Capítulo 14

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Con mucho esfuerzo logro levantarme de la cama. Siento en la cabeza una especie de bolita que me sube y me baja ¡ay! que me sube y me baja. Empiezo a buscar frenéticamente mis pantalones. Podrían estar en cualquier parte, en una habitación tan amplia. Empiezo a hurgar en los cajones. Siento un calor en la parte baja del vientre cuando decido revisar en su cajón de la ropa interior. Lo abro...

Corbatas. Docenas de corbatas. Abro otro cajón. Más corbatas. Abro el armario. Muchas más corbatas. Abro una maleta a medio hacer. Muchísimas más corbatas, todas grises, todas del mismo diseño y del mismo material sedoso. Escucho que se cierra la llave de la ducha y antes de poder volver a saltar a la cama para esconder mi semidesnudez, aparece Christian Grey, tan sólo envuelto en una toalla. Oh, mierda. El David que esculpió una de las Tortugas Ninja (¿Miguel Ángel, creo?) no tiene comparación con él.

—Si estás buscando tus pantalones, se los doné a los niños de Darfur. Estaban manchados con vómito. Taylor te traerá otro par y también unos zapatos.

—Umm... Tómame en la ducha... digo.. t-tomaré una ducha.

Estoy en la mesa, desayunando con Christian Grey. Estoy vestida solamente con una toalla. De mi cabello, también envuelto en una toalla, gotea agua que moja mis waffles porque fui incapaz de encontrar el secador en ese inmenso baño que, por sí sólo, podría considerarse una suite.

—Come. Anoche vomitaste la mitad de tu peso corporal.

—No, gracias. Estoy bien.

¿Por qué no me besó? ¿No le gusta el sabor a vómito? ¿Por qué no intentó aprovecharse de mí anoche, como lo han hecho absolutamente todos los hombres que he conocido? (Paul, José... esos son todos, creo). ¿Será virgen como yo? ¿O es que soy muy repelente? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Debe ser la galina porque pensé en algo parecido cuando le calentaba la sopa de pollo a Kate... Maldición, Kate.

—Debo llamar a Kate.

—Ella ya sabe que pasaste la noche aquí. Le envié un mensaje de texto a Elliot.

O sea que sí se lo tiró. Kate, esa perra.

—¿Por qué estoy aquí, Christian?

—Porque yo te traje anoche. Porque tus padres tuvieron sexo 9 meses antes de que nacieras. Pero si te refieres a lo que pienso que te refieres, pues... estás aquí porque soy incapaz de alejarme de ti.

—Entonces no lo hagas —susurro, mordiendo mi labio.

—¿Hacer qué, acosarte o alejarme de ti?

No sé qué diría una persona normal, así que respondo con otra pregunta:

—¿Por qué me enviaste los libros, Christian?

—Sentí que te debía una disculpa, por salvarte la vida y eso. Anastasia, escucha... no me interesa el romance. No soy un tipo de flores y corazones.

Claro, nada de flores y corazones. Pero sí me regalaste unos libros rarísimos que valen más que un corazón humano en el mercado negro...

—Deberías alejarte de mí.

¿Alejarme? ¡Si tú eres el que me regala libros y rastrea mi celular!

—Mis gustos son muy... singulares. No lo entienderías.

—Ilústrame entonces.

—No, aún debemos aplazar esto por un par de capítulos más.


50 sombras de Grey: La versión de InciclopediaWhere stories live. Discover now