Capítulo 38: La eternidad no es perfecta

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Maratón 3/7

Egipto – 3153 a. C

El llanto de Berenice se escucha en todo el palacio, por cada pasillo o puerta que pasaba, intentando alejarse del dolor. Tiro las joyas, el oro, todo objeto de valor, cosas que no le traían felicidad. El vacío que sentía, no podía llenarlo con nada. Su habitación había quedado destrozada y se agacho a seguir llorando sobre las sabanas de su lujosa cama.

Dos golpecitos se escucharon en la puerta y ella se sobresaltó. Levanto la vista encontrándose con ese intenso color rojo del vampiro que tanto amaba, sus miradas tristes se encontraron y ella cedió a hablar con él.

― Rukhu... ― exclamo con sus ojos llenos de lágrimas.

― Berenice, yo solo debí...

Se acercó hasta él con furia y aún con dolor en su pecho le grito.

― ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?! ― grito con fuerza aunque su voz se ahogaba en el dolor de su llanto.

― Nunca hubo un nosotros...

Fue como si su corazón se partiera al oírlo.

― Lo sé... ― se aguantó el sufrimiento ― pero mi hermana...

― No sé lo que te ha dicho Nerida, es más, creo que no te ha contado nada. Ella y yo...

― ¡No! ― se tapó los oídos ― ¡No quiero oírte!

― Es que... ― intento seguir hablando, observándola preocupado.

― ¡Nada, absolutamente nada! ― ahora ella lo interrumpió y se le acerco nerviosa, para luego refregarse los ojos en frente de él ― te haces el bueno y en realidad eres igual que ellas ― sus lágrimas siguieron cayendo aunque trato de evitarlo.

― ¿Ellas? ― exclamo confundido.

― ¡Sí! ― grito ― ¡Biulit y Nerida! ¡Se burlan de mí por ser la última que toco la piedra prohibida!

― Yo no sabía...

― ¡No te hagas, Rukhu! ― grito con fuerza y presiono sus puños, mientras se ahogaba en sus propias lagrimas ― ¡Es más que obvio!

― De Biulit lo puedo esperar pero... ― bajo la vista y una punzada paso por su pecho al pensar en su amada ― pero... Nerida...

― ¿No lo ves? ― respiro agitada ― ella solo está contigo para perjudicarme, siempre ha sido así...

― No digas eso, no de tu hermana.

― ¡No entiendes nada! ― corrió hasta él, lo empujo y escapo de la habitación.

― ¡Berenice! ― intento seguirla pero la perdió de vista.

Destrozada se ocultó entre las sombras durante días, dejando que su corazón se oscureciera, el rencor se apodero de su alma, perdida por el dolor. Biulit la humillaba, Nerida la trataba mal y Bast no le creía, la eternidad no parecía tan perfecta. Ahora entendía a Thaiel, quién decía que esto no era un don, sino una maldición.

Él era quién más se lamentaba de haber tocado la piedra, incluso siendo el tercero en haber obtenido el poder, pero al menos el vampiro rubio tenía a su hermano.

Berenice no tenía a nadie...

Cuando el odio termino por consumirla, ella puso en marcha su plan. No iba a terminar con su sufrimiento, sin antes vengarse de todos los que le hicieron daño y por los que derramo lágrimas en vano.

La sangre que corre por mis venas (sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora