12. Papeleo (Pt. 2)

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Los minutos en el reloj se esfuman entre cajas y códigos de barras, y la hora acordada llega antes de lo previsto.

-Deséame suerte.

-Si me dijeras en qué, sería más fácil darte mis mejores deseos.-La observo seria por unos instantes hasta que deja escapar una carcajada que hace temblar las paredes de las cajas de cartón. -Era una broma. Relájate, ¿quieres? No necesitas que te desee suerte, eres Abril Ros, la chica "lo tengo todo bajo control".

-¿Qué se supone que significa eso?

-Que ya vas tarde.

Reviso mi reloj y confirmo que son las 7:35, y que si mi memoria no me falla, Cedric es un obsesivo de la puntualidad.

-Será mejor que corra. ¡Te veré mañana! -Grito desde el pasillo.

Con mi abrigo color mostaza corro por los ya desiertos pasillos de la Biblioteca demasiado consciente del ruido de mis zapatos en las desgastadas baldosas, demasiado consciente de la hora, y demasiado consciente del hecho de que la falta de oxígeno en mis pulmones tiene poco que ver con la carrera. Para ser sincera, las responsables son las mariposas que revolotean en mi estómago, y que baten sus alas con más fuerza cuando aminoro el paso. Ellas, como yo, están impacientes por verlo.

Es una pena que vayan a tener que esperar unos segundos extra, pero Samuel no me dejará pasar de largo.

-Esta sí es una sorpresa.- Digo, cuando estoy lo suficientemente cerca para hacerme oír sin alzar la voz.

-En realidad no. Estaba buscándote.-Sonríe y me atrae hacia sí. Aspiro su inconfundible aroma y me siento como en casa.

Doy un paso hacia atrás y luego otro con la única intención de poner distancia entre nosotros. No puedo pasar por lo mismo.

-Ah, ¿si? ¿En qué puedo ayudarte?

-Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

-Ah, ¿sí?

-Pero no lo recuerdas.-Suspira y sonríe tratando de ocultar su decepción.-Vamos, te invito a un café. Tal vez eso te refresque la memoria.

Toma mi mano y me arrastra un par de pasos.

-Sabes que nunca le diría "no" a una buena taza de café, pero ahora mismo tengo algo de prisa.

-No tienes que preocuparte por Tomás. Tomé la precaución de preguntar a su secretaria, y dijo que demoraría al menos otros cuarenta minutos.

No me deja contestar y me arrastra un par de pasos más hasta que ambos estamos en la puerta de la Biblioteca.

-Sam, hablo en serio. Me encantaría ir -falso-, pero la verdad es que tengo algo que hacer antes de ir a casa.

-Entonces te acompaño. No quiero que, después de lo que pasó en la fiesta de Verónica, andes sola por la ciudad.

-No hay problema...

-Insisto. -Toma mi mano.

-Sam...

-Puede ser peligroso. -Con la otra me rodea por la cintura.

-No estaré sola. -Escupo, apartando el rostro cuando siento que empieza a inclinarse.

Se queda de piedra, clava su mirada inescrutable en mi y asiente lentamente. Aunque ha aflojado su agarre, sigue reteniéndome muy cerca de él, pero no lo suficientemente cerca para que pueda escrutar su expresión.

Desearía que la iluminación fuera mejor para poder ver en sus ojos qué es lo que está pasando en su interior. Desearía no haber dicho eso último de una manera tan tajante. Desearía tener un poni.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora