Capítulo 4 - 5 de Noviembre: Siete botellas a medias

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           Roberto siempre había querido ser uno de esos vaqueros, incluso de los que iban en naves espaciales; no le importaba mientras pudiera llevar un abrigo largo, revólveres en cinturones de cuero auténtico y caminar por una calle desierta al ritmo de Johnny Cash, al encuentro de su destino o alguna de aquellas expresiones hechas de imágenes que habían creado los directores, antes de que la Guerra convirtiese la industria del cine en una sucesión de comedias descerebradas para adolescentes.

           —Si es que la música ya no es lo que era —suspiró Sylwia dramáticamente, aupándose sobre la barra hasta la cintura y fingiendo que se desmayaba sobre ella. Roberto la golpeó sin fuerza con el trapo de limpiar los vasos y ella continuó hablando con la nariz pegada al plástico imitación de madera—. Ni el sexo ni el cine ni las drogas ni las muertes. Todo era más bonito antes de que todo fuera fe-e-e-o.

           —¿Qué pasa con vosotras últimamente? —preguntó—. He oido que Brae salió a gatas de aquí el otro día. Las chicas no deberíais hacer esas cosas o un día os despertaréis metidas en un lío.

           —Pues no sé, Hetfield. —Sylwia recalcó el apellido adrede, por la costumbre de Roberto de no llamarlas nunca por sus nombres de pila. Había posado los labios en la barra accidentalmente y escupió un par de veces sobre un pañuelo de papel—. Pero si lo que te preocupa es que nos despertemos preñadas y tengamos que dejar de venir aquí a beber estate tranquilo. Por muchas y variadas razones eso no va a pasar.

           —Bueno, tampoco quiero ser quien lo compruebe —respondió Roberto sin dejarse intimidar. Últimamente las chicas aquellas estaban excediéndose, sobre todo Brae—. Hoy no se va a repetir, ve diciéndoselo a tu amiga. En cuanto empiece a tener dificultades para pronunciar la palabra “extraordinario” lo único que se le servirá en este bar será tonicafé.

           —Vamos, la mitad de tu clientela no podría decir eso ni sobria. —Con el comienzo de un paso de baile y un par de palmadas en la barra dio el tema por zanjado y recorrió la vitrina de las bebidas con la mirada, pensativa—. A mi ponme...

           —Un colavodka —concluyó Roberto con la experiencia que le habían dado las noches detrás de la barra. Agarró la botella casi sin mirar y llenó un vaso largo hasta que las burbujas amenazaron con derramarse—. Sólo os digo que tengáis cuidado. Si no es por vosotras, al menos por esos números que lleváis en los brazos. La cirrosis es una de las enfermedades excluyentes en el examen médico del otro lado de la Franja.

           —Nunca estuviste en la Franja, cielo. —Roberto no pudo ocultar una sonrisa.

           —Porque reclamé mi derecho a disfrutar de la cirrosis si se daba el caso. Tres cobres y medio, por ser tú.

           —¡Esa copa no vale más de dos!

           —Ya te lo he dicho, por ser tú. Así podrás seguir diciendo que no tienes dinero para comprarte la ropa completa —se rió Roberto señalando el jersey que no la cubría el estómago. Sylwia se lo palmoteó pero luego buscó en el bolsillo de los vaqueros para dejar cinco monedas.

           —Ponme “Hurt” y para “Ring on Fire” estaré lejos de aquí gritando cosas extraordinarias —susurró. La chica a la que señaló con el pulgar no podía verle los dedos a Sylwia desde su lugar en la zona de mesas—. Y un nombre, si eres tan amable.

           A Roberto le bastó alargar el cuello y un rápido proceso de eliminación para localizar a una chica morena que no solía pasarse mucho por allí, por lo que se podía explicar que Sylwia, a la que muchas veces confundían con alguna especie de relaciones públicas de El Loco, no supiera su nombre.

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