Capítulo 2

3.9K 142 59
                                    

Kate es lo suficientemente amable como para prestarme su viejo Lamborghini Diablo 2017 y así no tener que castigar a Wanda, mi querido Volkswagen verde del '34, que tiene la mala costumbre de sobrecalentarse si voy a más de 20 kilómetros por hora. Casi me hace sentir culpable por haber escupido en su sopa de pollo. Salgo de Portland y llego a Seattle en un plis-plás (Nota: averiguar si la gente aún dice eso). Me estaciono sin problemas justo frente a la inmensa e intimidante torre fálica de 500 pisos que alberga las oficinas de Grey's Multinational Corporate Enterprises Holdings, Inc., Co. Lo sé gracias al letrero que dice "GREY", en enormes letras grises. Vaya ingenio.

Estoy adentro. Pulso el botón del último piso. Salgo del elevador y caigo torpemente al suelo. Mi pase de visitante se sale volando desprendido de mi blusa y le corta la yugular a un ejecutivo que pasa por ahí. La secretaria, rubia y perfecta, me ve con la misma cara de vergüenza ajena que pondría yo en su lugar. Me pongo de pie y me aproximo a ella, pero cada vez que doy un paso vuelvo a tropezar, y al intentar sostenerme de algo, hago pedazos un antiguo jarrón chino de 3.000 años que, hasta mi llegada, adorna aquel níveo vestíbulo gris de cristal y acero. ¡Mierda, qué estúpida soy!

Finalmente alcanzo mi objetivo.

—Hola, soy... soy del periódico de la Universidad de Washington. Por el asunto de la entrevista. Vengo en reemplazo de Katherine Kavanagh —digo, mordiendo mi labio.

—¿Nombre?

—Anastasia Steele.

—Su verdadero nombre.

—Anastasia Steele.

—¡Seguridad!

—¡Espere, por favor! —le suplico mientras saco mi identificación de la cartera.

Al comprobar mi identidad, dice:

—Vaya, no tiene pinta de actriz porno.

Me siento a esperar, mordiendo mi labio. Pongo los ojos en blanco para mis adentros, intentando relajarme. Cálmate, Steele. Tras 30 segundos de larga espera, mis nervios pueden más, así que me levanto para buscar algo de hagua del dispensador.

Justo al lado del dispensador se encuentra la sala de reuniones. La puerta está convenientemente abierta. Se puede ver un montón de viejos para nada sexys sentados en hilera en una mesa enorme. Quien preside la junta es nada más y nada menos que Christian Grey. A pesar de ser de día, una sombra cubre sus facciones, así que no puedo ver su rostro. Todos hablan apresuradamente, uno después de otro, en una jerga que no comprendo. Todos, excepto Grey. Muerdo mi labio, pongo los ojos en blanco, e intento oír disimuladamente qué asunto es más importante que yo:

—Bla bla bla negocios bla bla bla activos bla bla bla.

—Bla bla inversiones bla bla bla.

—Bla bla bla fusión bla bla.

—Bla bla bla riesgos bla bla ¿Qué opina, Sr. Grey?

Después de 10 minutos de silencio expectante, Grey dice, con voz imponente, misteriosa y extremadamente varonil:

—Sí.

La sala estalla en aplausos.

—¡Brillante, Sr. Grey! ¡Le ha generado a la empresa una ganancia total de 550.000.000.000.000 billones de dólares y de paso ha resuelto el problema del hambre en África!

—¡Es usted un genio de las finanzas, Sr. Grey!

—¡Sí, sin duda alguna, Sr. Grey!

—¡Cómo quisiera ser usted, Sr. Grey!

Grey no responde. Cuando se incorpora, la sombra sigue ocultando su rostro.

Me vuelvo a sentar rápidamente para que no me vea, pero cuando mis glúteos se reacostumbran a la comodidad de la silla, aparece nuevamente la secretaria.

—El Sr. Grey la recibirá ahora.



50 sombras de Grey: La versión de InciclopediaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora