11. Sobre la soledad de la estación, y otras tantas cosas desagradables. (Pt.15)

40 10 0
                                    

-¿A dónde vamos?

-No a casa. - Contesta secamente.

-¿A qué...?

-Cállate, ¿quieres?

Me enfurruño en el asiento del copiloto, deshaciéndome de los malditos zapatos, y abrazando las rodillas contra mi pecho. Entierro el rostro en el pequeño espacio que queda, y me permito derramar un par de lágrimas. Ha sido uno de los peores días de mi vida, y algo me dice que no ha terminado todavía.

Gira y casi derrapa en algunas de las curvas rumbo a sólo Dios sabe dónde, pero eso no es razón suficiente para mantenerme despierta. Me quedo dormida veinte minutos después de haberme acomodado junto a él, y lo que me despierta es el silencio. Ni el motor, ni su respiración, nada. Silencio total.

Abro los ojos lentamente y veo su silueta a un par de metros del auto, con un cigarrillo encendido entre los dedos, recortada en la oscuridad.

Sé dónde estamos.

-¿Por qué me trajiste aquí? - Miro a mi alrededor. Aunque ahora está oscuro, y las lluvias han hecho estragos en este lugar, sigue siendo el rincón del universo al que me llevó aquella primera tarde después de ir a la UA, cuando todo parecía ir mal. No es que sea muy diferente a mi situación actual, pero siento que todo ha cambiado desde ese entonces.

-Porque no querías ir a casa. - Responde sin mirarme.

-Eso no responde a mi pregunta.

-Creo que no sabes cómo funcionan las preguntas, Abril.

-Sé más explícito en tus respuestas.

-No puedo llevarte a casa hasta que puedas caminar en línea recta. Empieza a practicar. No nos iremos de aquí hasta que me convenzas.

-¿Por qué haces esto?

-Porque me prometí que no iba a permitir que alguien más pasara por lo que Cora pasó. Si tu eres ese alguien, por el momento, no me queda más remedio que ayudarte.

-Nunca pedí tu ayuda.

-Nunca la ofrecí.

-La idea de ser tu obra de caridad me repugna. Si tienes algún tipo de deuda de honor contigo mismo o cualquier estupidez de ese estilo, puedes conseguirte a alguien más.

Me doy la vuelta, dispuesta a volver a sentarme en el auto, y esperar hasta que se dignara conducir a casa, pero no puedo dar un paso antes de que sus dedos se cierren entorno a mi muñeca.

-Necesito que me digas qué ha pasado.

-¿Por qué tendría que hablar contigo? Si mal no recuerdo, pediste expresamente que evitara volver a dirigirte la palabra si volvía a poner un pie en Ashbury.

-Madura, Abril.

-No, pero en serio... ¿Qué se supone que deba hacer? Ya me había hecho a la idea de no volverte a ver, -completamente falso-y vienes buscándome como el caballero de brillante armadura que pretendes ser. ¿Cómo puedo hacer ambos papeles al tiempo? ¿El de villana y el de damisela en peligro?

-Estaba muy enojado, ¿está bien? Dije muchas cosas que hubiera preferido callar, pero ahora no tiene caso. Me doy cuenta de que conseguiste a alguien más a quién complicarle la vida, y no tengo ningún problema con eso, - espero que eso también sea completamente falso-pero no creo que esté ayudándote con Tomás.

-Tú también vas a pedirme que me aleje de Samuel.

-Puedes hacer lo que se te venga en gana. No voy a pedirte nada, sólo estoy tratando de hacerte entrar en razón. Vives en relativa paz cuando él está lejos de ti, ¿por qué fomentar el caos trayéndolo de vuelta a la primera oportunidad que se te presenta?

Las Crónicas de Ashbury: El LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora