8. Emberbury (pt. 2)

201 41 4
                                    

Entonces siento que estoy a punto de perder el conocimiento.

Hace ocho meses, cuando llegaba a casa, jamás me imaginé que lo que encontraría del otro lado del departamento rentado en la ochenta y dos con Lex me dejaría con pesadillas por el resto de mi vida.

Al empujar la puerta, vi a mi madre en el suelo de la sala de estar con un frasco de los somníferos que le habían recetado poco después de que llegamos, en la mano y completamente desocupado. Lo primero que hice cuando salí del shock fue tratar de encontrar el pulso en su muñeca, luego traté de sentirlo en su pecho, y luego traté de sentir su respiración. No encontré ninguna de esas cosas.

Con dedos temblorosos alcancé el teléfono y llame al 911 antes que a mi padre, porque no sabía cómo podría darle la noticia.

Cuando llegaron los paramédicos, empezaron a presionar su pecho con fuerza, e inyectaron algo justo sobre su corazón. Eso pareció hacer que volviera a latir, porque la subieron sobre la camilla, y se la llevaron.

Una segunda ambulancia se estacionó y se fue, esta vez conmigo a bordo, con la misma rapidez que la primera.

Estuve sin hablar dos días, y sin comer otros cuatro, postrada en una maldita cama en una habitación mientras mi madre permanecía en la unidad de cuidados intensivos. La sobredosis la había inducido en un coma profundo del cual difícilmente podría despertar, pero su corazón seguía latiendo, y su cerebro funcionaba, o por lo menos eso decían los médicos. Yo los oía como si estuviera debajo del agua mientras la imagen de mi madre en el suelo se repetía en mi cabeza una y otra, y otra vez.

Dos semanas después de que la encontré, y cinco días después de que me amarraran a una cama para embutir comida en mi garganta, volvió a abrir los ojos. Después de eso, le tomó otra semana más salir de la unidad de cuidados intensivos, y dos el ser trasladada a la unidad de psiquiatría.

A mí me dejaron salir un mes antes de eso, sólo porque mi padre firmó que se responsabilizaría de lo que podría llegar a pasarme si me daban de alta tan pronto. Yo también habría terminado en psiquiatría de no ser porque papá tomó ese riesgo, y es que casi puedo entenderlo. Es él quien debía quedarse solo en casa cuando la hora de visitas terminaba. Ahora me tendría a mí para entretenerse y además para hacerle compañía.

Mamá salió dos meses más tarde, y tuvo que volver cada tercer día para terapia por otros dos. Cuando volvimos a Ashbury, la terapia era semanal, por lo que creíamos que estaba evolucionando.

Tal parece que las cosas no estaban tan bien como habíamos pensado.

-¿Dónde estás? - Pregunto, empleando hasta la última pizca de mi fuerza en mantener mi voz firme.

-Camino a Emberbury.

-Te veo allí. - No espero que responda antes de colgar el teléfono.

Entro en la casa y empaco en una maleta algo de ropa y cosas de primera necesidad. Pongo un cuaderno y la pluma que Cedric me obsequió en mi equipaje, y apago las luces de toda la casa. Pongo una enorme cantidad de comida en los tazones de los gatos y aseguro la puerta trasera y delantera.

Más me tardo en poner un pie en la calle que en empezar a correr como nunca antes lo había hecho. Alcanzo una velocidad que jamás imaginé poder alcanzar, pero no sé hacia dónde me dirijo.

En este punto me tendría sin cuidado pedirle a Samuel que me llevara, pero es una cuestión meramente práctica. El Alfa no soportaría el viaje sin recalentarse, y no puedo arriesgarme a que eso pase, así que sin pensármelo dos veces, fijo el rumbo a la casa de los Canonach.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroWo Geschichten leben. Entdecke jetzt