4. El Rojo es mi Color (pt. 4)

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-Invades mi espacio.

Suspira sonriendo, y se aleja de mí.

-Y yo que creí que estábamos logrando algo importante aquí.

-¿Aún tienes todos los dientes?

-Sí, ¿por qué?

-Entonces sí hemos hecho un logro importante. Pudiste haber perdido varios, asustándome de esa manera, y luego invadiendo mi espacio... Considérate afortunado, Canonach.

-Mira como tiemblo, Ros. Estoy aterrorizado. - En realidad sí está temblando, pero seguramente se debe al frío. Sólo hasta este momento noto que grandes gotas de agua escurren por su pelo, y que la camiseta negra de algodón que trae puesta está completamente adherida a su nada-escultural torso. Diría que incluso tiene panza.

Le propino un codazo entre las costillas lo que sólo hace que suelte una carcajada, antes de inclinarse para recoger el cobertor, pasarlo sobre mis hombros, y rodearme con el brazo.

-Andando, Rocky Balboa. Vas a tener que cambiar los guantes por una cofia. Sé de tres pacientes que necesitan de tus cuidados.

-¿Sabes algo sobre eso?

-¿Por qué no vamos arriba y les cuento la historia completa? ¿Cómo personas civilizadas?

-Está bien. Como personas civilizadas.

Con delicadeza, pero sin dudarlo, quito su brazo de mis hombros y me envuelvo en el cobertor nuevamente, pero ni con eso vuelvo a sentir calor comparable con el que sentí hace tan sólo unos instantes.

Bueno, pues tendrá que bastar. Nunca dejaré que Cedric se acerque a mí de esa manera, y esta sí es una promesa que tengo pensado mantener, ya que el mantenerlo fuera de mi casa fracasó una vez más. Tampoco puede decirse que sea mi culpa, ¿no? Fue papá quién lo dejó entrar incluso antes de la hora del desayuno.

Regresamos a la sala de estar, dónde mamá tiene a los tres gatitos entre los brazos, envueltos en la chaqueta que supuse era de Cedric.

-¿Ya viste a estos pequeños amiguitos? - Pregunta. -¡Son adorables!

-Sí, creo que ya habíamos tenido el placer. - Tomo a uno y lo envuelvo en el cobertor, sentándome en el brazo de la poltrona de mamá.

-¿De dónde salieron? - Continúa ella.

Como en los dibujos animados, papá vuelve a la sala de estar -llevando consigo su mejor chaqueta de invierno y una camisa a rallas para Cedric-corriendo.

-¿Por qué no les cuentas la historia, muchacho? Cedric es todo un héroe.

-Por favor, señor Ros...

-Tomás. Llámame Tomás.

-Uhm, no es para tanto, de verdad... -Su falsa modestia hace que reconsidere la idea de romperle la cara muy seriamente. Suerte para él que de momento tengo las manos ocupadas con un tigre en miniatura, porque si no, ¡ja! Ya se las vería conmigo.

-Cuéntanos, Cedric. - Dice mamá.

-Sí, cuéntanos. Estamos muriendo por oír esa historia. - Me encargo de que el veneno en mi voz sea lo suficientemente evidente para él, pero que pase desapercibido a los oídos de mi padre.

-Está bien... Ahora que he terminado las clases, decidí que sería una buena idea ir a correr en las mañanas para mantener la forma.

-¿Te refieres a la circular?

-¡Abril!

-Ya, lo siento... No pude resistirme.

-Continúa, por favor.

Las Crónicas de Ashbury: El LibroWhere stories live. Discover now