Capítulo 8 - 3 de Diciembre: Podría ser peor

Comenzar desde el principio
                                    

            —Por supuesto que no. —Ningún cristiano iría nunca a las colonias.

            —No me has dicho que no eres irlandés.

            —No soy irlandés —añadió azorado. Lo había pensado, o eso creía, pero no, no había llegado a decírselo. Desde su puesto tras la valla electrificada le pareció que los ojos de Klio se reían. Dio un par de pasos hacia la derecha, para no tenerla directamente frente a él.

            —Ahora ya no me vale, mi pequeño monaguillo de Cork.

             Las reacciones contradictorias de Aedan parecieron luchar por manifestarse a la vez, y terminó dando otros dos pasos a la izquierda, indecisos, y mirando al suelo en lugar de a ella, y riéndose suavemente, todo seguido. “Monaguillo de Cork”, sonaba gracioso. Se preguntó qué podía saber una suburbana sobre un lugar de la antigua Europa, quinientos años antes. No preguntó. Miró a Klio de reojo y vio que se incorporaba un poco como si cogiera aire, como si fuera a decir algo más, y por una vez fue más rápido que ella.

            —¿Y entonces qué vas a hacer? —Todavía no había oido el final de la historia. Todavía no sabía cuántos pasos de Klio había en tres metros de Franja. Cuando ella se puso en cuclillas supo que posiblemente no lo averiguaría esa noche y le invadió la inquietud.

            —¿Qué voy a hacer de qué?

            —Sobre el hospital. ¿Vas a ir? —Tenía que averiguar aunque fuera a cuánto equivalía uno de sus pasos en comparación con los suyos propios. Si ella se sentaba no lo sabría. Dio media vuelta y caminó unos cuantos metros en dirección a la esquina del Muro, hasta que no pudo ver los ojos de Klio.

            —¿A dónde coño vas? —preguntó ella casi gritando, pero se levantó y le siguió. Bien. Levantó la mano y Klio se detuvo en el sitio algo dudosa.

            Bien, cuando estaba callada sí que caminaba como las personas normales. Daba pasos grandes para ser una chica, como si tuvieran un propósito al que había que llegar haciendo temblar la tierra, y con el cuerpo echado hacia delante. Entre tantas protecciones Aedan tuvo que suponer que lo hacía con las manos enguantadas dentro de los bolsillos. Cuatro pasos y medio. Bajó el brazo y negó con la cabeza retrocediendo parte del camino hasta volver a situarse frente a ella.

            —Nada. —Y se encogió de hombros, más tranquilo, mientras Klio entornaba los ojos y se acercaba tanto a la verja que de no llevar protecciones las celdillas se le hubieran podido marcar en la frente. Permaneció así unos segundos, ella en silencio y el metal quejándose y silbando con cada respiración.

            —Pues es que no me hace ni puta gracia tener que limpiarles el culo a gilipollas suburbanos lo bastante idiotas como para terminar en esa mierda de hospital. —Aedan se preguntó cómo había conseguido decir todo aquello en apenas segundo y medio a la vez que se daba la vuelta y se sentaba en el suelo, recostándose contra la valla. Examinándose las manos con desinterés, Klio giró un poco la cabeza como para mirarle—. ¿Tú qué harías si fueras yo?

            —Supongo que iría —respondió Aedan acuclillándose y rozando el suelo con las yemas de los dedos. El tejido de sus guantes era una patente militar utopiana que daba la sensación de que no había nada entre piel y suelo. Se preguntó si Klio, con sus guantes de lanex baratos, podría notar lo compacta que era la tierra bajo la primera capa superficial de gravilla y arena.

            —Por supuesto que irías. Pero no me refiero a qué harías si fueras tú mismo. Ya sé que te apuntarías de cabeza a ponerles la mano en la frente a todos los infectados por el temblor negro. Joder, ¡si viniste al Muro voluntariamente!

20millones3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora