10. Doggie Howser (pt. 4)

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Pasé casi quince minutos tocando a la puerta de la habitación, esperando a que Cedric abriera la maldita puerta, pero sencillamente no lo hizo.

-¿Por qué no maduras y me dejas entrar de una buena vez? -Trato de mantener mi tono de voz al mínimo, pero estoy empezando a perder la cordura.

Toco dos, tres veces más antes de que una anciana asome la cabeza a través de la puerta junto a la nuestra para, con una mirada asesina, exigirme que me callara en un español rudimentario.

Me disculpo rechinando los dientes y regreso sobre mis pasos, hacia el elevador. Los pies están matándome, así que me despojo de los zapatos sin reparos tras oprimir el botón del lobby.

-Uh... ¿Hola? -la recepcionista parece excesivamente interesada en su teléfono como para regalarme unos valiosos segundos de su tiempo. -¿Hola?

Me dirige una mirada sin siquiera mover la cabeza y se pone de pie. Se mueve como si el simple hecho de existir le significara un esfuerzo sobrehumano.

-¿En qué puedo ayudarla? -pregunta.

-Uh... No encuentro la llave de mi habitación. Mi... Amigo debe haber salido, y...

-¿Cedric? -me molesta a un nivel casi visceral que use su nombre. No tiene por qué alterarme, pero lo hace, y odio admitirlo, pero no puedo hacer nada al respecto.

-Si, Cedric.

-Creí que no volverías. -Se queja, inclinándose detrás del mostrador. Cuando vuelve a ponerse de pie, tiene una llave con el emblema del hotel en la mano. -dejó esto para ti.

-No sé si entiendo... ¿Dónde está él? -un cubo de hielo se ha alojado en el punto en el que estaba mi corazón, desbocado por la ira, hace unos segundos.

-Pidió otra habitación.

-¿Perdón? Creo que no oí bien. - Porque no puede haber dicho lo que creo que dijo, ¿o sí?

-Por más que me gustaría quedarme a charlar, mi turno ya terminó. Tendrás que esperar a que llegue mi relevo. - Con una sonrisa de suficiencia que siento la necesidad de borrar con mi puño, pone un pequeño cartel sobre el mostrador en el que se lee "regresaremos a las once". Miro mi reloj.

Son las diez.

-Bien. Gracias. - Tomo la llave y recojo mis pasos, sintiendo como mi corazón se esfuerza por irse a vivir al esófago.

Debe haber un error.

Esto no está bien.

Cuando las puertas del elevador se abren, espero encontrarlo recostado contra la pared junto a la puerta, con una sonrisa torcida dibujada en los labios y ese brillo de picardía en sus ojos claros, pero el corredor está tan vacío como estaba hace cinco minutos.

Supongo que ese tipo de cosas no pasa en la vida real.

Con los zapatos en una mano y la llave en la otra, atravieso el umbral de la puerta. No hay ningún rastro de su estadía aquí; su maleta ha desaparecido, al igual que su chaqueta, incluso su aroma se ha esfumado, como si hubiera tomado la precaución de recogerlo para ponerlo en su bolsillo antes de irse.

Siento cómo mi garganta se cierra entorno a un pesado nudo que parece ser un centro gravitacional para las lágrimas que me escuecen en los ojos, desesperadas por rodar libremente. Me conozco lo suficientemente bien como para saber que si dejo que corran a voluntad, difícilmente podré detenerme hasta dentro de varias horas, así que me obligo a mantener la compostura por el bien de mis lagrimales. Me dejo caer sobre la cama, enterrando la cara en las almohadas, como si de esa manera fuera a solucionar algo.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora