12. Papeleo (Pt. 7)

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El señor Canonach lleva a Felicia a casa y regresa media hora después.

Cedric no me dejó hablar con él cuando llegó a casa justo cuando Felicia terminaba de darle a la señora Canonach instrucciones para repetir el procedimiento al menos otras dos veces durante el día para ayudar a cicatrizar. Dijo que sería mejor que descansara un poco antes de hablar, y aunque traté de resistirme, el dolor y el cansancio emocional, me desmayo casi en el momento en el que me quedo a solas.

Pero cuando el señor Canonach regresa, con aspecto cansado y con el traje arrugado, estoy completamente alerta y lista para la guerra.

Salgo del estudio y sigo el sonido de las voces hasta llegar a la cocina de los Canonach, donde la señora se mueve como una exhalación preparando algo para su marido, mientras su hijo lo interroga en la mesa auxiliar de la esquina más alejada.

-Tienes mucho mejor aspecto. -Comenta la señora Canonach cuando cruzo el umbral de la puerta, tal vez en un volumen demasiado alto para la hora y el lugar. Algo me hace pensar que lo hizo sólo para alertar a los demás integrantes de su familia de mi presencia.

-Gracias. -Contesto, sin saber qué más decir, con la mirada fija en el señor Canonach.

Sigilosamente, como si de un animal silvestre se tratara, me acerco a él.

Cedric parece supervisar cada uno de mis movimientos, y cuando estoy a su alcance, me toma por la muñeca y me acerca hacia sí. Parada junto a él, y de pie frente al señor Canonach, me siento como una niña pequeña tratando de participar en la conversación de los adultos.

-Imagino que querrás saber cómo está tu padre. -Comienza. En parte me alegra que haya sido él quien rompió el silencio, pero por otro lado... no podría estar más equivocado.

-Para ser sincera, señor Canonach, nada me importa menos que eso.

La señora, sorprendida, contiene el aliento, y Cedric se tensa en su asiento.

-Entiendo que estés enojada, Abril, pero debes entender que...

-El hombre que debería cuidarme trató de acabar conmigo hace menos de doce horas. Sí, eso lo entiendo.

-No quiero excusar su conducta, ni mucho menos, pero dado que no está aquí, y que nuestra amistad se remonta a cuando éramos unos principiantes, debo abogar por él.

-O no, y todos estaríamos más tranquilos. -Suspira su hijo.

-Hay cosas que son difíciles de explicar, Cedric, y te agradecería que te lo tomaras en serio. -El hombre se recuesta en la silla y cruza los brazos sobre el pecho. -Estoy sumamente decepcionado de Tomás. Nunca lo creí capaz de algo como esto.

-Ambos sabemos que eso no es cierto, Harold. Tomás siempre ha sido una persona... agresiva. -La señora pone una mano en el hombro de su esposo, y se dirige a mi, con algo que no puede ser más que compasión, si no lástima, en sus ojos. -Mi intención es todo menos envenenarte el corazón, pero si de algo estoy segura es de que esto no es sorpresa para nadie.

-¿De qué hablas, Viola? No deberías abrir la boca sin saber...

-Tú también lo leíste, y no puedes mentirme. Me diste tu Llave, no lo olvides. -Todos los presentes nos quedamos de piedra. Recurrir a un argumento como ese es el golpe más bajo que podría darse en una discusión, y sin embargo parece ser lo que ablanda al señor Canonach.

-Bien, lo acepto, pero ¿qué querías que hiciera? Intervenir no es y nunca será una opción, mucho menos para alguien en mi posición. ¿Y si alguien de la Biblioteca se enterara?

Las Crónicas de Ashbury: El LibroNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ