Capítulo 6

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Debo ser la única chica universitaria norteamericana que no trabaja en un club de strippers. Soy empleada de la pequeña ferretería Clayton's desde hace cuatro años, aunque irónicamente no puedo martillar un clavo sin sacarle un ojo a alguien. En mi casa todo lo arreglaba mi papi/esposo número cuatro de mamá, Bob, mientras yo me hacía bolita junto a la hoguera, leyendo la saga Crepúsculo. No me apasiona el empleo, pero me alegra poder concentrarme en algo que no sea Christian Grey.

—Llegas tarde —me dice la señora Clayton.

—Lo sé. Lo siento, estaba en Seattle entrevistando a Christian Grey.

—Ajá, sí, de acuerdo. Yo también abrí tarde porque estaba chupándosela a Leonardo DiCaprio. Ahora ve a la bodega y cuenta todos los tornillos que tenemos, uno por uno. Y date prisa.

La semana, afortunadamente, transcurre entre mi aburrido trabajo y los exámenes finales de la Universidad. Mientras Kate trabaja en la entrevista realizada a Christian Grey, tratando de descifrar las atropelladas notas sobre Christian Grey que escribí en el Lamborghini camino a casa, yo termino mi tesis: un ensayo sobre las diferencias entre la novela Eclipse y su adaptación cinematográfica. No hablamos más de Christian Grey.

A la séptima noche, mientras hundo la cabeza en la almohada para no pensar en Christian Grey, sueño con ojos grises y corbatas. Muchas corbatas. En eso suena el teléfono. Frunzo el ceño al comprobar que el tono de llamada no es parte de mi sueño. Son las 4 a.m.

—¿Hola?

—¿Ana? Mi instinto maternal de furcia devoradora de hombres me dice que has conocido a alguien. ¿Es guapo? ¿Tiene dinero?

—No, mamá. Déjame dormir.

Mamá vive en Georgia y se ha casado tropecientas veces. Es todo lo que hay que saber sobre ella realmente.

Clayton's. Día sábado, la pesadilla de todo trabajador de ferretería no judío. Mientras frunzo el ceño terminando de pulir una por una las tuercas que tenemos en el mostrador, como me lo ha ordenado la señora Clayton, siento la intensidad de una mirada que me atraviesa la espalda.

—Señorita Steele. Qué sorpresa tan... agradable.

Por favor díganme que lo que chorrea de entre mis piernas es sudor.

—S... s... señ... Gr...

—Sé que debería estar en Seattle trabajando, o esquiando en Aspen, o algo así, pero casualmente pasaba por el área y necesitaba reabastecerme de algunos... artículos.

Insuficiencia cardiaca.

—Y, bueno. En lugar de enviar a uno de mis empleados a comprar en una cadena de ferreterías con mayor variedad de productos o mejor prestigio, decidí entrar personalmente a esta pequeña tienda, justamente en la que que usted trabaja. Vaya coincidencia, ¿no lo cree?

Intento modular algo, lo que sea, pero que mis palabras salgan por mi boca y no por el culo como ahora. ¡Por Dios! Es imposible pensar frente a esa intensa mirada de ojos grises, de asesino en serie que me somete a escrutinio sin parpadear. Mis ideas y mis funciones vitales se desordenan bajo mi piel. Me muerdo el labio. ¡Mierda! ¡No sólo es guapo: es el epítome de belleza masculina imaginado por una cuarentona sexualmente insatisfecha!

—M-mi nom-bre es-es A-Ana... ¿En q-qué puedo se-servirle, Sr. Gr-Grey?

—Tengo una lista de productos que necesito para reabastecer mi stock.

¡Demonios, es tan atractivo!

—¿Tiene cinta adhesiva?

¿Cinta adhesiva? ¿Quién compra cinta adhesiva en una ferretería?

Tomo aire, me muerdo el labio, frunzo el ceño y finjo que sé lo que hago, por primera vez en cuatro años.

—Por aquí, por favor.

—Gracias. Y necesito también organizadores de cables.

¿Organizadores de cables? Esto es sospechoso...

—Y overoles. Llevaré un par de overoles. No me gustaría manchar de rojo alguno de mis costosos trajes.

—¿Está pintando su casa de rojo, Sr. Grey?

—Algo así... Y cuerdas. Necesito cuerdas. Como las que usaría por ejemplo para atar a alguien.

—¿De qué tipo? Tenemos sintética y natural de filamento, trenzada... de cable... pordioshazmetuya...

—Llevaré cuatro metros de pordioshazmetuya, gracias. Y finalmente quisiera unos látigos.

—Lo siento, se nos agotaron.

—Ya veo.

—Estem... Sr. Grey, si no es mucha impertinencia...

—Lo es.

—Lo sé, perdóneme... Es que... ya que el día de la entrevista olvidé tomarle fotos, quisiera saber si podría presentarse a una sesión fotográfica para el periódico. Si no le incomoda...

—¿Qué clase de fotografías quieres, Anastasia?

Una de tu enorme miembro, como las que me envían esos árabes mugrosos que me agregan en Facebook.

—No... no lo sé.

—Toma. Mi tarjeta.

—Este es un Joker.

—Perdón, mi otra tarjeta. Aquí tienes. Mi número de celular está anotado al reverso. Debes llamar antes de las 10 de la mañana para ponernos de acuerdo con el asunto de las fotos. A las 10:00:01 ya no atiendo ni a mi madre, ¿entendido?

En ese momento, alguien grita mi nombre. Es Paul Clayton, el hijo del encargado de la tienda y uno de los tantos personajes secundarios y planos que están sólo para rellenar, y que poco aportan a la narrativa.

—¡Paul! ¡Dios mío, qué gusto me da hablar con alguien normal y aburrido como tú!

—Hola, soy Paul.

En cuanto devuelvo mi vista al rico, poderoso, asombroso y extremadamente atractivo y controlador Christian Grey, noto que su mirada gris se ha vuelto fría, casi de odio. Si estuviera loca, diría que son celos. Pero nah, apenas me conoce.

—Paul, estoy con un cliente que creo que debes conocer. Sr. Grey, él es Paul. Estudia algo en Princeton, pero eso da igual.

—Hola, soy Paul.

—Hola, Paul. Christian Grey. Mucho gusto —dice, con una expresión cortante más que evidente.

—¿Hola, soy Paul?

—Bien, eso es todo. Ahora debo irme.

—Son 43 dólares —digo, mordiendo mi labio.

Me da un billete de 5 dólares.

—Guarda el cambio —dice, antes de desaparecer en su jet privado.


50 sombras de Grey: La versión de InciclopediaWhere stories live. Discover now