Capítulo I

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—¡Si fueses mujer las cosas no serían tan difíciles como ahora! —le grito enojado, sin impórtame el herir sus sentimientos.

—¿Eso piensas? ¡Ahora resulta que es mi culpa! —se acerca amenazador y me mira fijo a los ojos—. Las cosas no cambiarán sólo porque tú así lo quieras, acepta la realidad. —me empuja por los hombros, enojado.

—¡Sí! Tienes toda la razón, mi realidad es una mierda a tu lado y no cambiara. Nada cambiara. —también le empujo por los hombros, pero con más fuerza de la que esperaba así que él se choca contra la pared y sus ojos no deja de verme de esa forma que tanto detesto— ¡No me mires así! Tampoco es mi culpa. —siento mis ojos arder y mi vista nublarse, desvío la mirada y camino hacia la puerta.

—Leo —escucho que me llama pero no le hago caso, agarro mi abrigo que está en el sillón y me lo pongo. No quiero verle ni escucharle. Estoy harto. Cierro la puerta con fuerza.

Todo está mal, todo. Las cosas nunca debieron ser así, todo era tan perfecto y se echó a perder por su culpa, si él fuese una chica nada de esto estaría pasando, seguiríamos en nuestra mansión y no en un departamento miserable viviendo como pobres. Está no es mi vida, no lo es.

Estoy por cruzar la calle pero el semáforo cambia a verde y los autos arrancan impidiéndome el paso, suspiro pesado y veo el vapor que sale de mi boca, hace mucho frio. Siento como alguien choca contra mi costado, volteo y antes de que pueda quejarme esa persona cae al suelo, siento mi corazón acelerarse por el susto. Me agacho y compruebo su pulso, está vivo, le miro con detalle, es un muchacho bastante joven, está desmayado ¿Debería llamar a una ambulancia? No, creo que sería más rápido si lo llevo en un taxi, el hospital no está lejos. Una muchacha se acerca para preguntarme sobre el chico pero le digo que me haré cargo ¿Yo? ¿Qué me pasa? Creo que la bondad de Wonsik es contagiosa, en mi vida he ayudado a un desconocido. Igual, paro un taxi y subo al chico en el asiento de atrás, huele a alcohol, seguro que es por eso.

Pasan los minutos. Llegamos al hospital, pero nunca lo atienden y por alguna extraña razón decido quedarme junto a él, ambos estamos sentados en las bancas como tantas otras personas, miro mi número de turno, 90 y la chica acaba de llamar al 37, suspiro frustrado. Miro mi reloj en la muñeca, 10:20 PM. He estado aquí 54 minutos no pienso quedarme más tiempo. Me paro para irme pero antes de salir por la puerta mi conciencia me recuerda al chico alcoholizado, vuelvo e intento despertarlo pero no funciona así que lo subo a mi espalda con ayuda de un guardia ¿Por qué hago esto? Lo hago porque es algo que Ravi haría ¿Por qué me respondo yo solo? Estúpida conciencia.

Llego a una cafetería de 24 horas, que pobre me he vuelto, esto es horrible, el lugar, los empleados, los clientes. No puedo seguir así de pobre, está miseria no es para mí. Dejo al chico en el asiento pero se cae y choca su frente contra la mesa, se queja pero no despierta en cambio se acomoda mejor. Todos en el lugar estallan a carcajadas, yo sonrio y niego con la cabeza, es un idiota. Pido mi café preferido y al sacar mi billetera del bolsillo recuerdo que no traje mi celular, seguro Wonsik debe estar preocupado, soy un idiota. Ya pasada medianoche decido volver a casa, ese chico no despierta, dejo dinero en la mesa y la mesera se acerca a juntar, camino hacia la salida cuando escucho la voz de ella diciéndome que el chico despertó. Bueno, mejor tarde que nunca después de todo estuve esperando casi dos horas. Vuelvo a la mesa y me siento a su lado, él parece desorientado pero al verme sus ojos se abren con sorpresa, luego sonríe con alivio y felicidad.

—Hola, te desmayaste y en el hospital tardaban mucho así que te traje aquí, afuera hace frio —le cuento analizando cada uno de sus gestos, sus ojos me miran con ¿Admiración? No, no, debo estar imaginando cosas— ¿Estas bien? —me susto cuando sus ojos se llenan de lágrimas. ¿Va a llorar? Espero que no.

Por Obra de ArteWhere stories live. Discover now