con sus pases. — ¡¿Tres horas?! Eso es una exageración.

—Lo sé. —Digo, mosqueado por la situación. Sé que Harry no lo hace a propósito, pero no esperaba que llegara hasta aquí buscándonos. 

Hola, hermosas! Quiero pedirles mil disculpas por el atraso. Sé que prometí subir este capítulo ayer, pero vergonzósamente me quedé dormida con el mac sobre mis piernas mientras terminaba de escribir. Cuando me desperté era demasiado tarde y mi cerebro no estaba funcionando. 

Pero aquí se los traigo :) y espero que los disfruten un montón. muchos besotes para ustedes! <3

Eff.

Keyra en las nubes (fanfic n.h)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora