11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt.13)

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Aguzo el oído lo más que puedo, pero al no oír más que las patitas de los gatos contra el suelo del pasillo, me tranquilizo por fin. Tomás ha salido, y si las cosas van de acuerdo al plan, no regresará antes de la media noche, como ayer. Todo esto me hace sentir como Cenicienta, y Mary Grace Lightwood es mi hada madrina.

Me pongo de pie de un salto, sintiéndome ligeramente mareada, pero no le doy importancia. En mi carrera a la cocina por algo de comer casi tropiezo con la bandeja que alguien (no quiero pensar que fue Tomás quien lo hizo) dejo frente a mi puerta, con un sándwich de queso y un vaso de jugo de fresa. Como siempre, olvidó la servilleta, pero no le doy importancia. Por más que quisiera despreciar el gesto, estoy muriendo del hambre, así que me recuesto en el sofá junto a la puerta de mi armario y le doy un par de mordiscos a la comida.

Miro el reloj titilante de mi mesa de noche, y me sobresalto al notar que son las 7:30. Tenía la esperanza de que fuera mucho más tarde, y así no tener que lidiar con la ansiedad que me produce la idea de escapar de casa (por primera y, si alguien se entera, última vez en mi vida), pero al disponer de tanto tiempo libre, debería pensar en ocupar la mente en algo más hasta que sean al menos las ocho.

Termino el sándwich en dos bocados, y aunque me sienta un poco enferma, me pongo de pie para buscar el cuaderno que dejé sobre mi escritorio en la mañana.

Porque lo dejé sobre mi escritorio, ¿no?

¿Entonces por qué no está allí?

Miro debajo, detrás, en el costado, dentro de los cajones... Mi cuaderno no está por ningún lado. ¿Será posible que los gatos lo hayan escondido en algún lugar? Podrán ser tres, pero siguen siendo muy pequeños para cargar con él sólo para hacerme la vida imposible.

Tuve que haberlo puesto en algún otro lugar, ¿no?

Revuelvo incansablemente mis cajones, busco debajo de mi cama, en el baúl en el que usualmente guardo mis cuadernos, en las repisas, detrás de los libros, debajo de los libros, entre los libros, en el baño, en mi armario, dentro de la ropa... No está por ningún lugar.

El final de mi novela ha desaparecido de la faz del planeta, y las ganas de llorar son prácticamente incontenibles.

Me siento en el borde de la cama, tratando de pensar en una explicación lógica para todo esto. No fue un robo, pues mi portátil está reposando en la silla del escritorio. Además, ¿quién querría robar un cuaderno cualquiera garabateado en cada centímetro de espacio disponible?

La otra opción es que... No. ¿Para qué querría Tomás tomar mi cuaderno? ¿Y en qué momento? Recuerdo claramente haber bloqueado la puerta después del incidente con Samuel, así que no pudo haber entrado mientras dormía. Bueno, como los fantasmas están descartados, debe estar en algún lugar, sólo lo pasé por alto.

De igual forma no tengo tiempo para seguir buscándolo. Son pasadas las ocho, y Grace no dudará un segundo en subir por mí si no estoy lista. ¿Cómo es que un pensamiento así puede hacerme sonreír?

Tomo una ducha y busco en mi clóset el vestido que Gracie había pedido específicamente, pero al ponerlo contra mi cuerpo frente al espejo me doy cuenta de algo que ya sabía: dos años obraron su magia en mi cuerpo. No hay forma de que logre entrar en esa cosa.

Pero justo cuando estoy por decantarme por unos pantalones sencillos y una camisa púrpura, recuerdo que este no es el único vestido rojo en mi poder.

Bajo las escaleras dando pequeños brincos y busco desesperadamente la plancha. Saco el vestido rojo que Cedric me compró en Emberbury y hago desaparecer las arrugas en un par de pases de vapor. Me aseguro de dejar todo en su lugar. No es como si Tomás fuera a notarlo, pero nunca se es demasiado cuidadosa.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroWhere stories live. Discover now