Capítulo 36

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—Hablemos de los límites suaves y duros —insiste.

—No en la cena...

—¿Te da asco hablar de inserciones anales mientras comes?

—Algo sí.

—No has comido casi nada.

—Ya he tenido suficiente.

—3 ostras, 4 mordiscos de bacalao y un tallo de espárragos, nada de papas, ni nueces, ni aceitunas, y no habías comido nada en todo el día. ¿Y así esperas que confíe en ti?

Por Dios, ¡lleva un inventario de lo que como! Estoy jadeando.

—Te necesito saludable y en forma para poder golpearte, Anastasia.

—Lo sé.

—También quiero quitarte ese vestido. Aquí. Ahora.

Frunzo el ceño y trago saliva. Quiere tener sexo conmigo.

—N-no creo que esa sea una buena idea. No hemos pedido el postre.

—Tú podrías ser el postre.

Ahora es un caníbal. Oh, mierda.

—¿Qué prefieres: recibir bastonazos en la planta de los pies o ser azotada con un flagelo de púas?

—¿Qué?

—Sólo contesta.

—La verdad... ninguna.

Christian frunce el ceño y aprieta los puños.

—¿Y si te pusiera una pistola en la cabeza y estuvieras obligada a elegir?

¡Oh, Dios mío! Me sonrojo y muerdo mi labio.

—¡Deja de morderte el labio y responde!

—P-pues... su-supongo que... elegiría ser azotada.

—Ahora me has dado tu consentimiento para ser azotada con un látigo de púas. Estamos avanzando. ¿Ves que no estuvo difícil?

Mi cabeza está nadando en todas sus palabras. Le estoy dando mi consentimiento para que establezca cómo me visto, lo que como, cómo follo... es demasiado. Por un segundo tengo la idea de salir corriendo, huir en mi auto de vuelta al apartamento, pero sé que eso sería inútil. Incluso si escapara a Alaska, él me encontraría.

Además, en contra de lo que dicta el sentido común, su hostigamiento me seduce.

—Si fueras mi sumisa, no tendrías que pensar. Yo lo haría por ti. Tomaría cada una de tus decisiones y te daría en el gusto. Y ambos sabemos que lo único que quieres en la vida es a mí.

Mi ceño se profundiza. ¿Cómo puede saberlo?

—Lo sé, porque...

¡Por las cuentas del rosario, está respondiendo a mi monólogo interior!

—...tu cuerpo te delata. Estás apretando y juntando los muslos, estás ruborizada, estás mordiendo tu labio y tu respiración es un jadeo.

—¿Cómo... cómo sabes lo de mis muslos? —susurro incrédula.

—Sentí el movimiento del mantel.

Me sonrojo y bajo la mirada. Estoy perdiendo este juego de seducción. ¿Qué haría otra mujer en mi situación? Mi única referencia es Kate, y es obvio que ella se lo follaría sin chistar aquí mismo y después presumiría al respecto.

Mi otra referencia es Bella Swan. Ella se debatiría entre Christian y un indio-lobo sin camisa, aceptaría la sobreprotección y el abuso psicológico como algo romántico, se dejaría arrastrar a un mundo que no conoce (y que le asusta), y abandonaría todos sus sueños y aspiraciones (si es que los tuvo) para complacer a su hombre y casarse con él. Y después se acostaría con el director de Blancanieves.

No tengo la fuerza mental para tomar una decisión. Menos en frente de este atractivo monstruo sexual que sólo piensa en violarme en público. Necesito tiempo. Necesito alejarme. Irme.

—¿Te gustaría un poco de postre? Y por "postre" me refiero a follarte hasta que se te caigan los ojos.

Siempre un caballero, pero tengo que luchar contra mis deseos.

—No, gracias. Debo irme.

—¿Irte? —exclama, sorprendido ante mi impertinencia.

Aparece el mesero para retirar los platos, pero Christian le lanza una mirada asesina y se va tan rápido como vino.


50 sombras de Grey: La versión de Inciclopediaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن