Capítulo 46

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Me ruborizo mientras ella escribe la receta de las píldoras anticonceptivas que deberé empezar a tomar. Se despide de mí con un beso en los labios (es "una tradición francesa", dice) y cuando abre la puerta, Christian cae adentro de la habitación. ¿Estaba escuchando nuestra conversación? Oh, Dios mío.

—Yo estaba... buscando el baño. ¿Ya terminaste? —me pregunta ansioso.

—Sí, Sr. Grey —se adelanta en responder la doctora Greene.

Christian se sorprende al ver la seguridad que irradia esta mujer.

—Noté que Anas... ejem, la señorita Steele, tenía un par de moretones en glúteos y espalda. Ella dice que es porque es demasiado distraída, así que mi consejo es que cuide de ella. Es una mujer hermosa, joven, brillante y sobre todo hermosa.

¿Está dándole algún tipo de advertencia no tan sutil? Christian se recupera del primer golpe.

—Eso hago —murmura algo molesto.

—Le enviaré mi cuenta, Sr. Grey —responde secamente estrechándole la mano.

La doctora Greene se voltea hacia mí, me guiña el ojo y se retira acompañada de Taylor, que una vez más no sé de dónde ha salido.

—¿Y bien? —me pregunta sacudiendo mis hombros.

—Dijo que tenía que abstenerme de toda actividad sexual durante las próximas 4 semanas.

El estupefacto rostro de Christian se pone rojo de ira. Yo no aguanto más y finalmente le sonrío como una idiota.

—¡Caíste! Era broma.

Me derriba de un puñetazo en la cara.

Oh, mierda. Mi Diosa Interior se acobarda y huye a un rincón, temblando. Mi nariz está rota. Creo que no le ha gustado mi pequeña broma, como tampoco le gustó la anterior.

—Eres incorregible, Anastasia. Una de las razones por las que la gente como yo practica el BDSM es porque nos gusta. A ti no te gusta, así que pasé mucho tiempo anoche considerando nuestra situación.

—¿Y a qué c-conclusión llegaste? —pregunto, escupiendo un diente.

—A ninguna, y ahora mismo te llevaré al Cuarto Rojo para golpearte sin sentido todo el día. Pero antes quiero que comas.

Me levanta del cabello y me arrastra al Cuarto Rojo del Dolor. De repente, recuerdo que no he ido a mi último día de trabajo. Bah, ¿qué sería lo peor que podrían hacerme? ¿Despedirme? Nada de lo que me podría pasar se compara a lo que me espera a manos de Christian Grey.

Christian cierra la puerta detrás de nosotros y baja unos grilletes del techo. Es una especie de instrumento de tortura medieval para suspenderme en el aire como Superman. Me ata fuerte de pies y manos y me venda los ojos. ¡Mierda!

—Debes comer, Anastasia. ¿Te gusta el pollo? ¡Come! ¡Come! ¡Come! —grita mientras me mete una pierna de pollo por el culo.

Yo grito aún más fuerte, pero él no se detiene. ¡Mierda paralelepípeda! ¿Cuál era la palabra? ¿"Verde"? ¿"Amarillo"? ¿"Gris"? ¿"Magenta"? Muerdo mi labio.

—¿Estás mordiendo tu labio, Anastasia? Sabes lo que me provoca eso —dice sombríamente.

Mi venda cae un poco, descubriéndome los ojos, justo a tiempo para ver a Christian dándome con con un palo en la cabeza y dejándome inconsciente.

—Oh, Anastasia, ¿qué voy a hacer contigo?


50 sombras de Grey: La versión de InciclopediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora