«¿Es una niña gigante?»

Ambas se quedaron mirando a la otra.

«¿Quién era esta chiquilla?», se preguntaba la chica de cabello lila. Mientras que Artemisa no pensaba en nada, simplemente veía maravillada el pelo lila y su ropa extravagante, como si fuera algodón de azúcar y ella fuera a comérselo. Romeo agarró del hombro a Artemisa, aunque eso no era necesario, la niña no escaparía. La joven pasó la mirada a Romeo y abrió los ojos de par en par al caer en cuenta de que no llevaba camisa.

«¿Cómo no le di importancia más rápido?», pensó, «tiene un bello lavadero en el pecho. Está buenísimo.»

—¿Hola? ¿Tú eres...? —dijo la chica entre la sorpresa y la curiosidad.

Un chico en el departamento de Elena. En lunes por la mañana. Con el pelo despeinado. Y, nuevamente, sin camisa. La imaginación era campeona en crear situaciones de película.

«¡Por fin decide tener un poco de acción! ¡Y con un hombre así saldrán hijos hermosos!»

La chica sonrió asumiendo erróneamente la razón por la cual Romeo estaba allí, ignorando que Artemisa estaba presente. Fue el tipo de sonrisa delatora que dice el pensamiento de la persona. Internamente, Romeo se carcajeaba. Primero Elena se confundía pensando que Artemisa era hija de Romeo, ¿ahora lo miraban como si hubiera pasado la noche con Elena?

«La imaginación está por los cielo o estas mujeres no han visto a un hombre en años.»

Se apoyó en el marco de la puerta, totalmente consciente de estar en un ángulo que le favorecía.

—Romeo. —Le tendió la mano, la chica de pelo fantasía titubeó, pero al final la estrechó. Lo miró extrañada, se acostumbraba saludar de beso en la mejilla... no con un apretón de mano. Inmediatamente supo que no era de la ciudad.

—¿Romeo? —Alzó una ceja incrédula—. Claro, yo soy Julieta.

El muchacho negó sucesivas veces. Se le hacía tan normal que dudaran de su nombre que había aprendido a ver lo divertido de la situación. Unas pensaban que estaba bromeando, otras pensaban que coqueteaba con ellas.

—Julieta está arriba, ¿quién eres tú?

La muchacha esbozó una sonrisa.

«Con que Julieta, eh.»

—Flora Villafuente —posó la mirada en Artemisa, quien la veía atentamente. Flora bajó hasta quedar a su altura y apoyó las manos en sus rodillas—. Hola.

—Hola. —Saludó con timidez.

Elena apareció bajando las escaleras, los crujidos de la madera atrajeron la atención de todos, menos de Artemisa, ella continuó dándole mimos a Josefo Nicolás. El perro quiso ir con su dueña, pero la niña no se lo permitió.

—¡Elena! —exclamó Flora dejando salir un torrente de energía. Una explosión que aturdió a Romeo—. ¡¿Podrías explicar qué hace este bombón en tu departamento?! Le pregunto una cosa y empieza a coquetear, deberías buscar a alguien que no coquetee con otras estando en tu casa después de... —miró a Artemisa, se tragó las palabras e hizo señas.

«¿Quién es ella? ¿Lo hicieron con ella aquí? ¿Elena?», decían sus labios aumentando la velocidad y la necesidad de obtener respuestas a cada segundo. Los ojos amenazaron con salírsele de las cuencas.

—¿De qué hablas? —preguntó Elena, no pudo descifrar ni una palabra de su lenguaje "secreto". ¿Es que Flora no había visto el reloj? ¿No había visto a Elena? Estaba adormilada. Su pelo era una nube cobriza, seguía en pijama, cubierta por una manta que la invitaba a regresar a la cama, tentación que se esfumó cuando entendió las señas de Flora. Se puso roja, Romeo se rio de sus colores—. ¿Estás loca, Flora? —se giró a Romeo—. ¿Qué le dijiste, inteligente?

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