-¡Es el mío mamá! ¡Mi cumpdeaños, el mío, el mío! –Daba grititos y pequeños saltitos sobre su trasero.

-Cumpleaños, preciosa. –Le corrigió ahora Clarke.

-Cumpdeaños... Cumplaños. –Bueno, lo seguía intentando, para su edad aún tenía cosillas que corregir.

-Ven aquí mi pastel de chocolate. –Clarke la tomó por sobre mí para colocarla en medio de ambas. –Solo jugábamos contigo pequeña, claro que sabemos qué día es hoy. –Y así noté que sus ojos, a pesar de la poca luz que había, brillaron tanto como podían.

-Feliz cumpleaños mi calabacita. –Le di un besito en su mejilla izquierda mientras Clarke hacía lo mismo en la derecha, dos besos muy sonoros que la hicieron reír dulce como ella.

-Gracias mami. –Se tapó sus ojitos con las manitas y luego los refregó. –¿Podemos temminar las compdas ya?

-Mi vida aún no son las 6 de la mañana ¿Qué tal si seguimos durmiendo y vamos más tarde? Además sabes que debe pasar en la mañana de la cumpleañera. –Siempre ha sido más paciente conmigo que con Clarke así que para mi siempre ha sido más fácil el convencerla de todo, en el fondo Mía sabe que Clarke terminará cediendo a todo lo que le pida.

-¡Desayuno especial!

-Exacto cariño, desayuno especial. –Volví a besar su carita. –Ahora a dormir, pondremos el despertador a las nueve.

-A las ocho mami, poffa.

-Nueve princesa, ahora a dormir.

-Ta bieeen ¿Aquí con ustedes?

Abrazadas a nuestra hija cruzamos una última mirada antes de seguir durmiendo y yo solo pude pensar en la afortunada que soy. Enamorada de Clarke tanto o más que hace 5 años cuando nos casamos, enamorada de mi hija, enamorada de mi vida, enamorada de la persona en que me había convertido con el paso de los años. Nos mudamos a Los Ángeles en medio de mi embarazo, Octavia y Raven, las eternas novias lo hicieron a los meses después, los antojos fueron muy difíciles de controlar, para qué hablar de los de Octavia pero nuestras respectivas chicas hicieron hasta lo imposible por encontrar papas y queso cheddar a las 5 de la madrugada, llegó un punto en que teníamos a más de 10 personas despiertas buscando en sus alacenas si tenían chocolate amargo, es que a mí y a O se nos antojaba demasiado.

Cuando ya dieron las 9 de la mañana me desperté sigilosa, besé los labios de mi mujer, la frente de mi hija y me dirigí a la cocina, a los minutos llegó Clarke y me abrazó por la cintura dejando un beso en mi nuca que me estremeció por completo.

-¿Alguna vez dejarás de hacerme sentir así con solo un beso?

-Espero que no, princesa. –Me giré y tomó mi rostro entre sus manos besando mis labios con tanta delicadeza que volví a ser un flan como la primera vez que nos besamos.

-Te amo. –Susurré contra sus labios.

-Te amo más. –Susurró contra los míos y volvió a acortar la distancia para besarme una vez más, esa vez con muchas más ganas y pasión a sabiendas que a pesar de la insistencia de Mía fácilmente dormiría hasta media tarde si nadie la despertaba por su pequeña travesura e impaciencia mañanera.

-Clarke, preciosa. –Dije apenas separó sus deliciosos labios de los míos.

-¿Hm? –Se apoyó contra mi pecho y me dejó rodearla con mis brazos.

-Nada, solo quería decirte que eres preciosa. –Ella río y suspiró fuerte tal vez sintiendo lo mismo que yo en esos momentos, que a pesar de todo, a pesar de tanto nada ni nadie nos habría de separar porque cada vez que veíamos a los ojos de la otra era como encontrar el camino a casa, el cielo, yo veía en ella vidas pasadas, desde hacía un tiempo hasta esa parte me había quedado más que claro: éramos almas gemelas, destinadas a encontrarnos en los brazos de la otra. Todo con Clarke se sentía más como un reencuentro de esos que te recomponen y te juntan los pedazos.

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⏰ Última actualización: Mar 14, 2017 ⏰

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